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Jaime Jaramillo Uribe: pluralista y escéptico
 

Jaime Jaramillo Uribe, el historiador, el amigo, el padre que acaba de morir, fue una de las principales figuras de la cultura colombiana en el siglo XX. Aunque tal vez no sea muy conocido por sus compatriotas, las instituciones lo destacaron –recibió doctorados honoris causa de la Universidad de los Andes y de la Universidad Nacional, Cruz de Boyacá, y premios de historia que se le daban y tendían a morir poco después, quizás por la dificultad para encontrar otros candidatos a su altura: en 1974 ganó el premio nacional de historia establecido por el Banco de Colombia, en 1995 el Premio Vida y pbra del Archivo General de la Nación, en 1998 el Premio Planeta de Historia, y en 1999 fue escogido por El Tiempo entre los 100 personajes  del siglo que terminaba.

Fue un maestro y escritor que nunca hizo alardes de sus contribuciones,  pero no es difícil señalarlas. En forma casi rutinaria, desde hace unos 30 años, he dicho algo que tiene algo de paradoja frívola: Jaime Jaramillo Uribe, en vez de empeñarse en cambiar el país, en hacer la revolución, en sacudir las estructuras fundamentales a Colombia, le cambió el pasado. Fue una transformación dramática y brutal: mientras que la historia colombiana, hasta hace medio siglo, era un relato de heroicos descubridores y valientes militares, de presidentes esforzados, de brillantes constituciones y de dirigentes empeñados en mejorar la condición de sus compatriotas, esa historia, cuando se enseña hoy a los niños o a los estudiantes universitarios, es una historia de conflictos sociales, de esclavos e indios, de ideas políticas, de estilos de familia, de modos de vida cotidiana, de cambios en la ropa, las comidas y las formas de rezar, de artesanos, obreros y empresarios. Y puso a la mayoría del pueblo, a los mestizos, en el centro del cuento: ellos, según su relato, desorganizaron la sociedad de castas, lucharon por la independencia, y terminaron aprovechando buena parte de sus frutos.

En efecto, la historia heroica dio paso a una historia mediana y a lo que Jaramillo propuso, cuando llamó al Anuario Colombiano, que creó en 1963, “de historia social y de la cultura”. Allí publicó sus estudios sobre la vida de los esclavos en el siglo XVIII, la población indígena, los artesanos, al mismo tiempo que formaba, en la Universidad Nacional, en la sección de historia de la Facultad de Filosofía y Letras y desde 1965 en el Departamento de Historia, un grupo de discípulos que multiplicaron el efecto de su trabajo.

Esto es sabido y no quiero repetirlo. Ni quiero insistir en su gran contribución a la divulgación de las nuevas miradas al pasado, con obras como el Manual de Historia de Colombia, de 1978. Lo que quiero hoy es destacar algunos rasgos de la forma de ser y pensar del profesor Jaramillo que en mi opinión explican su influencia, al mismo tiempo silenciosa, eficaz y duradera.

Jaramillo, como el mismo lo recordó, se interesó en la historia en los años cuarenta, cuando estaba en la Escuela Normal Superior, en un ambiente en el que lo moderno era el marxismo: todos tenían, y él también,  su foto de Lenin en el cuarto. Jaramillo militó en grupos de izquierda y probablemente en el Partido Socialista Democrático, como se llamaba entonces, con nombre tan atractivo, el Partido Comunista.

Pronto se desilusionó del marxismo, en Bogotá y en París. Lo que parece haberlo alejado fue su rechazo profundo al dogmatismo, a las visiones unilaterales. En sus recuerdos señala como nunca pudo ser ortodoxo, como lo atraían al mismo tiempo diversas metodologías, como buscaba, para emprender sus trabajos, las herramientas que le ofrecían distintos pensadores. Su trabajo histórico está marcado, sin duda, por el marxismo, pero también por los historiadores alemanes sociales, como Otto Brunner, por los historiadores de las ideas, como Ernst Cassirer y por supuesto por la historia de larga duración de Marc Bloch, E. Labrousse y Lucien Febvre. Este pluralismo metodológico tuvo un gran impacto entre los historiadores que estudiaron con él: Colombia no tuvo, entre 1970 y 1990, esos grandes historiadores marxistas, o foucaultianos o althuserianos, o seguidores de White y sus teorías del discurso, que dominaron el debate en algunos países de América Latina. Hubo aquí excelentes historiadores que se inspiraron en ellos, pero casi siempre con una actitud similar a la de Jaramillo: usar a Marx, o a Hayden White o a Foucault, pero sin convertirlos en una doctrina religiosa, tratando de que, como le gustaba insistir a don Jaime, la metodología respondiera a las preguntas que sugería la realidad –todavía creía que esta estaba en alguna parte.

Al profesor Jaramillo le gustaban las teorías que guiaran la investigación y ayudaran a formularse preguntas,  pero sospechaba de las grandes teorías en historia, en ciencias sociales, en educación: prefería la teoría limitada, apropiada para cada problema. Y al mismo tiempo miraba con escepticismo las soluciones grandiosas e integrales. En 1967 enfrentó, como director del Departamento de Historia, una huelga de sus estudiantes, que querían un plan de estudios radicalmente nuevo. Jaramillo prefería sacar una revista de alto nivel, mejorar uno a uno los profesores, impulsarlos a la investigación o al trabajo en los archivos, tratar de que hicieran bien sus clases, que fueran excelentes maestros, a un plan teóricamente brillante y coherente, que formaría a los estudiantes en todos los temas de la historia cuando apenas empezaban sus estudios, y que tendría que contentarse con profesores que improvisaran sus clases novedosas. La huelga se calmó, pero Jaramillo, cada vez menos a gusto en una universidad permeada por discursos omnipotentes, y con una carrera de historia que en vez de formar a los estudiantes en los principios básicos de las humanidades y las ciencias los lanzaba a la especialización histórica desde las primeras clases, terminó renunciando a la dirección del Departamento y en 1971 se retiró de la Nacional y se pasó a los Andes, donde, poco a poco, volvió a hacer lo que había hecho en la Nacional: ayudar a que se consolidara un buen departamento de historia, moderno y apoyado en la investigación, con una buena carrera de historia, aunque siempre demasiado especializada para su gusto.

Lo mismo, me parece, pasaba con su visión del país. Compartía con los más rebeldes una visión crítica del pasado nacional, un reconocimiento de las injusticias y desigualdades que habían conformado nuestra historia. Pero no creía que Colombia fuera sólo eso. Si, era injusta, pero…, si, había mucha pobreza, mucha ignorancia, peroSi, los artesanos se debilitaron afectaron con el librecambio, pero… Creo que el “si, pero..” fue uno de sus tropos retóricos favoritos, porque era la forma de decir que muchas de las versiones del pasado, sobre todo las muy pesimistas o muy optimistas, aunque tuvieran razón en muchos aspectos, tenían una falla central: eran unilaterales, incompletas, parciales. Y por eso mismo, creo, no se sintió atraído por ninguna de las invitaciones al cambio total de estructuras, a la revolución, a la lucha contra el sistema, con lo que lo confrontábamos día a día los estudiantes de los sesentas y setentas. Como en la vida diaria o académica, prefería los cambios pequeños, los ajustes graduales. Me parece que miraba con gran simpatía emocional a los que se lanzaban a la lucha radical, pero con total escepticismo intelectual: la revolución, el sueño marxista de los intelectuales universitarios, no reduciría la miseria o la violencia: si acaso, el esfuerzo por lograrla las aumentaría y los que las iban a sufrir no eran tanto los teóricos que la propugnaban la lucha armada, como los militantes de base, los campesinos y los obreros atrapados en las violencias promovidas como utopía desde las aulas universitarias.

Así como él estuvo tentado brevemente por los radicalismos políticos hacia 1945, casi todos sus discípulos lo estuvimos en los años sesentas. Y mientras aprendíamos las reglas del trabajo histórico en las clases de Jaramillo, rechazábamos su combinación de razonamiento crítico y conservatismo práctico, su desconfianza de todos los cambios integrales. Pero después, casi todos llegamos a apreciar, en un país en el que los remedios radicales han resultado peores que la enfermedad, en el que las grandes soluciones han llevado casi inevitablemente a nuevas y más grandes tragedias, este pluralismo político, esta inclinación a enfrentar los problemas sin tratar de resolverlos todos al mismo tiempo. Muchos hemos terminado tratando de aprender de Jaramillo no solo su pluralismo metodológico, su escepticismo teórico, sino algo de su sabiduría humana, su sensatez y su prudencia.

Es muy probable que esta prudencia y esta capacidad para enfrentar el mundo sin desesperación recibiera mucha fuerza de su experiencia personal. Era imposible no advertir como disfrutaba su relación con Yolanda Mora, la antropóloga con la que se casó desde los tiempos de la Normal Superior, y cuán orgulloso se sentía de sus hijos, de Lorenzo y de Rosario, cuyas rebeldías y cuyas transgresiones estéticas gozaba.

Fue una gran familia, que lo amarró a la vida. Le produjo, por supuesto, grandes dolores: la muerte de Yolanda y la de Lorenzo, casi insoportable. Pero esta calidez de la casa hizo posible que sus hijos, que lo querían y admiraban, lo cuidaran bien cuando llegó el tiempo para ello: en esta última década, todos hemos visto como pudo seguir disfrutando la vida, viajar a Santa Marta o Girardot, ir a su oficina a hablar con estudiantes, salir a su tertulia con los viejos amigos del café. Y cuando dejó de ir a la Universidad, cuando ya no salió más, pudo recibir visitas en casa, disfrutar la comida, que evocaba la que cocinaba Yolanda, releer su libros y recordar poemas favoritos Y todo esto, porque Rosario y Hugo estuvieron siempre a su lado, con un afecto sin límites.

Hoy nos despedimos de don Jaime. Cómo enseñó y escribió tanto, el diálogo con él seguirá vivo y volveremos a oírlo, una y otra vez, y seguiremos aprendiendo de él. Pero hoy tenemos que decir: Adiós profesor, adiós don Jaime.

Jorge Orlando Melo
Octubre 27 de 2015

Unos textos para leer:

Algunos artículos de Jaime Jaramillo Uribe, en los que hacía algo de divulgación histórica, pueden encontrarse en internet:

Carga de conflictos”, El Tiempo 1996. Sobre la crisis colombiana y sus relaciones con la historia.

El cocido racial”  El Tiempo, 12 de octubre de 1992, con ocasión de los 500 años del descubrimiento.

Etapas y sentido de la historia de Colombia, Colonia y siglo XIX”.  De Colombia Hoy, 1978.

Algunos aspectos de la personalidad histórica de Colombia”.  Revista UN, No 7, 1970

Y algunos textos sobre él y sobre su obra:

Martha Herrera y  Carlos Lux,  “Jaime Jaramillo Uribe: La historia, la pedagogía  y las ciencias Sociales”. Una amplia entrevista publicada originalmente en Revista Colombiana de Educación 1994.

Tovar Zambrano, Bernardo, “El pasado como oficio”, Nómadas No. 4 (Mar. 1996). p. 138-155. Una biografía excelente, con magnificas ilustraciones.

Jorge Orlando Melo, “Jaime Jaramillo Uribe y el impacto de su obra"


 

 

 

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