Principal

Textos biográficos

Hoja de vida

Entrevistas

Ultimas publicaciones

Escritos
   
Historia
    Política
    Paz y Violencia

    Columnas de prensa
    Coyuntura

    Literatura
    Lectura y Bibliotecas
    Educación
    Periodismo   
    Política Cultural

    Reseñas de libros

    Índice general de textos

Documentos históricos

Enlaces recomendados

Gomas y aficiones
    Listas
    Arte y lectura

 

   
 

¿Al borde de un ataque de nervios?

 
 

Durante sesenta años los colombianos hemos vivido en la ansiedad y la incertidumbre. En 1948 comenzó una violencia que aún subsiste. Después de una dictadura breve y opaca, vino la euforia del Frente Nacional, cuando parecía que nos convertiríamos otra vez en un país normal, que avanzaba hacia la democracia, el desarrollo y la superación de sus peores injusticias sociales. Pero el mismo pacto que ofrecía paz impidió responder a los desafíos de una sociedad en rápida modernización. El estado se entregó al clientelismo, las promesas sociales se incumplieron y la guerrilla se convirtió en la maldición de Colombia: desacreditó la democracia, promovió la violencia como forma de acción política, frustró los movimientos reformistas e hizo que la paz y la seguridad se convirtieran en el tema del país.

En 1982 Belisario Betancur nos esperanzó con la ilusión de paz con la guerrilla. Otra vez la promesa fracasó, entre las llamas del Palacio de Justicia y las balas de los narcotraficantes, la nueva plaga. El conflicto entre una guerrilla sin apoyo popular, ciega y criminal, y un mundo agrario en que los narcotraficantes eran ya protagonistas se agravó, y los paramilitares surgieron como los defensores del campo. La constitución de 1991 invitó a un nuevo sueño, frustrado por el poder del narcotráfico. El ingenuo intento de paz de Pastrana fracasó también y mostró que mientras el Estado aparentaba cumplir la ley, la constitución real vigente en gran parte del país enfrentaba a guerrilleros y paramilitares, que recibían apoyo de la mayor parte de la sociedad y de los agentes locales del Estado.

El desafío de la guerrilla, sus avances aparentes, unieron al país alrededor de las promesas de Álvaro Uribe: enfrentarla con energía, fortalecer el ejército, convertir en proyecto público la seguridad que se buscaba por canales ilegales. Hoy la guerrilla ha perdido gran parte de su fuerza. El anuncio reciente de la caída dramática del secuestro confirma la debilidad insurgente.

Pero, como en el Frente Nacional, las virtudes de la solución pueden llevar a un nuevo fracaso. El país, en esta lucha necesaria por seguridad, ha perdido sensibilidad moral y democrática. Las violaciones de la ética se aceptan si no  rompen la ley, y las de la ley se sancionan a veces pero se justifican con frecuencia si dan resultados. El equilibrio institucional se erosiona, y la cultura política se polariza. Pocos discuten la política sin insultar o descalificar al oponente, y una estrategia de miedo y tensión sirve para movilizar la opinión. Se ha consolidado un caudillismo exitoso, que da fuerza temporal a la acción pública pero debilita a largo plazo la capacidad del país para ajustarse a nuevas situaciones: cambios y ajustes tienden a verse como traiciones y abandonos del camino sagrado. Los valores democráticos, la tolerancia, el debate, los límites al poder de las mayorías, pierden apoyo.

El país tiene grandes desafíos. La crisis podría ser la oportunidad para reorientar la economía hacia un modelo con énfasis en la productividad, la valoración del medio ambiente, el uso intensivo de ciencia y tecnología y la protección de los trabajadores, en vez del subsidio a los empresarios. Un plan educativo muy audaz y ambicioso podría ser el núcleo de un nuevo proyecto nacional, la principal herramienta de igualdad y desarrollo. Hay que acabar con el clientelismo y la corrupción política, que se adaptaron a varias reformas inocuas.

Y sería bueno que en las elecciones que vienen se haga política en forma civilizada, sin reemplazar argumentos con ataques personales, y se discutan los problemas de fondo del país, ahora que nadie duda del fin inevitable de la guerrilla. Para darle el golpe final solo falta que Colombia se convierta en un país tranquilo, en el que podamos vivir sin exasperaciones ni sobresaltos perpetuos.

Jorge Orlando Melo
Columna publicada en El Tiempo, 30 de abril de 2009

 
 

 

Google
Buscar en la Web Buscar en esta página

Contacto: jmelogo@yahoo.com
 Derechos Reservados de Autor. Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
Ultima actualización octubre de 2009
Diseño, concepción y gestión de contenido: Katherine Ríos