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Alegría de leer
 
 

En 1930, Evangelista Quintana escribió el primer volumen de la Alegría de leer, una cartilla de lectura y escritura para el primer año escolar. Fue, antes de las obras de García Márquez, el libro colombiano más vendido: sus tomos superaron probablemente el millón de ejemplares.

(El doctor Quintana Rentería, vallecaucano, quizás médico, estuvo en París en 1928 en el VII Congreso Internacional de la Infancia y fue delegado al Primer Congreso Americano de Amigos de la Infancia de Buenos Aires en 1938. Su esposa y coautora Susana de Quintana, era educadora graduada y se había especializado en Chile. Escribió, además, un Estudio sociológico sobre tribunales para menores (Cali: 1936) y un Tratado moderno de mecanografía y correspondencia comercial. En los años 70 se publicaron algunas entrevistas con el anciano educador, pero no he logrado localizarlas).


"Alegría de leer"
de Juan Evangelista Quintana.
35- Edición
Bogotá: Editorial Voluntad. 1976
.

La Alegría de leer no era el primer libro de lectura escrito en el país; en 1839 salieron los Primeros conocimientos para los niños que empiezan a leer, al que siguieron otros como la Cartilla de César B. Baquero, publicada antes de 1889. Desde 1917, la Cartilla de Charry se convirtió en la más usada en las escuelas del país, cuyo número empezaba a crecer: leer y escribir era cada día más una necesidad universal. Cuando apareció la Alegría de leer, lograba aceptación la idea de que todos los colombianos tenían que aprender la lectura, y avanzaba un proceso rápido de expansión de la primaria iniciado en los años finales de la república conservadora. Colombia estaba lista para un texto masivo y moderno.

Si los textos antes utilizados fueron desplazados, la razón estaba en que la Alegría de leer era en muchos sentidos novedosa y original, y se adaptaba al espíritu de modernización que se imponía en el país. El liberalismo quería cambiar una sociedad basada en jerarquías tradicionales y familiares, para reemplazarla por un mundo en el que el saber o el trabajo, convertido en riqueza, fueran las fuentes legítimas de superioridad. La escuela pública era parte esencial de la concepción liberal, y saber leer y escribir era el centro de la escuela.

La Alegría de leer, por otra parte, incorporaba contenidos que, aunque convencionales y alejados de todo partidismo, reflejaban una nueva visión de la escuela y del país. Mientras su exaltación de la religión y los valores familiares la hacían aceptable para los conservadores, la defensa de la tolerancia y la igualdad moral y legal de todos los ciudadanos la acercaba a algunos temas del liberalismo. Un buen ejemplo de los valores que trataba de señalar --nuevo frente a las cartillas anteriores-- es el del gobierno escolar, elegido por los alumnos, como escuela de democracia y de respeto a las ideas del otro. La elección de presidente de clase, en la que se oponen el rico que trata de comprar con regalos a sus electores y el joven pobre y responsable, triunfador a la postre, resulta aún interesante, pese a su obvio moralismo.

Era también un libro pedagógicamente novedoso. En un país que usaba la lectura silábica de Baquero y Charry, Quintana abogaba por un método ecléctico basado en la comprensión integral de la frase. La novedad pedagógica, así como las amplias y coloridas ilustraciones, el lenguaje muy correcto y cuidadoso, el interés por despertar en los alumnos al aprecio de la literatura y, en general, los rasgos de una "escuela activa" que se proclamaba desde la tapa, lo hicieron triunfar.

Por supuesto, con pocas letras, las posibilidades de construir sentencias completas son reducidas, y esto explica el resultado casi poético del texto, fuertemente aliterativo. Algunas de las frases más exitosas han pasado a la memoria de todos los colombianos: Elena tapa la tina, el enano bebe. En otros casos las soluciones son más arbitrarias y peregrinas, aunque siempre atractivas: yo soy el rey y amo la ley, Olano une la lona, boto el lulo a la tina, Polita, no vote el apio ni el poleo, el pato no tiene pelo. Y quizás hoy nos suene improbable la información de que "el general tiene poca gente, pero escogida, generosa y de buen genio" y produzca sentimientos mezclados el dato de que "Otilia no tiene vacuna ni coca".

Visto a casi 70 años de su aparición, resulta sorprendente por su calidad, que a veces contrasta con la torpeza de muchos textos y métodos posteriores; aunque los colombianos no disfrutaron de un sistema escolar muy bueno en este siglo, al menos fueron afortunados con su primera cartilla.

Jorge Orlando Melo
Tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Febrero 1999. No. 110

 

 

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