No es fácil
que una biblioteca sea realmente mala: unos buenos libros, aunque
estén perdidos entre un mar de textos escolares, pueden ser
suficientes para abrir a sus lectores posibilidades maravillosas.
Sin embargo, si uno se esfuerza un poco, puede lograr tener una mala
biblioteca. Umberto Eco
señaló alguna vez los rasgos que debía tener una biblioteca
académica que quisiera ser excelente en su maldad. Las
recomendaciones que siguen tratan de dar unas ideas parecidas para
los que administran bibliotecas públicas.
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Cambie el bibliotecario con frecuencia.
Si Usted nombra el bibliotecario, cámbielo
siquiera cada año. Así no llega nunca a conocer la colección
bien, y se evita que aprenda a promover la lectura, que conozca
bien a los lectores y sus hábitos y en general que preste un
buen servicio.
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Preocúpese por los edificios y los muebles, y no
por los libros. Lo
importante es que la alcaldía o el gobierno den dinero para
construir un edificio nuevo, o para tener cabinas y cubículos
para la lectura. Los recursos para comprar unos cuantos libros
nuevos al año, unas películas o unos discos de música no tienen
mucho interés. Y ojalá los edificios sean bien complicados: las
bibliotecas que tienen solo una sala general, una sala de niños
y una o dos salas más para reuniones y talleres hacen más
difícil tener una mala biblioteca, pues el bibliotecario se da
cuenta de todo lo que pasa y los lectores encuentran todo a la
mano.
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No deje que los lectores se interesen por los
libros y desordenen la biblioteca.
Cuando los lectores pueden hojear y buscar libremente
los libros, acaban desordenándolos. Es preferible, para evitar
eso, que los libros estén en un cuarto separado, o detrás de un
mostrador y que tengan que pedir el libro que necesitan. Si no
saben que libro necesitan, mejor, pues así los usan menos y hay
menos riesgos de que se pierdan, se deterioren o se gasten. No
ponga los libros nuevos a la vista, no haga muestras de libros
interesantes sobre un tema o para un público especial. Deje que
los lectores mismos averigüen lo que quieren leer.
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Promueva la lectura mostrando que es aburridora,
un verdadero castigo, que hay que soportar para que lo dejen a
uso hacer lo que es divertido.
La mejor estrategia para esto es hacer que la
lectura sea la condición que hay que cumplir si uno quiere hacer
algo realmente agradable. Las madres han perfeccionado esto: si
no te lees este libro no te dejo ver la telenovela”. Siguiendo
este ejemplo, no se permitirá ver películas sino a los que hayan
pasado por la tarea aburridora de leerse un cuento: “si no leen
unas páginas de estos libros, no les dejaremos ver una película,
ni usar los computadores, ni entrar a Internet”.
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Complíquele la vida a los lectores.
Pida documentos para entrar a la biblioteca, y
recomendaciones y fiadores para prestar libros. No permita que
lean en el patio, bajo los árboles, en el suelo: lo mejor es
tener cubículos individuales de los que no se puedan mover.
Divida la biblioteca en muchas salas distintas, para que las
revistas y periódicos no estén junto a los libros ni a las
enciclopedias, para que los computadores donde se consulta
Internet no puedan usarse para comparar lo que está en un libro,
para que las películas haya que verlas en un sitio diferente, y
así los lectores tengan que caminar y hagan ejercicio. (Además,
esto promueve el empleo: se necesitan más empleados para vigilar
todas las salas). Cambie los horarios con frecuencia o cierre la
biblioteca con cualquier motivo; sobre todo, ciérrela para tener
tiempo de hacer informes bien largos para la administración
pública. No abra los sábados ni domingos, ni al final de la
tarde, pero abra a las 8 a.m. los lunes, cuando nadie venga a
la biblioteca. Abrir de 12 del mediodía a 8 p.m. puede hacer muy
fácil que la gente que trabaja o estudie venga a la biblioteca y
le complicará la vida. Haga actividades que no dejen leer a los
que quieran hacerlo: haga la hora del cuento para niños, o el
taller de dibujo, en la misma sala de lectura de niños, de modo
que los que quieran seguir leyendo no puedan hacerlo. Invente
toda clase de talleres que no tengan nada que ver con la
lectura.
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No preste libros.
Si Usted deja que se lleven los libros a la casa, van a terminar
aficionándose a la lectura y de pronto interesando a otras
personas. Y si presta, ponga trabas: demore la entrega del
carnet, no preste más de un libro a la vez, no preste los libros
sino por 5 días. Y no se le ocurra prestar cajas de libros a las
escuelas y dejarlas allí por varias semanas, en manos de un
profesor: cuando se pierda un libro, o los niños lo gasten de
tanto usarlo, no va a ser fácil reponerlo.
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Tenga pocos libros.
La regla principal para tener una biblioteca mala es no tener
plata para comprar libros nuevos y depender únicamente de los
regalos de las entidades públicas. Pero si tiene plata para
comprar libros, compre en primer lugar enciclopedias, que son
para averiguar datos inútiles pero raras veces promueven la
lectura. En segundo lugar, es preferible comprar muchas copias
de cada libro. Así, si hay con qué comprar 300 ejemplares, en
vez de comprar 300 títulos diferentes, es preferible comprar 3
copias de 100 títulos. De esta manera la catalogación es más
fácil, nunca habrá un lector incómodo porque el libro que quiere
leer está prestado o lo está leyendo otra persona. El hecho de
que los lectores no encuentren los 200 títulos que no se
compraron no importa, pues como no están en el catálogo, solo
uno que otro se dará cuenta de que hacen falta. También puede
argumentar para sostener esta política que si se pierde un
ejemplar siempre estará otro disponible: nadie le preguntará por
los 200 que no están disponibles. Por último, no compre los
libros sino una vez al año, en un solo pedido: así logra que
buena parte del material interesante esté agotado y se ahorra la
compra; además, evita darle gusto a los lectores que quieren
leer los libros cuando acaban de salir.
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No tenga computadores, ni películas ni música.
Mantenga una visión clásica de la biblioteca
afirmando que lo único que debe tener son libros. En los
computadores los lectores se ponen a mirar su correo o entran a
páginas inadecuadas; las películas y la música no tienen que ver
con la verdadera cultura: son pura entretención. Si la
biblioteca tiene películas o computadores, trate de que se usen
poco, y ni se le ocurra hacer una programación periódica de cine
para niños o adultos. Y no preste las películas ni los discos.
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Haga de la biblioteca un apéndice, y no un
complemento, del trabajo escolar o académico.
Preocúpese por que la biblioteca tenga muchos
textos escolares o universitarios y pocos libros distintos, para
que los estudiantes no vayan a perder el tiempo con cosas que no
les piden sus maestros.
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No tenga libros sobre temas difíciles.
La biblioteca no debe tener libros que critiquen
el gobierno o la religión, ni que hablen de sexo. Así evita
problemas.
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Trate de tener pocos libros inútiles o
extranjeros.
Los libros que no sirven para hacer tareas a los
estudiantes y para hacer consultas útiles a los adultos no
sirven mucho. Es mejor tener pocas novelas, poca poesía, poco
libro de juegos, diversiones y trabajos manuales. Promueva los
escritores locales, para que la gente no pierda el tiempo con
escritores extranjeros: entre Shakespeare, Tolstoi, Faulkner y
los escritores locales, escoja siempre a los autores locales. Se
lo van a agradecer.
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No valore mucho la capacidad de sus lectores.
Tenga a mano frase como “¿Y a quien se le ocurre
que en este pueblo alguien va a leer a Aristóteles?” “Las
novelas de Balzac ya pasaron de moda: que lean a Corín Tellado”
“Lo que la gente quiere son horóscopos y libros de autoayuda”.
No deje a los niños manejar el computador ni ver el catálogo
personalmente, pues no saben hacerlo.
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Invente muchas reglas, y cámbielas con
frecuencia.
No hay que olvidar mantener un buen conjunto de
prohibiciones: no se puede entrar a la biblioteca sin estar
calzado (muy útil en los pueblos de la costa); no se puede
entrar con cuadernos sino con hojas sueltas, no se puede cambiar
de puesto de lectura, no se pueden tomar fotografías (se pueden
permitir, pero con flash, para que molestan a los lectores) de
las páginas de los libros o de los periódicos.
Jorge Orlando Melo
Bogotá, 2006
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