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Gaitán: el impacto y el síndrome  del 9 de abril
 

La vida y muerte de Gaitán han generado una literatura de gran amplitud. Libros, memorias, comentarios y discursos se han sumado para evocar e interpretar el sentido de su acción y sobre todo para analizar las causas y consecuencias de su muerte. Desde los estudios apasionados a los trabajos más analíticos y fríos, muchos han tratado de imaginarse quién pudo estar detrás del asesinato, qué factores históricos prepararon al país --en especial a los sectores populares bogotanos-- para reaccionar como lo hicieron y, sobre todo, qué efectos tuvieron la muerte de Gaitán y la revuelta del 9 de abril sobre la vida nacional subsiguiente.

Desde muy temprano, se consolidó la afirmación de que el "bogotazo" había partido en dos la historia del país. La generalización de la violencia, la peculiar historia de estrechamiento político que se vivió luego, el ingreso a un período que, como señaló Luis López de Mesa, impediría al mundo reconocer la existencia de una verdadera cultura colombiana, de alguna manera encontraban su punto de origen, el comienzo de su genealogía, el 9 de abril de 1948.

El impacto del 9 de abril puede mirarse en dos niveles, separables pero estrechamente entrelazados. Uno es el de las consecuencias que pudiéramos llamar objetivas del hecho: cómo reaccionaron a su muerte los dirigentes del país y los sectores populares, los liberales y los conservadores, los gaitanistas y sus enemigos, los propietarios y los artesanos;  cómo fueron desarrollándose los eventos que configuraron la violencia; cómo se fue organizando el país para enfrentar este problema. Por otro lado, co

Incendio del tranvía en la Plaza de Bolívar, el 9 de abril de 1948. Álbum de José Vicente Ortega Ricaurte, Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.

n un homicidio contra una persona como Gaitán, que se había convertido en el colombiano más popular, se generaba adicionalmente una representación nacional de carácter mítico: la memoria de Gaitán, de su muerte y de los hechos del 9 de abril, se convirtió inevitablemente en un factor mismo de los acontecimientos históricos posteriores. Como lo señaló Juan Lozano y Lozano en 1951, en un artículo de El Tiempo, su muerte lo convirtió inevitablemente en símbolo social: "entonces tuvo el doloroso privilegio de caer asesinado, y de hacerse así el símbolo de una magna reivindicación nueva"

Para poner un ejemplo esquemático de la vía dual de análisis que impone una situación como ésta, aunque puede sostenerse que la escasa consolidación del populismo en Colombia se produjo porque la muerte de Gaitán privó a esta corriente de su más obvio dirigente, al mismo tiempo debería considerarse la posibilidad de que fuera justamente el temor a un resurgimiento de Gaitán, la idea siempre presente de que un movimiento populista tendría un potencial de destrucción y de revuelta plebeya similar al del 9 de abril, lo que hizo que buena parte de los dirigentes tradicionales colombianos trataran de prevenir a toda costa --incluso si esto exigía convertir la democracia en un ritual cada vez más formal y hueco-- el surgimiento del populismo, y rodearan de hostilidad y cuarentenas sanitarias a todo movimiento, a toda disidencia política, a todo dirigente que empezara a mostrar síntomas de contaminación. Es decir, el bogotazo y Gaitán influyen sobre la vida colombiana de hoy no sólo a través de la trama de hechos que se prolongan desde su vida a hoy, sino también por la permanencia de representaciones colectivas del 9 de abril y de Gaitán, todavía vigentes, en mayor o menor grado, en la conciencia de los colombianos. 

Ruinas del 9 de abril en Bogotá: Hospicio de los Jesuitas. Album de la Sociedad de Mejoras y Ornato, fotografía Archivo CEAM.

Algunos de los escritores que han tratado el tema han tenido plena conciencia del impacto que la persistencia de la imagen de Gaitán y del gaitanismo ha tenido sobre la vida del país. Alfonso López Michelsen (Cuestiones colombianas, 1995), desde comienzos de la década del cincuenta destacó cómo la preocupación esencial de los dirigentes del país era evitar otra vez motines como los del 9 de abril, y subrayó, en especial, que desde entonces el control de la radiodifusión se convirtió en una de los objetivos centrales de quienes temían la movilización popular. Hacia 1980, evocó nuevamente la "explicable reacción defensiva en las filas de la burguesía", que había conducido al endurecimiento del sistema político, al control de los medios de comunicación y en general, a un sistema político limitadamente democrático. El mismo partido liberal, a su juicio, tuvo en el 9 de abril un punto de inflexión que lo convirtió, al rechazar su núcleo más plebeyo, en "pieza clave de la burguesía nacional, amenazada por quienes veían en Gaitán al Dios vengador de las injusticias sociales" (Esbozos y atisbos, 1980).

Ruinas del 9 de abril en Bogotá: Plaza de Bolivar. Album de la Sociedad de Mejoras y Ornato, fotografía Archivo CEAM.

Hoy, sin duda, la fuerza viva del mito gaitanista se desvanece. La mayoría de los colombianos no tienen ya una memoria directa de su voz, de su gesto o su figura: la imagen histórica de Gaitán se configura a través de la narración y el relato, tanto del relato oral de quienes lo conocieron o veneraron o temieron, como de los textos de periódicos y libros que aluden al suceso, y de la trama de argumentos que de una u otra manera encuentran sus referentes en la alusión al bogotazo. Por ello, la figura de Gaitán va retrocediendo en inmediatez histórica para convertirse más y más en una figura del panteón nacional, evocada ritualmente cada 9 de abril, cuando casi siempre se invoca su nombre para invitar otra vez a la paz. Sin embargo, la recurrencia de fenómenos que el país tiende a encuadrar nuevamente en el molde del bogotazo mantiene algo de esa inmediatez: la muerte de los caudillos populares, de los políticos con amplio respaldo, de las figuras radicales o moralistas que se han enfrentado al consenso dirigente, como Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro o Luis Carlos Galán, y el temor a que este patrón se siga repitiendo, hace de la imagen de la muerte del caudillo una figura simbólica de gran fuerza emocional y retórica, que se evoca con frecuencia para subrayar una continuidad casi natural en las frustraciones históricas de los colombianos que se iniciaron en ese día trágico de 1948.

Más débil se ha ido haciendo la imagen del pueblo enardecido, aunque tuvo momentáneos renacimientos el 10 de mayo de 1957, el 14 de septiembre de 1977 --cuando el mismo presidente López Michelsen insistió en que había sido un "pequeño 9 de abril"-- y, en localidades remotas, cuando ha surgido el temor de que la irritación popular sea capaz de enfrentarse a cualquier forma de represión. La historia de la protesta popular ha estado marcada por el entrelazamiento de imágenes contrarias que más que impulsar la movilización de los sectores populares han contribuido a debilitarla: el temor como centro de la visión de los grupos dirigentes del Estado, la política o la sociedad y la visión del pueblo como una masa destructiva e irracional, que debe ser controlada, manipulada o reprimida, se han convertido en parte central del lenguaje político colombiano.

Incendio en la Plaza de Bolívar. Álbum de la Sociedad de Mejoras y Ornato. Archivo CEAM.

Por otro lado, entre quienes se oponen al status quo, la idea dominante ha sido la de la incapacidad organizativa del pueblo y de las masas, expresada en buena parte en su conducta desordenada del 9 de abril y en la afirmación, reiterada muchas veces por quienes tratan de justificar en algo su acción, de que fueron "desviados" o "desorientados" por personas ajenas y malintencionadas. Mientras la idea de agentes extraños ha sido retomada también por la retórica oficial --no existe movimiento social en Colombia del cual no se diga en algún momento, para descalificarlo, que es o será manipulado por agitadores extraños o por guerrilleros--, la idea de su incapacidad propia ha llevado a las visiones guerrilleras, que pretenden hacer la revolución a nombre del pueblo pero sin su participación.

«El dolor del pueblo». Fotografía de «Semana» tomada en el homenaje póstumo a Jorge Eliécer Gaitán en el Parque Nacional de Bogotá, abril 24 de 1948.

Por otra parte, la imagen de Gaitán se ha mantenido tanto como veneración de sus seguidores como en figuras de desprecio e ironización de sus enemigos. La generalización es obvia: quienes, cada vez más pocos, siguen colocando su retrato en talleres y fondas, en cuartos de pensiones e inquilinatos, lo hacen porque se identifican de alguna manera con las perspectivas que parecía abrir Gaitán de reconocimiento para amplios grupos populares, sobre todo urbanos. Como lo hizo notar Fernando Garavito en un artículo publicado en Cromos en 1983, no se ven retratos de Gaitán en las casas y oficinas de la "gente bien", y quienes hablan del "indio Gaitán" y del "chino forfeliécer", quienes se burlan de sus ambiguas ambiciones sociales, de su afán de ascenso o su presunto arribismo, siguen marcando, con estas condenas a Gaitán, el rechazo a las aspiraciones de muchos colombianos de vivir en una sociedad sin discriminaciones o exclusiones basadas en criterios tradicionales, étnicos o familiares.

«La plebe enfurecida que destruyó a Bogotá» Fotografía de Sady González. Album de la Sociedad de mejoras y Ornato de Bogotá. Fotografía Archivo CEAM.

BIBLIOGRAFIA GAITANISTA

La biografía sobre Gaitán, el gaitanismo y el 9 de abril es inmensa y muy desigual. Entre los libros de amigos, seguidores y contemporáneos, los más interesantes son José Antonio Osorio Lizarazo, Gaitán, vida, muerte y permanente presencia (Bogotá, 1952), Luis David Peña, Gaitán intimo (Bogotá, 1948), Jorge Ortiz Márquez, El hombre que fue un pueblo (Bogotá, 1980), que ofrecen biografías tradicionales y entusiastas. Menos favorable es la memoria de su secretario durante los años treinta, Fermín López Giraldo, El apóstol desnudo o dos años al lado de un mito (Manizales, 1936). El volumen de Alberto Figueredo Salcedo, Documentos para una biografía (Bogotá, 1949) publica una buena selección de documentos sobre la época de estudiante.

Sobre el 9 de abril existen muchos testimonios de testigos y participantes, apasionados y muchas veces inexactos, pero indispensables: Willard Beaulac, Embajador de carrera (Buenos Aires, 1957); Joaquín Estrada Monsalve, Así fue la revolución, Del 9 de abril al 27 de noviembre (Bogotá, 1948) y El 9 de abril en Palacio: horario de un golpe de Estado (Bogotá, 1948), Alberto H. Niño, Antecedentes y secretos del 9 de abril (Bogotá, 1949); Humberto Plaza, La noche roja en Bogotá: páginas de un diario (Buenos Aires, 1949); Luis Vidales, La insurrección desplomada (el 9 de abril, su teoría, su Praxis) (Bogotá, 1948); y una extensa serie de relatos periodísticos y entrevistas a figuras políticas del momento. Muchos de estos materiales testimoniales han sido recogidos en el libro de Arturo Alape, El bogotazo (Bogotá, 1982). Otros testimonios se presentan en Arturo Abella, Así fue el 9 de abril (Bogotá, 1973).

Entre los estudios más académicos y analíticos, destaco los siguientes: Antonio García, Gaitán y el problema de la revolución en Colombia (Bogotá, 1955), un primer intento, muy marcado ideológicamente, por interpretar el significado político de Gaitán desde un punto de vista socialista, Fluharty, Vernon Lee.  La danza de los millones : regimen militar y revolución social en Colombia (1930-1956) (1981), un libro con gran simpatía por el populismo, desde Gaitán y Rojas Pinilla,  Herbert Braun, Mataron a Gaitán: vida pública y violencia urbana en Colombia (Bogotá, 1987), un interesante análisis de la vida política de Gaitán y el contexto de su actuación, muy bien documentado y equilibrado, y basado en un amplio conjunto de fuentes orales y documentales. El libro de Gonzalo Sánchez G., Los días de la revolución: gaitanismo y 9 de abril en provincia (Bogotá, 1983), constituyó el primer intento por mostrar cómo fue el 9 de abril en el Tolima, Valle, Sumapaz y otras regiones de Colombia. El tema fue luego desarrollado por Darío Betancourt para Cali y Apolinar Diaz Callejas para Bucaramanga. John William Green, en una tesis reciente sobre el gaitanismo en la Costa Atlántica y el río Magdalena (Popular Mobilization in Colombia: The Social Composition, Ideologie and Political Practice of Gaitanism, 1994), estudia las prácticas políticas de jefes y seguidores durante el período 1918-1948. Cordell Joy Robinson, El movimiento gaitanista en Colombia, 1930-1948 (Bogotá, 1976) es una tesis doctoral norteamericana, por un autor que revisó bastante documentación de archivos y mira a Gaitán con una mezcla de simpatía y escepticismo: un verdadero líder popular, pero ambicioso y personalista. Richard Sharpless en Gaitan of Colombia; a political biography (Pittsburg, 1978), ofrece una visión bien documentada, clara y coherente de la actividad política de Gaitán a lo largo de toda su vida, en términos de su capacidad para introducir los sectores populares a la vida política y desafiar el orden tradicional.

Jorge Orlando Melo
Publicado en Credencial Historia No 96, abril de 1988

Enlaces útiles:

La Biblioteca Virtual de la Luis Ángel Arango tiene una página con mucha documentación sobre Gaitán:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/gaitan/indice.htm

 
 
 

 

 

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