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Los delincuentes como héroes
 

La discusión acerca de la serie de televisión sobre Pablo Escobar es interesante, aunque no sea nueva.  Estas obras deben poder presentarse, y sería más dañino para la sociedad prohibirlas. Pero esto no responde a la pregunta de si es conveniente que figuras como Escobar reciban, en novelas o telenovelas, un tratamiento que a algunos les parece que es el de “héroes del mal”.

Creo, en principio, que a una sociedad le conviene estar bien informada, conocer la forma en que trabajan los criminales, pensar cómo evitar que cosas parecidas se repitan. Pero una serie de televisión, que mezcla ficción y realidad, y que necesita una audiencia inmensa para poderse trasmitir y producir ganancias, no es el sitio más apropiado para hacerlo: el sensacionalismo resulta inevitable, aunque se eviten los pecados más burdos y la narración se someta a un moralismo elemental, que exige que se muestre la maldad de los delincuentes y la bondad e inocencia de las víctimas, y que los malos paguen por sus fechorías.

Ante hechos tan complicados como los que hemos vivido, un buen documental, sometido a exigencias serias de verdad y exactitud, en el que se discutan las evidencias, se presenten perspectivas diferentes y se analicen los hechos y sus consecuencias, sería más adecuado. Pero el mejor documental no logra crear la textura de realidad que exige el arte. Por eso, las elaboraciones más inolvidables de la violencia o la guerra en Colombia o el mundo, las han hecho las novelas. Es verdad que muchas de las novelas sobre violencia, narcotráfico o delincuentes, caen, como las telenovelas, en una explotación comercial de la curiosidad del público, que sigue con morbo, ansiedad y envidia las crueldades y los lujos del narcotráfico. Muchos novelistas se lucran con ello, dando una versión superficial y emocionante de historias más o menos reales. Pero los grandes novelistas, que se plantean las cuestiones más difíciles y tienen el talento para reconstruir un mundo complejo, van más allá y contribuyen a formar la conciencia de una sociedad. (1)

El debate es viejo: los novelistas del siglo XIX, y cronistas como José María Cordovez Moure, alegaron que había que mostrar a los delincuentes y sus crímenes para que la sociedad aprendiera a enfrentarlos, y nos contaron las historias de la banda de José Raimundo Russi, los crímenes terribles de Daniel el Hachero o los Alisos. La escuela, por su parte, prefirió ocultar el mal y el conflicto, y los niños nunca pudieron analizar en clase los aspectos irracionales del odio político, antes, o las soluciones violentas a los problemas del país, en el último medio siglo. Preferimos esconder los problemas, que no por ello desaparecen.

Poco  aprendió la sociedad a enfrentar la violencia, a encontrar sus causas, a hacer juicios morales sólidos. Ni siquiera ha mejorado la capacidad para juzgar y sancionar a los delincuentes. En 1851, ante el auge de la impunidad, se cambió el sistema penal para reducir la demora de los procesos y la impunidad: se acogió el esquema norteamericano de acusación y juicio oral frente a jurados. El primer juicio llevo precisamente a que un jurado con muchos artesanos condenara a muerte a Russi, a pesar de que se había hecho conocido como defensor de los artesanos.


Y como dijo un conocido escritor: “La ciencia de investigación de los delitos... ha estado siempre muy atrasada entre nosotros; las informaciones sumarias de los procesos, hechas por... jueces ignorantes, no dan la luz suficiente a los que luego deben decidir sobre la culpabilidad de los acusados; cuando no hay confesión del reo o testigos presenciales del hecho criminoso, la convicción de los delincuentes es muy difícil. Con un defensor un poco hábil para sacar partido de las deficiencias del sumario, la absolución es más que probable”. Frases de don Salvador Camacho Roldán, hablando de 1851, que muestran que en esto el cambio ha sido poco. 

(1). Pienso en obras como La guerra y la paz, de Tolstoi, Adios a las armas, de Hemingway, La Cartuja de Parma, de Stendhal o Los desnudos y los muertos, de Mailer, en la literatura universal. En Colombia no hay una novela de ambición similar, pero hay novelas de excelente nivel sobre las guerras civiles del siglo XIX, como Luterito, conocida también como El padre Casafús, una novela breve de Tomás Carrasquilla, o las dos novelas de María Cristina Restrepo sobre las guerras civiles de 1864 y 1876 en Antioquia. Amores sin tregua y De una vez y para siempre. Sobre la violencia en Colombia, hay novelas de calidad: leer a Eduardo Caballero Calderón, Gabriel García Márquez, Manuel Mejía Vallejo, Tomás González, Evelio Rosero, Gustavo Álvarez Gardeazábal y Fernando Vallejo, y deberían mencionarse otros, es indispensable si uno quiere entender algo de lo que ha pasado en Colombia en los últimos cincuenta años. Por supuesto, hay diferencias entre ellas, tanto en su calidad literaria como en la solidez de su visión histórica.  

Jorge Orlando Melo
Publicada en Ámbito Juridico, 11 de junio de 2012

 

 

 

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Ultima actualización noviembre 2020
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