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Educando a los campesinos y formando a los ciudadanos cambio social y bibliotecas públicas en Colombia
 

Bibliotecas y ciudadanía 

Durante gran parte de la historia colombiana, las bibliotecas fueron más sueño que realidad. La mayoría de la población era analfabeta, y las bibliotecas fueron señales de riqueza y distinción social, útiles para una pequeña elite intelectual y sus instituciones culturales. Sin embargo, en varios momentos los dirigentes culturales o políticos vieron a las bibliotecas como fuerzas de cambio social, como mecanismos para expandir la ciudadanía en el país. 

La Biblioteca como instrumento de formación de la identidad nacional 

Como en muchos países latinoamericanos, en el siglo XVI una sociedad letrada impuso su poder sobre muchas comunidades que desconocían la escritura. La pluma y el papel fueron algunas de las armas que permitieron a un pequeño grupo de europeas derrotar y subyugar populosas sociedades indígenas.  

Los colonos españoles desarrollaron una cultura que daba un gran valor al conocimiento y el saber. El fundador de la Nueva Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada, escribió polémicas eruditas y narraciones históricas. La ley española protegía los libros y los eximía de impuestos. Como decía la Orden Real de 1548 “"Considerando los Reyes de gloriosa memoria cuanto era provechoso y honroso que a estos sus Reinos se trajesen libros de otras partes, para que con ellos se hiciesen los hombres letrados, quisieron y ordenaron que de los libros no se pagase alcabala; y …ordenamos y mandamos..que de aquí en adelante que todos los libros que se trajeren a estos nuestros Reynos…no se pague ni lleve almojarifazgo, ni diezmo, ni portazgo, ni otros derechos algunos".[1]  

Sin embargo, los libros tenían una circulación limitada y con frecuencia fueron censurados. No se esperaba que los indios supiesen leer y escribir, y solo algunos de los blancos, una proporción muy pequeña de la sociedad (en 1778 eran el 25% de la sociedad), tenía contacto con los libros. [2] Para la mayoría de la sociedad, incluyendo las mujeres de los grupos sociales elevados, la cultura era oral y visual: todos aprendían de memoria el catecismo del padre Gaspar Astete y recibían en la iglesia, por medio de la palabra del sacerdote y de las imagines sagradas, las nociones fundamentales de religión, moralidad e historia sagrada.

A fines del siglo XVIII los blancos criollos habían comenzado a desarrollaron algunos rasgos de identidad, y la cultura del libro fue parte crucial de este proceso: leyendo los autores europeos de la Ilustración, debatieron la riqueza y las cualidades de América, conocieron los conceptos básicos de la historia natural, la cual les permitió colaborar con el inventario de la flora local. Los libros de científicos y filósofos políticos se volvieron preciosos: los criollos estaban dispuestos a veces a hacer grandes esfuerzos, por ejemplo, para hacerse a una copia de la Encyclopedie Methodique, de Diderot y D’Alambert.[3] 

 En 1767 el gobierno colonial español expulsó a los Jesuitas de América. Francisco Antonio Moreno y Escandón era uno de los funcionarios y burócratas más notables del Nuevo Reino: graduado de la Universidad Jesuita, enseñó en la Universidad, viajó a España y volvió con cargo de fiscal de la Real Audiencia: fue el segundo criollo en ocupar un puesto en el más alto cuerpo de gobierno y justicia de la Nueva Granada. En los años siguientes se convirtió en el funcionario más poderoso del virreinato: consejero de los virreyes, acumuló diversos cargos, muchas veces simultáneos, que siempre desempeñó con diligencia; fue, además de Fiscal, defensor de indígenas, juez de monopolios. Redacto las instrucciones para la expulsión de los jesuitas, y fue posteriormente miembro de la Junta encargada de administrar los bienes que se les habían confiscado, así como Director de Estudios del colegio de San Bartolomé, que había sido también de la misma orden  

Moreno y Escandón propuso en 1768 que, para reemplazar la Universidad de los jesuitas, se creara Universidad pública, de modo que los laicos se librarían del “pesado yugo” que sufrían bajo los maestros eclesiásticos. En 1774, mientras la propuesta estaba todavía en estudio, escribió un Nuevo plan de de estudios, en el que ordenó que se enseñaran matemáticas, física y derecho público, mientras se abandonaban “las sutilezas de la filosofía escolástica” y que la enseñanza siguiera autores modernos. Como parte de estas ideas, propuso también que se creara una biblioteca pública. Como escribió en 1774, “"siendo la instrucción y arreglo de estudios, uno de los primeros objetos que ocupan la real atención del soberano, y contribuyendo con su logro el establecimiento de una Biblioteca Publica, donde puedan acudir los estudiosas de todas facultades, e instruirse de noticias sólidas y verdaderas, que muchas veces se ignoran por falta de buenos libros, mayormente en estos remotos dominios donde escasean y son costosos, será muy provechoso que después de separados los libros de doctrinas laxa y máximas perniciosas y escogidos los mas seguros, sanos y útiles, se forme dicha Biblioteca "  

Cuando el virrey aprobó el plan, el infatigable burócrata hizo de su propia mano el inventario de los 4784 libros existentes, confiscados a los colegios jesuitas de la Nueva Granada. La Biblioteca Pública de Santafé se abrió en 1777 en el Colegio de San Bartolomé. Fue la primera biblioteca pública de América, abierta a todos y sostenida con recursos fiscales. Moreno y Escandón salio de la Nueva Granada en 1780, cuando recibió el cargo de oidor de la Audiencia Real de Lima, y nunca volvió a ver el fruto de sus esfuerzos. [4] 

La librería se hizo para atender a los estudiantes más pobres, en una sociedad cuyo cambio cultural era evidente. Después de un siglo en el que la enseñanza se basó en la teología y la física medievales, in 1765 José Celestino Mutis se atrevió a enseñar, en medio de grandes polémicas, un curso de física en el que defendió la teoría copernicana. Los criollos educados querían que las universidades sirvieran para impulsar el crecimiento económico, enseñanza química, mineralogía y ciencias naturales. Algunos estudiosos se unieron, bajo Mutis, a la Expedición Botánica y describieron y dibujaron miles de especies de la flora local. La biblioteca privada de Mutis, muy rica en obras del siglo XVIII, se añadió en 1922 a la biblioteca pública.  

Durante los últimos 30 años del régimen colonial, la biblioteca fue usada por los estudiantes universitarios y, aunque muchos consideraban que sus libros eran en general ejemplos de oscurantismo medieval, fue un centro de debate intelectual. Entre 1791 y 1797 publicó el primer periódico del país, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá. En vista del atraso de las colecciones el bibliotecario y director del periódico, Manuel del Socorro Rodríguez, regaló mucho de sus libros a la biblioteca. Antonio Nariño propuso en 1793 que se formara una biblioteca por “suscripción” de los literatos, para comprar “los mejores diarios y gacetas extranjeras, los periódicos enciclopédicos y otros papeles similares. Los miembros se reunirán a horas señaladas, leerán las gacetas, las criticarán y hablarán de estos asuntos, usando sus horas en forma entretenida pero útil” [5] 

Para los intelectuales la biblioteca era la herramienta para dar a los estudiosos la oportunidad de adquirir un conocimiento adecuado a las realidades americanas: fue también un instrumento para los primeros esfuerzos de definir una identidad nacional. Ayudó, junto con programas como la Expedición Botánica, a formar el grupo que encabezó la revuelta contra España en 1810. El triunfo de la Guerra, sin embargo, trajo decadencia a la biblioteca: la mayoría de los científicos y escritores fueron ejecutados o murieron durante la guerra de independencia, y un nuevo grupo dirigente, formado en 15 años de batallas, desplazó a los universitarios. 

La biblioteca como guardián de los hechos heroicos de la nación  

Precisamente un obscuro coronel de las guerras de independencia, Anselmo Pineda, ofreció en 1851 a la Biblioteca Nacional, como se llamaba entonces, la venta de su colección personal de libros y periódicos colombianos. Había reunido en 30 años de obsesivos esfuerzos, casi todo lo que se había publicado en Colombia, Ecuador y Venezuela: más de 6000 títulos, entre libros, folletos, periódicos y hojas sueltas. Pocos de ellos estaban en la Biblioteca, a pesar de que desde 1834 una ley ordenaba que todo impreso hecho en el país debía ser depositado en ella.  

Como el gobierno no se animó a comprarla, Pineda decidió regalar la colección, pero fijó varias condiciones. Pineda señaló que como había gastado gran parte de sus recursos comprando estos materiales en todo el país, tuvo que empastarlos, para ahorrar dinero, por tamaños, uniendo en cada volumen libros sobre asuntos muy heterogéneos. Por lo tanto, para poder usarlos se requerían buenos índices: el los había elaborado y puso la condición de que el gobierno los publicara, lo que serviría también para “dejar constancia de ellos, por los que puedan extraer o repelar de los volúmenes, gentes malignas e interesadas en la desaparición de algunas piezas”.[6] Pineda entregó su colección, pero los índices sorprendentemente detallados que hizo nunca se publicaron, y pueden verse aún manuscritos en la Biblioteca Nacional: 10 listas muy decoradas con referencias cruzadas por autor, título, sitio de edición, fecha y palabras claves.

Unos 15 años después Pineda se quejó amargamente: muchos documentos se habían perdido, el catalogo seguía sin publicar y la Biblioteca no había comprado nuevos materiales para mantener la colección al día. Según él, “si hubiera imaginado siquiera remotamente que no se cumplirían la condiciones de mi gratuita cesión, no me hubiera atrevido a defraudar aquella parte del pan de mi familia.”. Pero siguió coleccionando toda clase de impresos y afirmó que estaba dispuesto a dar otros 6000 documentos que tenía, si el Gobierno se comprometía a conservarlos bien. Ofreció 1440 pesos que se le debían de sus pensiones como coronel para comprar estantes y hacer los índices de la parte nueva. En los debates que tuvieron lugar una comisión de ciudadanos escribió al Congreso: “Reflexionad, Ciudadanos Senadores i representantes, que vais a salvar las fuentes más preciosas de nuestra historia, poniendo a cubierto de Eróstratos colombianos unos documentos cuya propiedad y conservación honran a la república”.[7] Así, casi por obra una sola persona, a la que después el gobierno le reclamó haber usado la pensión para contratar un índice y no hacerlo personalmente, como se había comprometido, la Biblioteca Nacional se convirtió en el orgulloso depósito de los registros de la historia colombiana. Como decía Pineda: “En esta colección hallarán un auxilio seguro el diputado que no pudo traer sus libros a la capital i quiera datos para la buena formación de las leyes i evitar el empirismo, el empleado a quien el gobierno elige para la dirección i manejo de los negocios y quiere el acierto en sus resoluciones—en fin, según sean sus exijencias y situaciones de los lectores, serán satisfechas hasta donde los trabajos del injenio y el patriotismo nacionales lo permiten…”[8]. Durante el resto del siglo, fue una biblioteca para historiadores y eruditos, y se desarrollo lentamente, con escaso apoyo del gobierno. Algunos catálogos se publicaron, y las colecciones crecieron ante todo por la generosidad de algunos particulares, pues casi nunca tuvo presupuesto para comprar libros.  

La biblioteca como camino a la ciudadanía 

Las bases legales de la sociedad estamental y segregada de la colonia desaparecieron con la independencia. Las constituciones de la nueva nación eran liberales y republicanas, y declaraban a todos los hombres iguales. Sin embargo, para gozar efectivamente de sus derechos los ciudadanos debían aprender a leer y escribir: como en casi toda América Latina, el derecho a votar se reservó a los propietarios y a los que superan leer y escribir.  

Algunos políticos liberales creían que los objetivos democráticos no se lograrían sin la participación de todos los ciudadanos, y esto requería el sufragio universal. En 1853, después de que se abolió la esclavitud, la constitución consagró el voto universal. Pero los campesinos, dirigidos por patronos y curas, votaron en su mayoría por los conservadores. Cuando los liberales volvieron al poder en 1861 habían llegado a la conclusión de que solo la educación podía cambiar una sociedad en la que el 90% o más eran parte de un campesinado analfabeta, al que consideraban atrasado, supersticioso, ignorante y ajeno a las técnicas modernas. Desde entonces los liberales apoyaron en teoría el sufragio universal pero reestablecieron restringir otra vez el voto a los que supieran leer, los únicos que suponían que podían votar con independencia. Los conservadores, aunque temerosos de abrir el camino a la demagogia y dar poder a las masas, a veces estuvieron dispuestos, por rezones de conveniencia, a apoyar el sufragio universal.  

Por las razones anteriores, los gobiernos liberales, de 1863 a 1886, trataron de desarrollar un sistema educativo que debilitara a la larga el control clerical y conservador del campesinado. En 1870 crearon escuelas normales para formar maestros en todos los Estados, trajeron educadores alemanes para prepararlos y ampliaron la educación básica. Como lo dijo el presidente Eustorgio Salgar en 1870 “Nos hemos contentado con cambiar el aspecto de la legislación, pero no hemos hecho nada para hacer penetrar las reformas en esa gran masa inerte de población que no cambia ni con el nievo ni con las revoluciones. Es imposible fundar la república sin formar primero a los ciudadanos. A la urna electoral y al asiento del jurado no se llega sino fon la cartilla y guiado por le maestro de escuela… “[9]. Como no había libros fuera de las grandes ciudades – y las escuelas, como había señalado un sorprendido viajero en 1851, no tenían libros[10]-, el Decreto Orgánico de la educación ordenó en 1870 a los municipios crear ““Promover la formación de bibliotecas populares y el establecimiento d e sociedades literarias científicas e industriales con el objeto de fomentar la afición a la lectura y dar aliento al trabajo en todas las clases sociales”.”[11] En las escuelas, pensaba el gobierno, debía dar al menos un libro –la cartilla de leer- a todos los alumnos, pues aunque "todas las demás materias pueden enseñarse oralmente, para aprender a leer es preciso que cada niño tenga su libro”.[12] 

 Esta fue la primera vez que las bibliotecas públicas se convirtieron en parte de los programas del gobierno. En un país en el que la democracia era la base expresa del orden político, pero la ciudadanía real se reservaba a menos del 5% de la población, la expansión del alfabetismo era una forma obvia de ampliar la participación política popular. Las premisas implícitas eran que la cultura oral y visual campesina era atrasada y debía ser reemplazada por una basada en el libro y la palabra escrita, identificada con la modernidad y la razón. En este argumento condensaban los liberales su visión del campo colombiano como una sociedad feudal, en la que una elite de terratenientes usaba todas las formas de poder –económico, cultural y político- para dominar al pueblo. Por lo tanto, el programa de educar a los campesinos no era simplemente un mecanismo educativo: en el fondo quería cambiar la estructura social del mundo rural.  

Esto explica el primer fracaso del programa: en 1876 el Partido Conservador y varios obispos apoyaron una revolución contra la reforma educativa y los malvados esfuerzos de establecer la educación obligatoria. En los años difíciles que siguieron se siguieron abriendo escuelas, pero no bibliotecas. En 1886 los conservadores ganaron otra vez el poder y, pese a que estaban dirigidos por intelectuales y gramáticos de altas cualidades, no se abrieron nuevas bibliotecas. La idea de que el libro debía desplazar el mundo de la tradición fue desafiada por Miguel Antonio Caro, el más notable de los intelectuales conservadores, quien había sido librero y director de la Biblioteca Nacional a partir de 1880, y presidente de Colombia en varias ocasiones entre 1888 y 1898: “la escritura no entró en los planes primitivos de la Providencia respecto de la especie humana, y … hoy mismo, las buenas costumbres, base esencial de la ciudadanía en una República bien ordenada, no se propagan por la lectura, sino por la tradición oral y los buenos consejos.”[13] 

La biblioteca de los escritores 

En 1897 el viajero francés Pierre d’Espagnat pasó por un pueblito antioqueño, Santo Domingo. Poco más que una aldea, con 8000 habitantes dispersos, la mayoría campesinos y mineros. Pero el poblado, en un sitio donde indios y esclavos habían sido pocos, tenía una escuela pública, algunos agricultores, comerciantes y mineros ricos y muchos pequeños propietarios, que mandaban sus hijos a la escuela. Lo que más sorprendió a D’Espagnat fue la rica biblioteca, interesante y bien provista, atendida por un joven y activo bibliotecario.[14]  

Esta curiosa biblioteca había sido creada en 1893 por un grupo de lectores entusiastas que decidieron crear una biblioteca por suscripción. Pagaban una cuota mensual y lograron que les llegaran libros desde Paris y Madrid. En 1908 la biblioteca tenía ya 3800 libros y se preciaba de que la lectura se había extendido a todos los grupos sociales: “El amor a la lectura y las aficiones literarias que en un principio apenas si se podían señalar en contados individuos de estas sociedad, han venido aumentando día por día….Incalculables son los beneficios que ha producido este movimiento intelectual. El artesano hallará en el libro, sin salir de su casa, el solaz que antes le faltaba; hállalo el comerciante en su propio almacén, con el volumen que le ilustra y le divierte en sus ratos de ocio; la mujer entretiene sus veladas con las amenas páginas que, educándole el sentimiento, la preservan de la ociosidad mental, ese escollo de la mujer Antioquia….”. [15]  

Sabemos algo de uno de los fundadores, que acababa de llegar de Medellín, donde había estudiado derecho. De acuerdo con el rector de la Universidad, no se graduó por perder el tiempo leyendo: “la lectura constante de novelas explica los malos resultados de este estudiante” El registro de préstamos nos muestra que en pocos meses sacó novelas de Pérez Galdós, Tolstoi, Chejov, Valera, Daudet y muchos más, que este omnívoro lector devolvía uno o dos días después. Para La Guerra y la Paz, sin embargo, necesito seis días. Ya anciano, recordó el pueblo “frío, feo y faldudo” y sus inclinaciones: ““La indolencia, la pereza y algo más de los pecados capitales, a quienes siempre he rendido ardiente culto, no me dejaban tiempo para estudiar cosa alguna ni hacer nada en formalidad. Mas, por allá en esas Batuecas de Dios, a falta de otra cosa peor en qué ocuparse, se lee muchísimo. En casa de mis padres, en casa de mis allegados, había no pocos libros y bastantes lectores. Pues ahí me tenéis a mí, libro en mano, a toda hora, en la quietud aldeana de mi casa. Seguí leyendo, leyendo, y creo que en el hoyo donde me entierren habré de leerme la biblioteca de la muerte, donde debe estar concentrada la esencia toda del saber hondo. He leído de cuanto hay, bueno y malo, sagrado y profano, lícito y prohibido, sin método, sin plan ni objetivos determinados, por puro pasatiempo...".” [16] Además de leer, oía los cuentos de las viejas de la región. En un grupo literario de Medellín sostuvo que había tema novelable en Antioquia, y desafiado por sus colegas de tertulia –entre ellos dos jóvenes literatos que se convertirían en presidentes de la República, Carlos E Restrepo y Pedro Nel Gómez, in Antioquia- hizo lo posible por demostrarlo: durante los siguientes 40 años Tomás Carrasquilla publicó decenas de cuentos y novelas, basados en buena parte en las tradiciones orales de Santo Domingo, y recibió en 1936 el Premio Nacional de Literatura.  

Sabemos de otros de los fundadores. El primer promotor se convirtió en el conocido novelista Francisco de Paula Rendón, Ricardo Olano dirigió por años la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín e importó a Colombia la planeación urbana. Justiniano Macias fue un educador de prestigio nacional, Claudino Arango fundó un imperio comercial y tres o cuatro más se convirtieron en notables profesionales e industriales. Otro, Leocadio Arango, formó la primera gran colección de orfebrería precolombina del país.  Este pueblito, donde la lectura era desde antes una pasión desmesurada, produjo un número desproporcionado de intelectuales, profesionales y empresarios[17]. Pasión similar existió durante algunos años en el Estado de Antioquia. En Medellín se abrió una biblioteca pública en 1881, y en 1888 existían cuatro bibliotecas que arrendaban libros. En 1915 un café, donde se reunión los jóvenes escritores que publicaban la revista Panida, anunciaba “La mejor de Medellín. Mil ejemplares casi todos nuevos y todos limpios y en buen estado. Obras científicas, viajes, novelas, historia, poesía, etc., etc., de los más connotados autores. Tenemos el gusto de ofrecerla al público y muy especialmente a las damas de esta capital”.[18] 

Estas bibliotecas eran señal de la extensión del saber letrado de los grupos altos a las nuevas clases medias y artesanales. El alfabetismo crecía y llegaba a las capas obreras urbanas y a algunos sectores rurales. El conocimiento ofrecía un camino para librarse de la pobreza y la segregación. En Antioquia, donde la educación, impulsada con fervor por conservadores y liberales, había avanzado más que en el resto del país, el saber y la cultura eran definidos como los caminos al progreso social. Medellín, una ciudad comerciantes, adquiría sofisticación y elegancia a través de la cultura: se hicieron frecuentes las exhibiciones de arte, aparecían revistas literarias publicadas por grupos en los que se unían los herederos de las grandes fortunas con los más típicos escritores de clases medias.  

Sin embargo, las librerías no mejoraron mucho entre 1900 y 1950, y mientras la economía de la ciudad crecía rápidamente, los impulses culturales se estancaron. Para 1930 la mayoría de los periódicos literarios se habían cerrado y la industria y el dinero se habían convertido, de acuerdo con los desilusionados poetas, en la ambición única de los antioqueños. 

En el resto del país se crearon algunas bibliotecas, junto con escuelas de secundaria y periódicos locales, en pequeñas y medianas ciudades que querían recibir los beneficios del progreso. Pero eran bibliotecas pobres, mal manejadas y de poco impacto. Incluso en Bogotá la Biblioteca Nacional era, según lo afirmaba su director en 1923, una vergüenza publica. En 1921 había tratado de organizar un sistema de préstamo, que confirmaba la visión tan elitista que se tenía de la biblioteca: cuando un periódico protestó por el depósito que había que hacer al prestar un libro, alegando que era más de lo que ganaba un obrero al día, el director explicó que la biblioteca no estaba pensada para la gente del pueblo: ¿cómo podrían obreros y artesanos usar los libros de préstamo, si los 500 títulos que la componía estaban todos en francés?[19] 

La biblioteca para el pueblo: la revolución en marcha.  

En 1930, el partido conservador, después de casi 50 años de hegemonía, perdió las elecciones. El nuevo gobierno liberal quería transformar la vida y la mente de los colombianos. Los intelectuales y el gobierno promovieron una idea nueva de nación y de la cultura popular. En su opinión, los problemas del país y las dificultades para convertirse en una nación moderna provenían ante todo de la separación entre las clases dirigentes, que despreciaban al pueblo, y las masas, excluidas de las pocas escuelas del país. Para formar una nación real había que eliminar el abismo entre la cultura de los dirigentes y las masas y esto exigía reconocer el profundo valor de la cultura popular. Incluso si seguían viendo al pueblo como atrasado, lo mismo que 60 años antes, ahora cargaban toda la culpa en las elites, que despreciaban los rasgos de la identidad nacional y atribuían los males del país a las características raciales de las masas, pero querían mantenerlas en la sujeción, con ayuda ante todo de la iglesia.  

Siguiendo la inspiración de la revolución mexicana, el gobierno creía que la cultura popular era una parte valiosa de la nación y tenía que ser promovida, conocida, recogida y guardada, y que la alta cultura debía alcanzar al pueblo. El balance entre lo popular y la cultura internacional contribuiría a formar un país rico y avanzado: los intelectuales debían aprender de la creatividad popular, mientras que los campesinos debían aprender a leer y escribir, aprender a disfrutar los productos de la traducción cultural y artística de occidente y adoptar el progreso y las nuevas tecnologías.  

En 1931 Daniel Samper Ortega, un intelectual de orígenes patricios- su abuelo había sido el candidato presidencial del liberalismo en 1898- fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, un cargo que ocupó hasta 1938. Según Samper, cuando llegó a su cargo “pensábase que la biblioteca era un hacinamiento de libros, propios apenas para entretener a los desocupados o para laboriosas pesquisas eruditas: pero no se había imaginado que es una de las palancas mayores para las fuerzas dormidas del país y para la creación de riqueza pública y privada”.[20] El libro fue entonces adoptado como arma en una cruzada para traer la cultura al pueblo. La Biblioteca redefinió sus metas: eran tan amplias y variadas que apenas podemos mencionar algunas.[21] 

La biblioteca trató de modernizarse, mejorar sus servicios y buscar nuevos públicos. Empezó a comprar libros de ciencia y tecnología, aumento sus colecciones de libros latinoamericanos mediante un activo canje, compró colecciones privadas y publicó catálogos de sus colecciones más valiosas, como la de manuscritos y libros de Anselmo Pineda: un nuevo catálogo, que no tenía todas las opciones de búsqueda y los índices que había hecho su donante-. Reabrió el servicio de préstamo, y enviaba los libros a la casa de sus afiliados. Hizo un serio esfuerzo de catalogar la colección, siguiendo, con la asesoría de Mr. Janeiro Brooks, bibliotecario de la Unión Panamericana, el sistema Dewey. En 1936 se inauguró un nuevo edificio y en 1934 vio la luz una revista ilustrada, Senderos: publica artículos académicos, estadísticas culturales y facsímiles de muchos tesoros de la biblioteca.  

Pronto la Biblioteca se lanzó hacia pronto a programas muy audaces. Samper escribió en el primer número de Senderos, la biblioteca tenía que dejar de ser  “lo que hasta hace poco se entendía por Biblioteca, es decir un depósito de libros sin vida que esperan con paciencia la visita del lector para que les limpien el polvo… La biblioteca Nacional…tendrá radiodifusora, porque las masas campesinas, que en lo general no saben leer, han de ser atraídas a la civilización por en medio que, como la radio, sirva para divertirlas instruyéndolas” Y añadió “En América necesitamos que las bibliotecas sean organismos vivientes… que trabajen con el Ministerio de Educación en la tarea de redimir a los hombres de la ignorancia”[22] 

Esto definía el objetivo de las nuevas políticas: cambiar las mentes de las gentes del campo. Se veía a los campesinos, en forma algo paternalista, como niños que debían ser guiados, paso a paso, a la cultura. Pero al mismo tiempo, siguiendo la idea de que la cultura popular tenía muchos tesoros ocultos, la biblioteca comenzó un esfuerzo sistemático por recoger datos sobre ella. En 1933 inicio una encuesta que pidió a los maestros y las autoridades municipales informar sobre una variedad abrumadora de temas: las condiciones de vida, la producción agrícola, los problemas de salud, las carreteras, mercados, acueductos, escuelas, salones culturales, bibliotecas. Incluso se les pidió dar el nombre de todos los intelectuales y escritores locales, las tertulias literarias y la lista de todo lo que hubieran publicado. El volumen de información generado por esta locura estadística sobrepasó la capacidad de la biblioteca. Aunque publicó muchas estadísticas sobre bibliotecas, escuelas, periódicos, imprentas y otras instituciones culturales, la mayoría de la información debe estar aún en su forma original, y en 1938 el director se quejó de que siquiera un congresista había consultado algunos de los centenares de informes locales que se habían recibido. La Biblioteca quería usar esta información para mejorar los programas de divulgación cultural que iba a emprender, sabiendo de antemano como eran las condiciones culturales de cada región. Posteriormente se organizaron grupos de sociólogos y antropólogos, que viajaron a diferentes zonas del país para recoger información folclórica.  

La difusión cultural comenzó con la creación de la emisora HJN, que desde 1932, al terminar la guerra con el Perú, fue entregada a la Biblioteca. Conferencias sobre historia, educación, literatura, agricultura y muchos otros temas se trasmitían cada día, en un experimento que era totalmente nuevo. Durante el primer año las conferencias de autores locales fueron más de 800.  

También adoptó inmediatamente el cine. Se organizaron “misiones culturales”, para ir a los pueblos y veredas, especialmente a aquellos donde “las influencias educativas del gobierno llegan raras veces”, para hacer conferencias, distribuir libros, mostrar películas educativas e incluso “hacer exposiciones de grabados que ayuden a mejorar el gusto estético”. En la plaza del pueblo se daba una conferencia y se proyectaban las películas en sábanas, con proyectores que llegaban en carro cuando era posible, pero en muchos casos, como explicó Samper, en dos baúles cargados en mula, uno para el proyector y otro para la planta eléctrica, que no existía en casi ninguno de los municipios del país. Se trajeron películas educativas de otros países y en 1934 la misma biblioteca filmó la primera película cultural colombiana: “Hagamos patria”.  

La meta principal era llevar el libro era llevar el libro a todos los sitios del país. Para ello organizó primero bibliotecas viajeras, formadas por manuales elementales sobre asuntos prácticos y algunas obras literarias, que se llevaban en las misiones culturales. El nuevo ministro de educación decidió unificar la estrategia gubernamental con un nuevo programa de “cultura aldeana”. En vez de bibliotecas viajeras deberían formarse “bibliotecas aldeanas”, donde la comunidad local pudiera entrar en contacto con la cultura universal y nacional Se compró a un editor español, Araluce, una lista básica de 100 clásicos literarios. Incluía a Homero, Shakespeare, Tolstoi, Balzac, Washington Irving y muchos más, en versiones simplificadas. Habían sido preparadas para niños, lo que según el director las hacía muy apropiadas para la mente campesina, que estaba al nivel de la de los niños. Además, se prepararon 100 obras de autores colombianos. Eran antologías de diferentes géneros, libros de historia y muchos de las obras del canon literario nacional del momento. La primera versión de la lista colombiana la hizo en 1929, con la idea de que se presentara en la Feria Internacional de Sevilla como muestra de la cultura del país, un joven medico y escritor, Luis López de Mesa, quien se convirtió en Ministro de Educación en 1934. Para entonces la lista había sido adoptada por un editor privado y los libros estaban disponibles. El gobierno decidió comprar la colección, reimpresa bajo el nombre de Biblioteca Aldeana de Colombia. Se debía incluir un tercer grupo de obras, formado por manuales y folletos elementales sobre asuntos prácticos: salud, agricultura, química, dibujo, gimnasia, etc., así como un diccionario y resúmenes de historia y geografía. Entre los manuales técnicos se incluyeron libros sobre astronomía, historia griega, fisiología y geología y un tratado de economía política de W. S Jevons. Las dificultades en la obtención de buenas y rápidas propuestas condujeron a una selección más bien idiosincrásica. Algunas bibliotecas que iban a estar en escuelas recibieron además algunos textos escolares.

 La selección era notable, balanceada políticamente y muy ecléctica. Se esperaba que los libros ayudarían en las escuelas, pero es obvio que uno de los sueños era que autodidactas y lectores independientes frecuentaran la biblioteca. Para recibir la colección, las autoridades locales tenían que ofrecer un buen local, nombrar un bibliotecario y poner el presupuesto algunos recursos para mejorar la colección.

En 1938 el director Samper informó que se habían creado 618 bibliotecas en cuatro años, cubriendo las 2/3 partes de los municipios del país. El programa y la selección de libros dieron pie a animadas polémicas en los periódicos, y miles de cartas de bibliotecarios, curas, maestros y otros miembros de la comunidad llegaron a la biblioteca Nacional, pidiendo nuevas colecciones, criticando la pertinencia de los manuales, informando acerca de las dificultades, avances y fracaso del programa. En su fascinante libro sobre las políticas culturales de la época Renán Silva transcribe muchas de estas cartas, que dan un colorido retrato de la llegada del libro a pueblos remotos, el entusiasmo que generaba, los esfuerzos de las autoridades para promover la lectura. Es obvio que en un país en el que todavía la mayoría de la población era analfabeta, los grupos animados por las bibliotecas eran ante todo los lectores urbanos, que usaron ansiosamente la nueva oportunidad. Aunque en general los lectores elogiaron la colección, algunas la criticaron, por partidista o por incluir autores marginales mientras algunos que se consideraban centrales no estaban. Los problemas prácticos eran frecuentes: demoras en la entrega de libros a sitios donde no llegaban los correos; bibliotecas que se guardaban en casas privadas de los funcionarios; falta de bibliotecarios, que se suplía con voluntarios y maestros, algunos de los cuales inventaban reglas y tenían curiosas ideas acerca lo que había que hacer. Algunos inspectores se quejaron de que había gente usando los libros para recreación y no para aprender. Otros, para reforzar los lugares comunes de la retórica oficial, informaron que los lectores más asiduos eran las mujeres, los niños y los campesinos, mientas se quejaban de la indiferencia de los notables, los empleados públicos y los intelectuales. En Pueblo Nuevo, el bibliotecario informó de las dificultades para seguirle la pista a los libros, “yua que los campesinos después de leer las obras, las prestan a sus familiares y amigos y frecuentemente se ha presentado el caso de tener que acudir a las autoridades para saber el paradero de los libros”. En muchos sitios las bibliotecas se describen como sitios de reunión social y actividades culturales. Las municipalidades que no recibieron su biblioteca escribían pidiendo una: en Guapi, entre el calor y los pantanos de la costa pacífica, un habitante escribió que la biblioteca era necesaria para “recrear la vida”, pues “nada distinto del crear de los sapos y el murmurar del río perturba la vida vegetativa”. Las quejas de algunas regiones nos dan a veces una señal de éxito: en Piedecuesta, el bibliotecario informaba, en una queja que se repite en Ramiriquí o Yari, que después de un tiempo la lectura comienza a decaer, “debido al escaso material de lectura con que cuenta este salón, pues los libros ya están releídos por los estudiosos de esta población”.[23] 

El balance final de Silva es que las bibliotecas fueron sorprendentemente exitosas, al menos hasta mediados de la década de 1940: fueron las primeras vías a la cultura escrita en muchos pueblos; los libros fueron recibidos y leídos y con placer e interés; se buscaban los libros técnicos y por primera vez se leyeron los autores colombianos fuera de las grandes ciudades: “no hay duda de que un elemento de modernidad se había introducido en las formas más populares de lectura en Colombia”.[24] 

Otros elementos del programa de cultura aldeana fueron la organización, en 1936, de la Feria Nacional del Libro en Bogotá, que todavía existe, el comienzo de las bibliotecas escolares, y la investigación de la cultura popular y las realidades locales: se escribieron geografías detalladas de los diferentes departamentos, se establecieron institutos de investigación de antropología y etnografía y en 1942 el Ministerio de Educación emprendió un amplio y ambicioso encuesta sobre Cultura Popular y Campesina, pidiendo a los maestros dar un informe complete sobre los hábitos y costumbres de sus comunidades: historias, tradiciones, hábitos alimentos, recetas, vestidos, proverbios, dichos, coplas, música y bailes. Se recibieron más de 1000 informes, que cubrían la mayoría del país. El elevado número de respuestas lo explica probablemente la calidad militante de la campaña, que se advertía años antes en las palabras de otro ministro de educación Darío Echandía, quien en 1936 dijo que los instrumentos del gobierno eran “las guerrillas of ambulant teachers, night schools, village libraries, radio and educational film”.[25] 

Era un programa muy ambicioso, que solo tenía dos antecedentes serios en América Latina: las bibliotecas escolares promovidas por Domingo Faustino Sarmiento en Argentina en la segunda mitad del siglo XIX y el sistema de bibliotecas creado en México por José Vasconcelos después de la revolución, que probablemente inspire el esfuerzo colombiano.  

Debe recordarse que esto hacía parte de un programa social y político más amplio, que incluía el apoyo a los sindicatos, la distribución de tierra a campesinos, la adopción del sufragio universal en todas las elecciones, adoptada en 1936, la promoción de la industria nacional, la separación de la iglesia y el Estado. Para los miembros del gobierno, todo esto debía ir de la mano de la política cultural. En palabras del Director de Extensión Cultural en 1940, Darío Achury Valenzuela, el país tenía que incorporar “al patrimonio social la densa población de campesinos, trabajadores y asalariados”. Para hacerlos miembros activos de la sociedad, el programa de cultura aldeana les estaba enseñando las naciones que les permitieran conocer sus derechos y obligaciones, buscando promover las nociones y hábitos que den a cada hombre “la capacidad de exigir mejores condiciones de vida” y realizar un trabajo más valioso” 

Era también un programa que solo podía tener frutos a largo plazo. Como lo dijo el presidente Alfonso López en forma algo intrincada: “si dentro de veinte años se comienza a sentir la influencia de un lento proceso de habilitación [cultural] de las masas… se habrán echado raíces tan profundas en la historia que no será vano ninguno de los esfuerzos que [el liberalismo] se impuso en los campos de batalla o en las luchas civiles”.[26] 

Por supuesto, un programa de esta clase tenía muchos enemigos, y los programas culturales, que en si mismo podían haber sido menos polémicos, fueron vistos como parte del esfuerzo político liberal para ganar la mente del pueblo. En algunos municipios controlados por políticos conservadores, los concejos no aceptaron participar, pues alegaban que los libros enviados no tenían el imprimatur eclesiástico. Se publicaron artículos denunciando la inspiración masónica, protestante y comunista del programa, que iba a destruir la cultura tradicional del país. Y el programa tenía que enfrentar el hecho de que la mayoría de los campesinos no sabían leer, y por lo tanto mostraban “la natural apatía de las clases populares, a las cuales es extremadamente difícil de convencer de la utilidad de la lectura”, como escribió uno de los promotores del programaba en 1941.  

Las elecciones de 1946, cuando los conservadores ganaron las elecciones dieron el campanazo fúnebre al programa, que desapareció de los informes oficiales durante los años siguientes. Las bibliotecas locales decayeron sin el apoyo del gobierno central. El aumento en la violencia rural después de 1948 cambió la vida en el campo y en pequeñas aldeas rurales y perturbó las condiciones para las actividades culturales normales.  

El nuevo gobierno, inquieto por las inclinaciones políticas de maestros e intelectuales, dio más bien apoyo a un programa que unía la fascinación con la tecnología con la idea de fortalecer la cultura católica rural: a los campesinos se les enseñaría a leer por radio. Centenares de miles de hogares rurales recibieron un receptor que solo podía sintonizarse en la emisora católica de Sutatenza, para que los campesinos no oyeran ideas más peligrosas. Las transmisiones les enseñaban a los campesinos a leer y escribir, les daban conceptos para mejorar la productividad rural y cuidar su salud y su alma. Pero el lenguaje de la participación política y de la organización de la ciudadanía no estaba incluido en este esfuerzo 

En 1961 una evaluación de las bibliotecas latinoamericanas realizada por la OEA, en el marco de la Alianza para el Progreso, encontró que mientras las bibliotecas académicas y escolar, incluyendo la Biblioteca Nacional, tenían más o menos 1.5 millones de libros, las bibliotecas públicas tenían 600000 volúmenes: eran probablemente entre 200 y 300 bibliotequitas, ninguna de ellas con más de 5000 libros.[27] Estaban formadas ante todo por textos escolares envejecidos, no permitían que los lectores buscaran personalmente sus libros y estaban administradas por voluntarios. Las bibliotecas manejadas por la comunidad reemplazaron en muchos sitios las bibliotecas aldeanas. Cuando yo era un niño, encontré en un pueblito de Boyacá, a donde iba durante las vacaciones escolares, muchos de los libros de la biblioteca aldeana en la esquina de una tienda, donde el tendero, que había sido maestro, prestaba los libros a los lectores. Todavía recuerdo haber leído, mientras al lado los campesinos tomaban chicha o cerveza, obras de James Fenimore Cooper y Washington Irving.  

Bibliotecas para los ciudadanos 

Las bibliotecas públicas aparecieron finalmente en Colombia en la primera mitad del siglo XX como parte de un programa para convertir a los campesinos en ciudadanos. Fracasaron cuando la vida política se cerró por el conflicto político y la dictadura militar de mediados de siglo. Cuando regresó la democracia, en 1957, las bibliotecas no estaban en la agenda política. Pero la universalización de la educación elemental se convirtió en una de las prioridades reales del país. Los avances fueron grandes, aunque la calidad fue pobre. Sin embargo, entre 1930 y e la tasa de alfabetismo pasó del 38 al 93%. Hoy, por primera vez en la historia, todos los niños van a la escuela, al menos por unos pocos años. Este cambio dio nuevas bases a las bibliotecas, aunque fue un alfabetismo tardío, que llegó a muchas personas después de que se habían acostumbrado a la radio y la televisión. Mantener la relevancia de la lectura contra los avances de formas alternativas de información y recreación, puede ser difícil en cualquier parte, pero lo es mucho más cuando los nuevos medios llegaron antes de que la población adquiriera los hábitos de la lectura y antes de que se desarrollaran instituciones adecuadas de creación y distribución de libros.  

Sin embargo, en forma sorprendente, los avances que han tenido lugar en las últimas décadas son grandes. En 1954 el director de la UNESCO, el antiguo bibliotecario de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos Luther Evans, inauguró la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, una de las tres bibliotecas modelos creadas por la UNESCO. Era una biblioteca pequeña, pero tenía la estantería abierta, colecciones bien escogidas y prestaba los libros con facilidad: se convirtió en la imagen de como debía ser. En 1958 el Banco de la República abrió la Biblioteca Luis Ángel Arango, una biblioteca pública con énfasis en la investigación: guardaba los libros en depósitos y no prestaba libros. Su colección, sin embargo, creció rápidamente y su amplitud y variedad respondía a las necesidades de estudiantes, universitarios y toda clase de lectores. Ambas bibliotecas tuvieron éxito inmediato, con multitudes de lectores en sus salas y largas filas esperando un sitio para entrar.  

En la Luis Ángel Arango, el público amenazaba con superar la capacidad de la biblioteca. Para el año 2000 era la biblioteca pública del mundo con más visitante: recibía más de 9.000 personas diarias y hubo un día, en 2002, cuando 24000 lectores entraron a las salas de lectura: no era viable mantener una calidad mínima de servicios ante esta avalancha. Para reducir la oleada de lectores, la biblioteca comenzó a desarrollar en 1996 una Biblioteca Digital, que ofrecía a niños y jóvenes elementos fundamentales de la cultura colombiana y materiales de referencia en Internet; estableció el servicio de préstamo en 1997 y ese mismo año firmó un convenio con la Alcaldía de Bogotá para desarrollar un programa conjunto de mejoramiento de la red de bibliotecas de barrio del municipio. Además, se expandió la red de bibliotecas regionales del Banco: en 2002 se llegó a 19 bibliotecas, que cubren la mayoría de las capitales departamentales. En seis ciudades, en una operación cuyo significado es muy simbólico, las oficinas del banco se convirtieron en bibliotecas. 

La evidente demanda de servicios bibliotecarios que mostraban los resultados de la Biblioteca Piloto y la Luis Ángel Arango, y que sugerían que cuando las bibliotecas eran buenas se llenaban de lectores, explica la decisión de algunas entidades privadas de abrir bibliotecas. En los últimos 20 años las Cajas de Compensación Familiar han creado aproximadamente 140 bibliotecas locales, modernas, innovadoras y con un perfil muy definido: en ellas, entre otras cosas, existen excelentes servicios de información de la comunidad.  

Pero el desarrollo más impresionante tuvo lugar en Bogotá, donde en 1998 el alcalde Enrique Peñalosa decidió crear un ambicioso sistema de bibliotecas en toda la ciudad: se construyeron tres grandes bibliotecas (las llamadas "megabibliotecas" del Tunal, Tintal y Virgilio Barco) y se desarrollaron 6 bibliotecas intermedias y 12 bibliotecas de barrio. El inteligente diseño del proyecto, con bibliotecas descentralizadas, que minimizan la necesidad del transporte público, con colecciones de interés general pero sin textos escolares, tecnología muy moderna, computadores y colecciones amplias de música y cine, que pueden verse en centenares de puestos individuales de consulta, produjo resultados que superaron todos los cálculos. Mientras que en 1998 la Luis Ángel Arango recibía 2.7 millones, las bibliotecas de la Caja de Compensación de Colsubsidio un poco más de 2 millones de lectores y la red Antigua del municipio un poco menos de 1 millón, con un total de 5. 5 millones de lectores al año, en el 2005 el total de visitantes de las bibliotecas pasó de 12 millones, la mitad de los cuales usaron las nuevas bibliotecas. Esta cifra es sorprendente: Nueva York, probablemente la ciudad del mundo con más visitantes a una red pública de 84 bibliotecas, recibe anualmente unos 13 millones de lectores y Chile, que tenía el sistema de bibliotecas más desarrollado de América Latina, recibe unos 7 millones de visitantes en más de 300 bibliotecas. En una decisión que garantiza una administración muy eficiente del programa, la ciudad contrató desde 2002 con una Caja de Compensación Privada el manejo de la red. Bogotá se convirtió en la ciudad de las bibliotecas.  

¿Podían extenderse los resultados de Bogotá al resto del país? En algunas ciudades grandes el ejemplo se siguió rápidamente. En 2004 Cali inauguró una moderna biblioteca, con servicios similares a los de Bogotá, que recibió en 2005 más de 1 millones de visitantes. Y lo mismo ha ocurrido en algunos otros sitios. Medellín, construye ahora cinco grandes bibliotecas, que se añadirán a la Biblioteca Piloto, y a las casi 20 bibliotecas de las cajas de compensación Confenalco y Confama que existen en Medellín y su área metropolitana 

Pero el verdadero desafío son los pueblos pequeños e intermedios del país. En 2002 el gobierno nacional adoptó una propuesta de la Biblioteca Luis Ángel Arango de crear en todos los municipios sin biblioteca o con una muy débil una biblioteca pequeña pero de calidad. Como en 1930 los municipios deben ofrecer un local adecuado y nombrar un bibliotecario, y el Gobierno Nacional, con el apoyo financiero del Banco de la República, paga la dotación y la capacitación de los bibliotecarios Para el 2005 580 municipios, es decir aproximadamente el 60% de ellos, había recibido esta especie de nueva biblioteca aldeana, con 2400 libros bien escogidos, películas, equipos de video y computadores. Para el 2006 se llegará probablemente a 700 bibliotecas[28]. Por primera vez en la historia del país, la mayoría de los pueblos del país tienen una buena biblioteca, con criterios modernos, estantes abiertos y préstamo de libros. [29] 

Otra vez, como en 1930, la fuerza básica del programa proviene de la convicción de que la educación es el único camino para crear una nación en el que todas las personas puedan convertirse en ciudadanos reales, y puedan participar en la vida política, como lo pretende la constitución de 1991. Y esta vez expresa el convencimiento de sus promotores de que la educación y la cultura pueden tener un papel muy importante el desarrollo de la cultura política que se necesita para enfrentar los problemas de violencia que enfrenta el país. 

Por otra parte, el éxito de estos programas recientes, muestra que notables aumentos en el alfabetismo y el cubrimiento escolar han creado un público muy amplio de lectores potenciales, que no tienen los ingresos adecuados para convertirse en compradoras amplios de libros. La ampliación de la educación ha creado una gran población de jóvenes estudiantes, provenientes de los estratos más bajos de la sociedad, que pueden convertirse en ciudadanos activos y desarrollar sus posibilidades culturales y profesionales, y superar las desigualdades sociales, si desarrollan las capacidades de lectura de manera que puedan competir con los jóvenes educados en los colegios de clase alta, usualmente instituciones privadas, bilingües y con buenas dotaciones. Estos sectores populares son los que más pueden beneficiarse al desarrollar la capacidad de entrar efectivamente el mundo de la lectura, tanto en el libro como en el computador. Si esto ocurre, si los factores que destruyeron los ambiciosos pero incompletos esfuerzos de 1946 no debilitan los programas actuales, las bibliotecas podrán contribuir seriamente a crear una nación de ciudadanos.  

Jorge Orlando Melo
Urbana, octubre 28, 2005; Bogotá, abril de 2006.

 

[1] Diego de Encina, Cedulario Indiano, Diego de Encinas, Cedulario Indiano, Madrid: Cultura Hispánica, 1945.I, 233. La legislación actual sigue esta tradición: en Colombia los libros no pagan actualmente impuestos de importación ni a las ventas.

[2] Las cifras de 1778 están en Hermes Tovar Pinzón et al., Convocatoria al poder del número, censos y estadísticas de la Nueva Granada (1750-1830), Bogotá, Archivo General de la Nación, 1994, p. 86-88. El censo probablemente exagera la proporción de blancos.

[3] Ver el excelente estudio de Renán Silva, Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República, Eafit, 2002.

[4] Jorge Orlando Melo, “Francisco Antonio Moreno y Escandón, relato de un burócrata colonial” en Francisco Antonio Moreno y Escandón, Indios y mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII; introducción e índices de Jorge Orlando Melo; trascripción a cargo de Germán Colmenares y Alonso Valencia. Bogotá: Fondo de Promoción de la Cultura del Banco Popular, 1985. Para la historia de la biblioteca ver Guillermo Hernández de Alba y Juan Carrasquilla Botero, Historia de la Biblioteca Nacional. (Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977)

[5] Guillermo Hernández de Alba, El proceso de Nariño Bogotá: Editorial A B C, 1958., p. 146

[6] Este texto, de la propia mano de Pineda, está en los índices manuscritos.

[7] “Informe, Bogotá, 23 de marzo de 1866”, en Pineda, Anselmo, 1805-1880: Breve reseña de la Biblioteca de Obras Nacionales, dedicada desde 1849: con los sentimientos del mas profundo reconocimiento a los ilustres patriarcas de la independencia americana, por medio del Augusto Congreso Granadino, Bogotá: Imprenta de Foción Mantilla, 1866. En 1909 el Congreso de la República aprobó otra vez por ley la publicación de los índices, pero el gobierno cambió el destino de la partida presupuestal. Años después la Biblioteca hizo un nuevo índice, que fue publicado en 1935. Biblioteca Nacional, Catálogo del "Fondo Anselmo Pineda" : dispuesto por orden alfabético de autores y de personas a quienes se refieren las piezas contenidas en los volúmenes de la sección respectiva, Bogotá: Editorial  "El grafico", 1935.: 2 v. 

[8] Nota manuscrita en los índices.

[9] Rey, Alicia, La enseñanza de la lectura en Colombia (1870-1930): una aproximación desde el análisis del discurso, Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas; Colciencias, 2000.p. 21

[10] Holton, Isaac, La Nueva Granada, veinte meses en los Andes [1857], Bogotá, 1981. 32, 270 ss.

[11] Decreto orgánico de Instrucción Pública, 1870, cap 21, par 26. En 1872 se hizo una edición de 100.000 ejemplares de la primera cartilla de lectura impresa en el país, de la que no parecen existir copias.

[12] Informe del Director General de Instrucción Primaria de la Unión, Bogotá, 1876, p. 192.

[13] Miguel Antonio Caro, Discurso del 2 de junio de 1886, publicado como “Sufragio” en Estudios constitucionales y jurídicos, primera serie, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1986, p. 172. El subdirector de la Biblioteca cuando Caro la dirigía era Marco Fidel Suárez, que fue elegido presidente en 1918. Caro vendió su Librería Americana a José Vicente Concha, quien también alcanzó la presidencia en 1914.

[14] Pierre d’Espagnat, Recuerdos de la Nueva Granada, p. 218.

[15] Isidoro Silva, Directorio, p. 217-218.

[16] Tomás Carrasquilla, “Autobiografía”, en Obras Completas

[17]   El libro de Francisco Rodríguez Mira, De Oro y Verbena, da varios ejemplos de la locura del libro en Santo Domingo; mineros que leían latín y francés, bibliotecas sorprendentes en pobres chozas.

[18] Patricia Londoño, Religión, cultura y sociedad en Colombia, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 270, 272, 276.

[19] Revista de la Biblioteca Nacional, No 1 (Bogotá, 1923)

[20]Memoria del ministro de Educación, 1938 (Bogotá, Imprenta Nacinal, 1938), p. 122.

[21] Renán Silva, Republica Liberal, intelectuales y cultura popular, Medellín, La Carreta, 2005 ofrece una historia rigurosa y matizada de las políticas culturales del gobierno y los intelectuales liberales. Ver también Carlos Gilmar Díez Soler, El Pueblo: de sujeto dado a sujeto político por construir: el caso de la Campaña de Cultura Aldeana en Colombia (1934-1936), Bogotá, Universidad Pedagógica de Colombia, 2005.

[22] Senderos No 1 (Bogotá. 1934)

[23] Renán Silva, República Liberal…, p. 90, 95, 184, 138. 149

[24] Silva, República liberal…, p. 150

[25] Silva, República liberal…, p. 70.

[26] Silva, República Liberal..., p. 71

[27] Daniels, Marietta, Bibliotecas públicas y escolares en América Latina: Washington : Unión Panamericana, 1963.

[28] See the text of the proposal in http://jorgeorlandomelo.com/tbiblio.htm

[29] Ver todos los detalles del programa, que es coordinado por la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura, con buenas fotografías, en: www.senderos.gov.co.

 

 
 

 

 

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