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Bolívar, la constitución y la reelección

 

En 1819, al inaugurar el Congreso de Angostura, Simón Bolívar leyó un discurso en el que expuso sus convicciones políticas en un lenguaje firme y claro: “la continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbre a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía. .. Nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”.

 A pesar de esto en 1827 Bolívar cedió a las presiones de los que querían que siguiera como presidente de Colombia y concentrara en sus manos todos los poderes públicos. La república enfrentaba graves problemas, y muchos de los dirigentes temían la anarquía si se mantenía vigente la constitución de 1821.  Por eso organizaron juntas de padres de familia para que, a nombre del pueblo, le pidieran a Bolívar que abandonara sus escrúpulos constitucionales, desobedeciera la constitución de Cúcuta y asumiera todo el poder.

Bolívar vaciló, pero finalmente cedió a las voces de sirena de sus colaboradores. Probablemente estaba convencido, como los generales Tomás Cipriano de Mosquera, Pedro Alcántara Herrán o Rafael Urdaneta, que sólo él podía impedir la catástrofe que parecía venir, la guerra civil o la destrucción del orden. En 1827 logró que el Congreso, violando la constitución de 1821, que había prohibido cualquier reforma antes de 10 años, convocar a una Convención Constitucional, que se reunió en Ocaña. Cuando esta Convención, que reflejó en su composición un país dividido, en el que probablemente cerca de la mitad quería que Bolívar siguiera el gobierno y modificara la constitución, mientras la otra se oponía, no acogió las ideas de Bolívar, éste, lleno de amargura y desilusión, anuló la carta constitucional e implantó la dictadura. Mientras los curas, el ejército y la aristocracia pedían su permanencia en el poder, la mayoría de los abogados e intelectuales insistían en el respeto a la constitución.

Fue una decisión trágica. En vez de consolidar la unión de Colombia, aceleró su disolución. Los opositores se radicalizaron y atentaron contra su vida, creyendo que podían volver a escenificar la conjura contra Julio César cuando acabó con la república romana.  Su herencia la disputaron  caudillos oscuros, que llevaron al país a la guerra civil en 1830. El Libertador, adorado por los pueblos, perdió bruscamente su popularidad y murió odiado por los que antes lo vitoreaban. Al poco tiempo el poder quedó otra vez en manos de los odiados juristas neogranadinos, de la gente del Colegio de San Bartolomé a la que no había querido “entregar la República” en 1828: en 1833 Santander regresó del exilio y fue elegido presidente.

Los acontecimientos históricos son siempre diferentes. No es posible deducir la conveniencia o inconveniencia de una decisión política como la de la reelección actual por las circunstancias de 1828. José Obdulio Gaviria, sin embargo, ha querido recordar en una reciente columna en El Tiempo los dilemas que enfrentaba el Libertador para  establecer un paralelo con las vacilaciones de Uribe. Pero ha sacado las consecuencias más gratuitas e inesperadas: en vez de deducir del fracaso de Bolívar, que se dejó arrastrar por los consejos de amigos y consejeros, que es mejor respetar las instituciones y no caer en la tentación de creerse el gran taumaturgo, la única solución posible, concluye que hay que hacer lo mismo que llevó a Bolívar al fracaso.

Como es usual, Bolívar puede esgrimirse para defender posiciones contrapuestas, pero de este caso es difícil deducir algo diferente a que falló al no resistir las presiones de sus amigos. Si uno cree que puede aprender algo de la experiencia del Libertador, lo lógico es pensar que es un grave error seguir a Bolívar justamente en la peor equivocación de su vida, la decisión que más ayudó a debilitar el respeto de los colombianos por las normas que los gobernaban y la que empañó para siempre su figura histórica.

Jorge Orlando Melo
Publicado en Ámbito Jurídico, junio 1 de 2009

 
 
 

 

 

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