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Carrasquilla, novelista crítico sin críticos

 

 Es mejor leer al novelista que a sus críticos

Tomás Carrasquilla tiene buenos lectores pero extraños críticos. Para una antología del disparate erudito no habría mina mejor que lo escrito sobre él. Muchos expertos lo comentan sin leerlo, o sin entenderlo, probablemente por las arbitrarias teorías que le aplican. Esos críticos han creado la imagen falsa de un autor de cuadros de costumbres, que exalta las formas de vida rural de la región, complaciente, conservador y bucólico, sin profundidad psicológica, cuyo interés está sobre todo en la reivindicación y defensa del lenguaje local, o han inventado, sobre todo recientemente, unos Carrasquillas inverosímiles.

Por ejemplo, un erudito profesor universitario escribe en su Manual de Novela Colombiana que en Frutos de Mi Tierra, “Carrasquilla logra retratar la abyección y desdicha de los campesinos antioqueños, sin llegar a caricaturizarlos. Su mayor mérito aquí está en la capacidad de descripción y en la caracterización de los personajes que logran trasmitir el juego de sus pasiones y los rasgos fuertes y sobrios de su personalidad.” Se necesita esfuerzo para encontrar campesinos en esta obra, que es tal vez la más interesante novela urbana latinoamericana del siglo XIX. En realidad, la obra cuenta dos historias de amor en Medellín; la de una usurera y un estafador bogotano que la enamora y le roba todo-el fruto podrido-, y la de independiente e ingeniosa hija de un rico comerciante y un estudiante caucano. Por su parte, tres conocidas escritoras dicen que Ligia Cruz, personaje de otra novela sobre Medellín, es ejemplo de “mujeres emprendedoras, democráticas, ajenas a la tradicional “matrona antioqueña”, que ven coartadas sus ilusiones y su proceso de autoafirmación por el medio social”. En realidad, Ligia es una jovencita ilusa, mezcla de Cenicienta frustrada y Madame Bovary, que se enamora de la foto de un joven médico de buena familia y, después de sufrir el desprecio de la pretenciosa sociedad local y de un ingenuo esfuerzo por volverse elegante, muere delirando, soñando que su amado va a ir por ella a su pueblo. Se necesita mucho para encontrar rasgos de mujer emprendedora en la pobre Ligia. Finalmente, (y para no citar más apreciaciones despistadas), en una colección de eruditos trabajos de autores extranjeros publicada por la Universidad de Antioquia, algunos demuestran, por asociación libre y arbitraria, que Frutos de mi tierra es una novela contra el materialismo, el progreso, el auge comercial y el abandono de lo propio que trajo el proyecto regenerador de Núñez. Aquí no solo tergiversan la novela sino la regeneración, que fue proteccionista, católica y tradicionalista.

Es verdad que algunos críticos –Kurt Levy, Jorge Alberto Naranjo o Fabio Botero Gómez, por ejemplo- lo han leído y entendido. Pero lo que hay que hacer es leer las novelas de Carrasquilla, el infatigable lector, el que nunca se graduó por perder su tiempo leyendo literatura, el fundador de la primera buena biblioteca pública del país, la del Tercer Piso de Santo Domingo. Y el que lea Frutos de mi tierra (o Grandeza, la trágica descripción de las ilusiones de figuración social en Medellín) encontrará en esta divertida obra, escrita hace más de 100 años, la sátira a una ciudad en la que todos se esfuerzan (todavía?) por ser más nobles que la Virgen y desprecian al que no es de buena familia, blanco y rico. En la que unos pocos personajes, los que no creen en las apariencias, en que la plata lo limpia todo, en el color de la piel, en el gusto por alardear de la sociedad de Medellín–como don Pacho Escandón, un empresario rico, boquisucio e igualitario o su hija Pepa, ingeniosa, culta y libre-, reciben la aprobación del novelista, el burlón e irónico crítico de la simulación social, de las apariencias y del racismo paisa.

Jorge Orlando Melo
Abril 29 de 2008

 
 
 

 

 

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