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Importancia de la lectura (y la literatura) para la educación y la formación de los niños y el desarrollo social
 

1. Yo soy, tengo que decirlo en vena autobiográfica, en gran parte el producto de una cultura del libro. Aprendí a leer precozmente, porque mi padre, un buen maestro, me enseñó a leer, con un método que él había inventado, a los cuatro años, en una época en la que todavía no estaba de moda la estimulación temprana. Y me volví un devorador de textos, quizás porque este instrumento del lenguaje escrito respondía a mi afán temprano de saberlo todo, por razones que dejo a los psicoanalistas. Y uno descubre rápidamente que el texto, la información, el conocimiento, son herramientas que sirven en la estrategia de la vida, que dan unas formas de poder cuando uno tiene carencias en otras, que reemplazan algunos vigores insuficientes con otras energías. Por supuesto, puede uno caer en la tentación de reemplazar la vida por la lectura, de vivirlo todo, como don Quijote, con base en la interpretación del libro, de transformar la realidad para adecuarla al texto y de reemplazar las insuficiencias de la realidad con los libros de caballerías. Pero el libro puede ser también, como dice Gabriel Zaid, esa instrumento que nos enseña a ver en forma diferente y más rica la realidad. Y es que las fuentes de deformación de la realidad están en todas partes, y quizás en ninguna más que en la falta de distancia que produce una inmersión brusca en el ajetreo del mundo, sin la mediación del texto.

2. Este simposio que hoy comienza, busca promover, por razones que pueden ser buenas y malas, la lectura en los niños, y en particular la literatura infantil. Vale la pena hacer algunas consideraciones generales sobre el sentido de este esfuerzo en nuestro mundo actual, tanto desde el punto de vista de la lectura del texto literario como de todas las demás formas de comunicación escrita. Tanto el dominio eficiente de la lectura como el gusto por la literatura hacen parte de las cualidades que deben desarrollarse en los niños. En ambos aspectos, la educación y la formación que reciben los jóvenes de hoy en el hogar, la escuela o el medio social es, a primera vista, muy deficiente, y diversas fuerzas en la estructura social y en el sistema de comunicaciones conducen a que la lectura pierda importancia y a que la literatura vaya pasando a un lugar secundario entre las formas de recreación del individuo. Los valores dominantes de la cultura han ido desplazando la lectura del papel central que ha ocupado en la cultura occidental de los últimos quinientos años, y han ido reduciendo su función a la satisfacción de unos objetivos cada vez más pragmáticos. Esto ocurre a pesar de que por primera vez en la historia del hombre la capacidad de leer ha llegado a ser o está a punto de llegar a ser universal, y a pesar de que la producción de materiales escritos y de información escrita aumenta todavía en forma muy acelerada. Pero buena parte de esta información, que obliga a derribar millones de árboles cada año para publicarla, desempeña funciones utilitarias, en un sentido muy inmediato: basta pensar en las toneladas de papel que todos los días echamos a la caneca de la basura, para darnos cuenta de que en su gran mayoría son instrucciones para el uso de objetos, información propagandística en cajas y empaques de productos, volantes para invitarnos a comprar algo, periódicos y revistas en los que la mayoría del espacio está formado por avisos e ilustraciones, etc. El texto para leer se ha ido reduciendo, o ha ido cambiando su cara: incluso la obra literaria muchas veces se convierte en una tira ilustrada, en la que el texto escrito se reduce a los diálogos pegados en globos a la boca de los personajes.

3. Que la cultura moderna haya convertido al texto escrito en uno de sus aspectos centrales, por natural que nos haya parecido antes de la invasión de la imagen, es algo sorprendente. Hasta el siglo XVI la cultura se trasmitió sobre todo por vía oral, en la iglesia, la familia, el grupo de amigos, los compañeros de trabajo; todavía ocurría así en gran parte de las sociedades modernas hasta este siglo. Sin embargo, desde el siglo XVI los sectores activos y dominantes de la cultura, y sobre todo los sectores urbanos, hicieron del papel y de las rayitas negras que lo cubrían el más eficiente instrumento de comunicación cultural. Antes, por supuesto, existía el libro. Pero el libro de las culturas antiguas es ante todo el libro sagrado, que conocen, leen e interpretan unos pocos iniciados, que lo explican a todos los miembros de un pueblo. El libro es La Biblia, o el Corán, o el Libro de los Muertos. Son los griegos los que rompen con esta función esóterica de la escritura, y convierten el texto en un complemento de algo que también puede atribuirse a esta curiosa civilización: el diálogo como forma de búsqueda de la verdad y el conocimiento. Es decir, el debate y la discusión abierta a todos los ciudadanos, realizada ante todo en la plaza pública, y que permite tomar decisiones sobre la ciudad (y con ello inventaron la política) o usar esa capacidad humana común a todos para encontrar la verdad: la razón o logos. Me limito a señalar que el libro se vuelve instrumento de la razón con los filósofos milesios, y un hecho simbólico, un pequeño mito, nos permite ver el momento preciso del surgimiento del libro: la ocasión en la cual Anaximandro depositó por primera vez su libro en mitad del ágora, de la plaza pública, para que todos pudieran leerlo y discutirlo. Al mismo tiempo, el lenguaje escrito va reemplazando a la memoria de los rapsodas en la conservación y disfrute de la invención literaria: el libro deja de ser el libro sagrado para convertirse en filosofía o literatura, y a veces en ambas cosas. El invento griego estuvo en una especie de suspensión animada por más de un milenio: los textos se conservaron en bibliotecas y monasterios, aunque muchas veces no se leían. La sociedad abandonó la escritura y la lectura, aunque se conservó para las funciones sagradas (a las que había que añadir una subordinada filosofía) y para llevar la contabilidad: otra vez se convirtió, con excepciones, en algo esotérico, aunque reverenciado por monjes y copistas. Sin embargo, bruscamente, el invento (o la copia, poco importa) de Gutemberg, transformó la forma de comunicación de los hombres, llevando gradualmente el texto escrito a convertirse en instrumento al acceso de todos. Tanto para la comunicación del conocimiento, el debate religioso y político, el paso de información (incluso entre particulares: hemos vivido cinco siglos de vigencia de las cartas privadas, también ahora en camino de gradual desaparición), como para el goce de la creación verbal, el texto escrito se volvió fundamental. Saber leer y escribir se convirtió en la herramienta indispensable del hombre moderno, por lo menos, inicialmente, del que hacía parte de las élites que orientan y dirigen la sociedad. Más recientemente llegó incluso a definir casi la pertenencia misma a la ciudadanía: recordemos que en nuestro país, como ocurrió durante muchos años en prácticamente todas las sociedades democráticas, solamente quienes sabían leer y escribir eran miembros de pleno derecho de la sociedad política: hasta 1936 los analfabetas no podían votar en todas nuestras elecciones. Para muchas personas, el único contacto con el arte, o el único pasatiempo, era la lectura de romances y novelas. El periódico diario, cuyo surgimiento es apenas un fenómeno del siglo pasado, fue, hasta hace unos 50 años, la fuente esencial de información acerca de los avatares de lo público. En estas condiciones, saber leer y escribir es la piedra de toque de la participación en el mundo de la cultura; por ello, la aspiración a que todos los ciudadanos aprendan esta astucia, el ideal del alfabetismo universal, se convirtió en una meta obvia de nuestras sociedades y en el centro de los procesos de democratización recientes: es la lectura, como instrumento de educación, la base de la igualdad real de los hombres, al menos desde el punto de vista de la posibilidad de participar en el mundo político y de gozar de oportunidades equitativas de ascenso social.

4. Si he hecho el anterior resumen, de algo perfectamente conocido por todos ustedes, es para decir unas pocas palabras, que tampoco tienen nada de original, acerca de las transformaciones que sufre el sistema de comunicación en nuestra época y para subrayar como algo que damos por natural apenas ha acompañado al hombre por menos de un milésimo de su existencia sobre la tierra, y puede dejar de acompañarlo en un futuro no muy remoto, o volver a convertirse en una técnica especializada de comunicación, marginal frente a otras.

5. Todavía es evidente que el texto escrito hace parte central de nuestro sistema de comunicaciones. Sin embargo, invenciones recientes, como el teléfono, el radio, el cine y la televisión han comenzado a disputar esa hegemonía casi total de la escritura en la comunicación formal. Hay géneros "literarios" que han desaparecido casi por completo, como las cartas personales, reemplazadas por el teléfono, o los relatos de viaje, que carecen de interés frente al vigor de las imágenes del cine o la televisión. Y la comunicación creativa o recreativa ha sido profundamente alterada: los jóvenes de hoy dedican mucho más tiempo a ver a sus héroes imaginarios en cine o televisión que a leer sus aventuras en una novela. Y por supuesto, formas más tradicionales de comunicación también, que conservaban su vigencia al menos para quienes por su corta edad todavía no dominaban la lectura, desaparecen: creo que pocos niños escuchan hoy los relatos de sus abuelas, desplazadas por la televisión. Es cierto que algunas actividades creadoras no se han dejado reducir al mundo audiovisual, y todavía la poesía se lee, aunque hay quienes la prefieren, y hay buenas razones para ello, en grabaciones. Y en el campo de la difusión de conocimientos técnicos y científicos, así como en el del argumento conceptual, el texto escrito sigue siendo casi exclusivo, y apenas comienzan los balbuceos de la educación audiovisual. Hace 100 años un analfabeta estaba limitado (lo que en algunos contextos no era una pérdida) a la información recibida oralmente y a la interpretación semántica de los objetos que lo rodeaban. Hoy un iletrado podría en principio saber mucho del mundo, estar al día en la información noticiosa, tener una experiencia de lugares y situaciones remotos, conocer los cuadros de una exposición en los mejores museos del mundo, escuchar la poesía en las voces de sus autores, e incluso, aunque este sea el último bastión del libro, adquirir conocimientos técnicos y científicos relativamente complejos.

6. Lamentaciones y encomios Este paso a una sociedad en la que la imagen y el medio audiovisual van adquiriendo una creciente fuerza frente al texto escrito ha producido toda clase de valoraciones. Para algunos, y no les faltan evidencias a su favor, este proceso amenaza los fundamentos de nuestra cultura moderna, y abre el camino a una manipulación mucho más cruda de las personas para objetivos políticos y quizás, pues esto importa más, sobre todo para cambiar los hábitos de consumo de las personas. El reemplazo de una cultura exigente por una cultura de masas, generada por una industria cultural regida por la búsqueda de utilidades, es visto como una pérdida fundamental. En los países avanzados, se publican toda clase de argumentos contra el proceso de empobrecimiento cultural que ha traído la televisión, a la cual se dedican cada vez más horas de actividad, sobre todo de jóvenes y niños, y una televisión que en su búsqueda de una atención compulsiva refuerza la presentación de aquello que conmueva más inmediata y simplemente las emociones del espectador: el sexo o la violencia. Los modelos de vida promovidos por los medios audiovisuales, en la medida en que responden a una lógica de la promoción del consumo, pues se financian sobre todo mediante la publicidad privada, tienden a fijar el valor del individuo en lo que tiene y en lo que consume. Además, pueden destruir el predominio de formas de pensamiento conceptuales y abstractas para reemplazarlas por mecanismos más intuitivos y menos discursivos de debate e intercambio cultural. La imagen, prohibida por el Decálogo y reemplazada por la palabra, está desplazando ahora a la palabra, sobre todo la escrita. Por otra parte, no faltan defensores del proceso. La imagen es sin duda más democrática que el texto: todos pueden entenderla, sin una preparación formal como la que exige el dominio de la escritura. En esa medida, abriría el camino a una sociedad con una participación ciudadana mayor, en la que si bien ciertas formas refinadas de cultura pueden perder algo de su vigor, para la mayoría de los ciudadanos surge la oportunidad de tener un primer acceso a algo que antes se les negaba del todo. La cultura que se defiende, la cultura del libro, habría sido cultura del privilegio. No importa aquí encontrar respuestas a los inmensos problemas que plantea este debate, en sus formas más abstractas y generalizadoras. Tampoco es pertinente discutir en detalle si el proceso avanza con la velocidad que temen sus críticos y desean sus defensores, para decidir si el libro desaparecerá o no. Pero si vale la pena reiterar algunos de los argumentos que justifican que el libro siga teniendo un papel esencial en la formación de los individuos de nuestra sociedad, y que hacen válido el esfuerzo de todos los que desean promover la lectura de los niños, y en especial la lectura de los textos literarios.

7. ¿Qué esperamos que el niño aprenda con la lectura? No tanto el acceso a la información sobre el mundo, sobre los incidentes políticos y los resultados deportivos, ni la acumulación inútil de saber que a veces se hace aprender a los niños en clases de geografía o botánica. Esto es secundario, y si se hace, su única utilidad es que es otra manera, entre muchas, de aprender a aprender. Tratemos de señalar tres o cuatro grandes áreas en las cuales la lectura sigue siendo decisiva:

1. Frente a la imagen, que usualmente obliga a una brutal inmersión en una representación unívoca de la realidad o de su mímesis, la lectura exige procesos mentales más complejos para su comprensión que permiten mantener una distancia con el mundo. El lector aprende a seguir un argumento, ayudado por la posibilidad de volver atrás, releer un trozo, analizar las intenciones del autor o su estrategia comunicativa. La lectura es un doble de una comunicación verbal oral, y por lo tanto mantiene las exigencias del uso del lenguaje. Para leer hay que saber escribir, y saber hablar: es un proceso en el cual no es posible adoptar la pasividad más profunda (aunque sin duda, no total) del espectador, que no necesita entender lo que hay detrás de la pantalla ni está en condiciones de someter a crítica una información a la que hasta el mismo ritmo de su presentación depende de otros, es impuesto. Esta pasividad dificulta la conformación de hábitos de "lectura" crítica de la imagen, que son más naturales y espontáneos en el proceso de lectura del libro. Por supuesto, algunos de los medios interactivos hoy en desarrollo reducen la pasividad del usuario, y representan una combinación interesante, tanto para efectos del texto científico o informativo como del texto literario, entre lenguaje escrito e imagen. En esta dirección, concluyamos, la lectura es parte del proceso de formación de la capacidad intelectual básica del estudiante, que difícilmente puede ser reemplazada por aprendizajes alternativos, y que se apoya incluso en el hecho de ser un proceso más complejo, más exigente, que exige esfuerzo y da la satisfacción del dominio de lo difícil.

2. Buena parte de la comunicación fundamental entre los hombres sólo puede lograrse mediante el uso del lenguaje. Esto es cierto, en primer lugar, de todo lo que desarrolle argumentos y razonamientos. Por supuesto, puede pensarse que un personaje que argumenta en un debate televisado puede suplir esta función, pero es una posibilidad muy remota y las pérdidas cualitativas probablemente inevitables y graves. Los procesos de pensamiento racionales y conceptuales se aprenden en el lenguaje escrito (e inicialmente en el oral, pero a otro nivel). Del mismo modo, el lenguaje escrito permite elaborar textos creativos que no tienen paralelo en el lenguaje de las imágenes. La naturalidad del lenguaje oral establece y genera una base para la creación completamente independiente y paralela de la creación que pueda hacerse mediante la imagen. Esta creación literaria extiende los recursos del idioma y forma al lector, le enseña a dominar su lengua. No existen tampoco alternativas distintas para ello, y el desplazamiento de la lectura por la imagen acosada de la televisión puede llevar a una simplificación y reducción en la complejidad de la comunicación formal en la sociedad. Este desplazamiento está en proceso, y la pregunta es hasta dónde llegará. Mientras tanto, reiteremos que la lectura es esencial para lograr un dominio del lenguaje, tanto en su función literaria como en su función de comunicación pragmática y conceptual.

3. La sumersión en la imagen audiovisual es también usualmente más pasiva, en la medida en que depende más de las presiones y realidades de quienes programan la producción de imágenes. El texto escrito puede sobrevivir incluso en la clandestinidad, como lo mostraron los escritores soviéticos que copiaban a mano sus textos. La imagen es producida industrialmente, y requiere un sistema industrial de distribución. (Aunque los desarrollos futuros de la tecnología seguramente disminuirán esta situación para cierto tipo de productos audiovisuales, y este es un tema que vale la pena explorar). La creación de espectadores adictos muy pasivos es un hecho evidente, así tenga paralelo en algunos tipos de lectores: el lector, como regla general, es más independiente que el espectador.

4. La lectura del texto literario representa una oportunidad de experiencia de lo vivido que es esencial en la formación del niño (así en otras sociedades haya podido hacerse por el relato oral de los adultos). Como lo ha destacado Bruno Bettelheim, y lo recordó hace algunos años entre nosotros Natalia Pikouch, el texto literario ayuda al niño a "comprenderse mejor; así se hace más capaz de comprender a los otros y de relacionarse con ellos de modo mutuamente satisfactorio y lleno de significado". El texto literario es la forma más rica de transmitir la herencia cultural, de aprender a manejarla, y de manejar, mediante la cultura, los propios impulsos y deseos. El proceso por el cual las pulsiones más radicales son convertidas en elementos de la cultura es más eficaz cuando corresponde a la satisfacción simbólica que da la literatura. La posibilidad de catarsis descrita por Aristóteles en La Poética, ayuda al niño a enfrentarse a las emociones, a la violencia, al amor, a la crueldad, en una forma en que las imágenes de la televisión no permiten, pues, por el contrario, substraen la violencia de su significado cultural, la banalizan para convertirla en un simple promotor de emociones, y llevan a que el niño confunda la violencia imaginaria o simbólica y la violencia real.

5. Los argumentos anteriores pueden unirse en la afirmación de la importancia de la lectura para la formación de los ciudadanos que requiere una sociedad abierta y democrática, en la cual se busque que las decisiones políticas sean el resultado de la deliberación y el debate abierto, y en la cual, como en el viejo ideal napoleónico, los ciudadanos, dotados de similares oportunidades iniciales, encuentren su puesto en la sociedad con base en el uso que den a sus talentos. La lectura es la base de la educación y la educación es el factor esencial de igualdad social en el mundo moderno: igualdad social como igualdad de oportunidades, como igualdad legal y como igualdad en la participación política. Por ello, si el desarrollo de esta habilidad, de esta técnica peculiar, se hace en forma que genera nuevas desigualdades, sobre todo porque reduce la lectura de los sectores más populares a sus elementos más pragmáticos, y se contenta con competencias limitadas en tales medios, su función igualitaria se destruye, y se convierte en un nuevo factor discriminador.

8. Lecturas didácticas y recreativas. Resulta evidente que creo en la importancia de mantener los esfuerzos por promover al máximo el uso del texto escrito y estimular la lectura. Y es evidente que este proceso debe hacerse fundamentalmente en la infancia, en medio de la familia y de la escuela. Pero si bien es fundamental tener claridad sobre la importancia y la utilidad del aprendizaje eficiente de la lectura, vale la pena diferenciar, así la distinción no sea tan tajante en la realidad, entre la lectura didáctica y la lectura del texto literario. Nadie duda todavía de la importancia funcional del aprendizaje de la lectura para el dominio del lenguaje mismo y para el manejo de información, tanto en procesos sucesivos de aprendizaje escolar (el rendimiento escolar depende en gran parte del dominio de las técnicas de lectura) como en la vida misma. Saber leer las instrucciones, los letreros de vehículos y almacenes, los textos de física o mecánica, los argumentos de los filósofos o las propagandas de los políticos, es algo que resulta esencial para el ciudadano moderno. La escuela debe preparar al estudiante para una comprensión adecuada del texto científico, para un análisis de los contenidos informativos de un texto, para una crítica de las intenciones de quien produce un mensaje. Sin embargo, el niño no tiene una visión clara de las ventajas utilitarias de este aprendizaje, y si no adquiere durante la infancia un verdadero hábito y una buena capacidad de comprensión de lectura, tendrá desventajas en el manejo de la información escrita. Paradójicamente, una de las primeras razones para promover entre los niños la lectura de textos literarios es para que aprendan a leer, con facilidad y plena comprensión, los textos no literarios. Pero esto no es lo fundamental, y es un argumento que sólo tiene sentido para los adultos: para los niños carece de importancia. En este tema, mi posición es radical y extremista: la lectura de la literatura, del cuento infantil, de los cuentos de hadas, es lo único que puede hacer interesante y atractiva la lectura para los niños más pequeños. Comparto por completo los puntos de vista de Bruno Bettelheim y Karen Zelan, de que lo que haga la lectura atractiva, interesante, maravillosa para el niño es lo que debe fundar la enseñanza de la lectura en la infancia. Y aunque gradualmente puede ir surgiendo la función didáctica de la lectura, y el niño puede descubrir de su papel en la transmisión de información y conocimiento, creo que durante toda la escuela primaria el énfasis debe estar en la lectura como placer, como experiencia de vida, como forma de comunicación creadora. Esto es así, porque la lectura sólo se vuelve un hábito cuando se apoya en la agradable experiencia de ella misma, no cuando es un esforzado descifrar de palabras para satisfacer una obligación escolar. Sabemos que normalmente es poco lo que hace la escuela para promover la lectura, y lo que se hace muchas veces produce efectos indeseados. El proceso de aprendizaje de la lectura es usualmente tedioso en nuestro medio, y produce unos lectores mediocres y que ven la lectura como un esfuerzo. Normalmente se convierten en lectores competentes y asiduos aquellos niños que han tenido en su hogar una experiencia que valore el libro y el texto escrito, porque les han leído los adultos, porque han visto a los adultos utilizar el texto escrito con frecuencia, porque ven que los libros son objetos valiosos para sus padres. La calidad de los maestros y de la escuela no les permite superar, y en muchos casos más bien agravan, las limitaciones que traen los niños del hogar: usualmente, al terminar la primaria, se habrán vuelto lectores, y estarán en camino de convertirse en personas con una posibilidad de manejo complejo de la cultura, unos pocos niños que provienen de hogares donde hay una valoración de la cultura escrita, usualmente de clase alta. En las escuelas populares, pocos sabrán leer bien, y sobre todo, muy pocos habrán aprendido a disfrutar de la lectura. Es posible buscar procedimientos remediales para compensar este atraso, sobre todo en los aspectos más inmediatos de la velocidad de lectura y de la competencia para comprender los mensajes, pero ya es dudoso que pueda impulsarse mucho la apreciación del niño del acto de leer. Aquí es donde está el gran desafío: lograr que socialmente la lectura reciba una valoración que estimule al niño, y lograr que la escuela promueva eficazmente la formación de niños lectores. No creo que haya nada que permita hacerlo, distinto a impulsar la lectura de historias y narraciones atractivas, de buena literatura. Quizás no muchos responderán, dadas las carencias culturales del medio, y la facilidad de las alternativas recreativas. Pero no hay otra estrategia que logre mejores resultados. ¿Cómo promover esta lectura literaria? Creo que lo esencial es dotar a las escuelas de materiales literarios adecuados, y tratar de que los maestros los conozcan, los lean -y esto puede ser difícil: no hay que olvidar que estamos insertos en un círculo vicioso perverso, en una situación que se describiría mejor con el conocido teorema de la telaraña de los economistas: la mayoría de las personas que se forman como maestros, lo hacen porque no logran acceso a las carreras que desean, dadas las debilidades formativas que tienen. Una expresión de estas debilidades es que usualmente tampoco ellos tienen el gusto de la lectura, ni una adecuada comprensión de lectura. Estos maestros, cada vez más incompetentes, forman estudiantes cada vez más débiles, de los que se extraerá una nueva generación de maestros seleccionando a los peores, y así sucesivamente... Repito, tratar de que los maestros los conozcan, los lean, los respeten como textos literarios (y no como portadores de mensajes pragmáticos o ideológicos), los disfruten y puedan comunicar su placer a los niños. También es conveniente dotar de materiales de literatura infantil a las bibliotecas públicas de todos los niveles. Incluso en las comunidades económicamente más pobres, hay niños que pueden despertar ante el descubrimiento del texto imaginativo y creador, y en ninguna parte es más importante que esto pase que en los sitios en los que las limitaciones prácticas favorecen menos el puro disfrute estético del texto literario. Es allí donde el resultado social de estimular la lectura es mayor, en la medida en que, como lo he subrayado, el desarrollo de esta capacidad es el camino para el acceso a una educación compleja, y por lo tanto al único canal razonable de disminución de las diferencias sociales que conocemos hoy. Así pues, mi opinión es que debemos reforzar los aspectos creativos y recreativos de la lectura, frente a los aspectos pragmáticos. Y si esto es así, nada puede ser más aterrador que tropezar con metodologías que convertirían incluso la lectura literaria en un tedioso ejercicio analítico. Leo con horror la propuesta, que por lo demás demuestra una competencia especializada indudable, de un profesor que esboza un "modelo pedagógico" al final del cual "el estudiante podrá comprender las estructuras, núcleos y secuencias narrativas...hacer la redacción esquemática...graficar una cadena nuclear, hacer sus propios cuentos, con patrones propios..." Dudo que alguien pueda tomarle gusto a la lectura con semejantes modelos pedagógicos, y mucho menos que alguien aprenda a escribir con semejante combinatoria computacional. Esto es como obligar al niño que aprende a nadar a memorizar los nombres de los huesos y de los músculos que intervienen en el proceso: algo útil para el maestro, pero que bloquearía el aprendizaje del alumno. Solamente la lectura como placer, que olvide los beneficios que puede producir, que renuncie a los resultados formativos o pragmáticos, acaba teniendo resultados, acaba produciendo beneficios. Esta es la paradoja sobre la que debemos apoyar el esfuerzo de impulso a una relación más viva entre nuestros niños y el texto escrito. En el hogar, en la escuela, en los medios de comunicación social, es preciso restablecer el aprecio por la inútil literatura, para que esta sea verdaderamente útil.

Jorge Orlando Melo Medellín
septiembre 7 de 1993

 
 

 

 

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