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La cultura en los medios: ¿puede sobrevivir una página literaria?
 

Desde que aparecieron en 1873 las páginas literarias de La América, uno de los primeros suplementos literarios de nuestra historia, hasta hace unas pocas décadas, las páginas culturales fueron motivo del orgullo de los periódicos, que querían recoger y divulgar los poemas, cuentos y ensayos de los pocos intelectuales de la Atenas suramericana. La Luz, El Correo de las Aldeas y otros como ellos ofrecían a las familias el contacto con la literatura local y universal e incluían novelas de folletín, en las que capítulo a capítulo se iba avanzando semanalmente hasta el desenlace final.  

El hábito persistió y los diarios del siglo XX hicieron de la página literaria uno de sus motivos de orgullo:.el suplemento literario de El Colombiano se preció de haber sido ilustrado por el joven Fernando Botero. El Tiempo inauguró su primer suplemento, “Lecturas Populares”, en 1915, que se transformó al poco tiempo en Lecturas Dominicales, entre cuyos directores estuvieron Alberto lleras Camargo, Germán Arciniegas y Hernando Téllez. En las páginas literarias de El Espectador se publicaron los primeros trabajos de Gabriel García Márquez, y hasta el primer capítulo de Cien años de soledad, antes de que se convirtiera en el Magazín Dominical. 

Estos suplementos respondían a un tipo de periódico algo elitista, que trataba de formar la opinión pública y creía que su función era de educación y orientación del país. El alfabetismo, reservado a una minoría social y laboral,  llevaba ineluctablemente a una cultura letrada: quien sabía leer y escribir se convertía en un profesional, o al menos en un artesano, culto.  

Los cambios en el negocio de los periódicos, que empezaron a conquistar un público masivo recientemente alfabetizado y que en general no lee, estrecharon el espacio de la actividad cultural: el deporte, la farándula y la vida de los famosos y poderosos aparecieron como el cebo apropiado para capturar ese nuevo público de lectores iletrados, mientras que los lectores con algo de formación literaria o artística pasaron a ser una minoría, de poco peso comercial, en la demografía de los lectores.  

Los periódicos, por otra parte, ya no dependen económicamente de los lectores, sino de los anunciadores, que son los que realmente los pagan. Esto explica en buena parte que el periódico, en vez de pretender formar a sus lectores, como quiso hacerlo desde el siglo XVIII hasta hace veinte o treinta años, haya descubierto que debe adoptar lo que E. B White llamó el "periodismo veleta", que hace encuestas para averiguar los hábitos, gustos y opiniones de su público, para girar hacia donde suple el viento. El ideal es pues ponerse a la altura del nivel cultural promedio o hasta marginal de los lectores, para no espantarlos. 

En este ambiente es lógica la drástica caída del nivel de los suplementos literarios del país, la disminución del espacio de que disponen -muchas veces reemplazado por rellenos tomados de publicaciones internacionales- y el cambio en el cubrimiento de las actividades culturales. Algunas teorías de la antropología y del análisis de los medios han servido para justificar una redefinición del campo de lo cultural: la cultura puede ser todo, la comida y los restaurantes, la ropa, todo lo que comunica una posición social, dirige un mensaje de afirmación personal, la forma de amar o de matar, el producto del escritor, el chiste popular o el balbuceo gramatical del periodista. Por ello, para ciertos periódicos la cultura, a la que se asigna un poco incongruentemente una página (si todo es cultura, la página roja y la de política son páginas culturales, pues las maneras de matar o masacrar, o de hacer fraudes electorales, son una expresión esencial y muy propia de nuestra cultura), es ante todo el consumo comercial masivo de entretenimiento: cine, discos, sobre todo de música juvenil, y el mundo ancho y ajeno de la moda y la farándula. Un mundo que los medios estimulan e inflan, y al que luego, en inevitable consecuencia, deben someterse. 

¿Tiene sentido esforzarse, como quiere El Espectador, para mantener unas páginas sobre las formas de creación cultural complejas en la prensa masiva? Tiendo a ser escéptico: contradice demasiado la lógica del mercadeo que cada vez pesa más en los periódicos. Tendría sentido si nuestro sistema educativo, que apenas recientemente logró enseñarle a leer a la mayoría de la población, logra formar personas con gusto por la literatura o por las artes, las que tienen algo de vocación clásica, de encanto por lo que dura y perdura, no por las artes del minuto, el libro del día, la canción de la semana, el artista del mes. Es posible que se esté formando ese público, como lo muestra la expansión de la lectura de los últimos 30 o 40 años. Pero todavía es muy minoritario y estamos lejos de la situación de Buenos Aires, Madrid o México, donde se vive una sorpresiva euforia, un renacimiento insólito de los suplementos literarios.  

Por ello, entre nosotros y ahora, un suplemento que quiera ser algo más que un registro de eventos y espectáculos, de best sellers y de productos de consumo masivo es una apuesta audaz y probablemente perdedora. Soy muy escéptico sobre las posibilidades de que haya un nicho para un suplemento cultural decente, pero me gustaría que El Espectador ganara esta apuesta.

 

Jorge Orlando Melo
Julio de 2001.

 
 

 

 

Derechos Reservados de Autor. Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
Ultima actualización noviembre 2020
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