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Algunas consideraciones globales sobre "modernidad" y "modernización" en el caso colombiano 
 

 

1. MODERNIDAD Y MODERNIZACIÓN
La idea de un mundo "moderno" se afianza, como es sabido, en la polémica francesa entre los "anciens" y los "modernes", a finales del siglo XVII
[1]. Alrededor de esta polémica se constituyen la idea ilustrada del progreso, que será un elemento central de la filosofía política e histórica del siglo XVIII, y la definición de la sociedad como un sistema perfectible, que se sujeta progresivamente a paradigmas más racionales de acción.

Los historiadores del siglo XVIII, al tratar de determinar los "orígenes" del mundo moderno, tendieron a colocar la ruptura en el Renacimiento. Esta concepción encontró una magnífica expresión, en el siglo pasado, en J. Burckhardt, para quien el mundo moderno se caracterizaba por el triunfo de los intereses laicos sobre la visión religiosa, por el surgimiento de una ética política intra mundana, por el descubrimiento del hombre como sujeto histórico, por el desarrollo de la ciencia de la naturaleza y el interés por el conocimiento del mundo y por la aparición de una pintura de intención realista y no simbólica[2].

La caracterización cultural del mundo moderno fue complementada por la visión histórico­económica de Marx, quien trató de determinar las condiciones de la llamada "acumulación originaria", que equivaldría al establecimiento de las condiciones para el surgimiento del capitalismo. De este modo, el mundo moderno en un sentido global quedó conformado paralelamente con la constitución de una modernidad económica, definida por el capitalismo y por una modernidad cultural. La sociología alemana de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX hizo grandes esfuerzos por mostrar la relación entre estos dos ámbitos: obras bien conocidas de Sombart y Weber, en particular, trataron de escudriñar las condiciones culturales de la transición al capitalismo. Para ellos era, resulta claro, el vínculo entre un "espíritu del capitalismo" y el desarrollo de las nuevas instituciones económicas. Del mismo modo, estas preocupaciones condujeron a un análisis del papel de la religión en esta transición, a partir de la comprobación admitida del carácter intra mundano y desencantado de la visión moderna del mundo. Weber, Tawney, Troeltsch, Sombart darían respuestas diferentes a la cuestión del papel del protestantismo, el judaísmo y el catolicismo en el surgimiento del mundo moderno[3].

Los historicistas alemanes, como Ranke, y el mismo Marx, aunque desde una perspectiva radicalmente opuesta, subrayaron también como elemento central del proceso de consolidación del mundo moderno el surgimiento de los Estados Nacionales. Maquiavelo podría ser visto como el primer representante de una concepción moderna del Estado y como quien vislumbró la existencia de una instancia política autónoma. El análisis de las condiciones de formación de un espacio político homólogo al mercado laboral, con ciudadanos independientes y con una separación entre la esfera económica y la política, fue tema de estudios ya clásicos como los de C. B. Macpherson y Karl Polanyi[4].

Por supuesto, las diversas versiones del proceso de transición al mundo moderno y el papel relativo de los aspectos culturales, económicos y políticos difieren substancialmente entre sí. Pero debe destacarse que el proceso que a grandes rasgos cubre el período entre el Renacimiento y el siglo XIX condujo a una diferenciación creciente entre sectores modernos y tradicionales, tanto en los países metropolitanos como en las colonias. En la misma Europa, el pensamiento laico y moderno resultó crecientemente contrapuesto a una mentalidad tradicional, presunto rezago del mundo medieval, y que encontraba su expresión central en las culturas campesinas. Del mismo modo, los comportamientos económicos del sector capitalista, descritos y explicados por la "economía política" criticada por Marx o por los economistas marginalistas, aparecían como regidos por leyes diferentes a las de las economías campesinas tradicionales. Todo esto contribuyó, a comienzos del siglo XIX, para el surgimiento de una serie de movimientos culturales y políticos que en algunos aspectos tenían una connotación antimodernista. El descubrimiento del folclore en los países europeos periféricos, la revaloración de las tradiciones medievales y el énfasis en las lenguas étnicas condujeron a una explosión de nacionalismo, contrario aparentemente al universalismo capitalista moderno[5].

Mucho más decisiva fue la percepción del creciente distanciamiento entre los núcleos económicos del mundo, en proceso de rápido avance, y el estado de los países coloniales o que recientemente habían salido de ese status. En Europa, fue casi unánime la visión de que este desfase solamente podría suprimirse mediante la destrucción radical de las formas tradicionales de vida. Quizás en ningún autor se encuentra esta idea expresada con mayor énfasis y convencimiento que en Marx, para quien la evolución inglesa representaba el paradigma del desarrollo capitalista, que se expandiría a todo el universo, destruyendo los modos de producción precapitalistas que constituían obstáculos al progreso[6].

Puede sostenerse que el triunfo de la modernidad representa la congruencia de tres procesos revolucionarios que transformaron la sociedad europea (y las colonias de poblamiento como los Estados Unidos) a ritmos diferentes entre el siglo XV y el siglo XX[7]. En primer lugar la revolución económica, que generó por primera vez un sistema productivo en proceso continuo de crecimiento, capaz de sostener un aumento permanente y no cíclico de la población. Los elementos centrales de este proceso fueron el establecimiento del capitalismo, la vinculación estrecha entre el desarrollo tecnológico y el proceso económico, la creación de la industria fabril, la creciente utilización tecnológica de los conocimientos científicos y el surgimiento de una economía basada en el mercado de trabajo asalariado y en la propiedad privada de la tierra y los recursos productivos.

En segundo lugar una revolución política, que configuró los estados nacionales modernos, con un Estado con pretensiones de soberanía, vinculado a una ciudadanía abstracta como fundamento de esa soberanía. Las diferentes doctrinas del pacto social condujeron a la formulación de una teoría política democrática, que se convirtió en la doctrina por excelencia de la sociedad capitalista moderna y, eventualmente, de las sociedades denominadas socialistas. Esta revolución destruyó cualquier fundamento conceptual del poder, diferente a la voluntad del pueblo, independientemente de las diversas interpretaciones, liberales o colectivistas, que se le dieran a esta voluntad. En muchos sentidos puede sostenerse que esta revolución está inconclusa en un grado mayor que las otras dos, por las dificultades que creó en el funcionamiento de la democracia la muy desigual distribución de poder económico y cultural dentro de la sociedad, lo que llevó a redefinir la democracia para entenderla como "democracia económica", "democracia social" o "democracia participatoria" y condujo a atribuir al Estado funciones redistributivas esenciales[8].

En tercer lugar, se produjo una revolución cultural de grandes consecuencias. Entre el siglo XVI y el siglo XX se ha efectuado un paulatino desplazamiento de las formas de comunicación social. El papel de la Iglesia y de la familia en la transmisión de la tradición cedió ante la importancia creciente del sistema escolar formal, y en la medida en que se expandió la alfabetización, ante el surgimiento de una industria cultural. Esta industria, conformada inicialmente por el sistema editorial de libros, sobre todo en lenguas nacionales (configuradas en muchas partes, partir de un mar de dialectos locales, por la misma imprenta: piénsese en la Biblia alemana e inglesa), tuvo un primer salto con el surgimiento de los diarios. A partir de ese momento, la comunicación escrita se convirtió en uno de los aspectos centrales del intercambio social, y la alfabetización dejó de ser una herramienta concreta de determinados sectores sociales para convertirse en elemento esencial de la ciudadanía. Los grupos iletrados fueron entonces definidos como atrasados portadores de la cultura "popular", entendida esencialmente como una reliquia del pasado y objeto de investigación por los folcloristas.

En el siglo XX, ante la relativa lentitud de la transformación modernizadora de las sociedades periféricas en sociedades capitalistas modernas, se plantearon proyectos globales de modernización acelerada. El más masivo de todos ha sido el hecho a nombre del socialismo y de la crítica del capitalismo, aunque mantuvo en general los objetivos modernizadores centrales de éste. El éxito inicial de estos esfuerzos, y los conflictos geopolíticos derivados de la consolidación del mundo socialista como alternativa al mundo capitalista, contribuyeron al surgimiento de una teoría alterna del desarrollo inscrita dentro de parámetros no revolucionarios. Esta teoría condujo a la formulación, en las décadas de 1950 y 1960, de diversas visiones del proceso de "modernización" de los países periféricos. En general, y simplificando arbitrariamente estas conceptualizaciones, se describió el proceso de transformación como una lucha entre sectores modernos y capitalistas en conflicto con instituciones y grupos tradicionales[9]. Aunque era empíricamente admisible la existencia de dualismos en la sociedad y la economía de los países atrasados, la teoría de la modernización tendió a simplificar linealmente los procesos de cambio, a desconocer que en los países atrasados (y no sólo en ellos) la existencia de instituciones y situaciones llamadas "tradicionales" -como las formas de trabajo no asalariado, la supervivencia de campesinado, el dominio político violento sobre amplios sectores de la población, la existencia de ideologías autoritarias, el papel represivo de la Iglesia, etc. - era en buena parte producto del desarrollo del sector identificado como moderno. Del mismo modo, se tendió a subrayar, ignorando todos los aspectos contradictorios de esta relación, la identidad entre el sector moderno y los centros mundiales de la economía, convirtiendo a los empresarios industriales y agrarios y sus aliados transnacionales en los agentes centrales de un proceso de modernización que se consideraba deseable y que iba, obviamente, en el sentido de la generalización de las relaciones capitalistas. En todo caso, el auge de estas teorías tendió a reducir el problema de la modernidad y del "mundo moderno", en un sentido más amplio, a un proceso de "modernización" definido en términos relativamente estrechos y fundamentalmente económicos, por las burocracias de las entidades de ayuda internacional.

Las anteriores páginas presentan en forma excesivamente esquemática procesos muy complejos, ignorando aspectos centrales. Sin embargo, resulta conveniente tenerlas en cuenta como base parcial de la exposición que sigue, relativa a los aspectos centrales de los procesos de transformación modernizadora en Colombia. Para efectos prácticos, considero procesos de modernización los que conducen al establecimiento de una estructura económica con capacidad de acumulación constante, y en el caso de Colombia, capitalista; de un Estado con poder para intervenir en el manejo y orientación de la economía; a una estructura social relativamente móvil, con posibilidades de ascenso social, de iniciativa ocupacional y de desplazamientos geográficos para los individuos; a un sistema político participatorio y a un sistema cultural en el que las decisiones individuales están orientadas por valores laicos (lo que en general) incluye el dominio creciente de una educación formal basada en la transmisión de tecnologías y conocimientos fundados en la ciencia[10].

Allí se ampliaba algo esta descripción, en la siguiente forma:

El desarrollo de una economía capitalista, independientemente de las anomalías y deformaciones que pueda adoptar en países periféricos, supone la aparición de un mercado de mano de obra asalariada y de un proletariado, la eliminación de las restricciones legales que sustraen la propiedad de la tierra del mercado, la creación de un mercado nacional, el surtimiento de un sector industrial basado en el empleo de maquinaria y energía mecánica. Para las economías dependientes, el proceso de transformación capitalista de la economía requiere la ampliación de los vínculos con el mercado mundial y la destrucción de formas de producción tradicionalmente orientadas al auto­consumo. El proceso de consolidación de un Estado modero exige la ruptura de formas particulares de ejercicio del poder público, la eliminación de estructuras regionales políticas independientes, el establecimiento de sistemas tributarios eficientes, confiables e impersonales, la conformación de una burocracia y un sistema policial capaces de imponer las decisiones del Estado. El proceso de modernización del sistema social incluye el crecimiento del sector urbano, la eliminación de diferencias legales entre la población, el debilitamiento de la dependencia individual de estructuras estamentales, étnicas y familiares y el surgimiento de un sistema de clases sociales formalmente abiertas. Las transformaciones culturales pueden incluir el debilitamiento de la función de la religión, el surgimiento de un sistema masivo de educación pública, la incorporación acelerada de tecnologías de comunicación provenientes de los centros económicos avanzados, el cambio de valores sociales y percepciones acerca del trabajo, la riqueza, el empleo del tiempo, la función de la ciencia, etcétera.

 

II. MODERNIDAD Y TRADICIÓN EN COLOMBIA: SUS ANTECEDENTES

Colombia ingresa en el mundo a través de la conquista por España. Que esto haya sido así tiene al menos dos consecuencias de signo contrario: por una parte condujo a una temprana incorporación al mundo cultural occidental, pero por otra hizo que, como ha sido señalado por varios autores, los elementos del mundo moderno que transformaron la Europa post­renacentista llegaran doblemente debilitados a la Nueva Granada, por la supervivencia de tradiciones culturales indígenas y por la muy parcial europeización de España, que asumió como cruzada la lucha contrarreformista, cerrándose a aspectos centrales del mundo moderno. En particular, el desarrollo del capitalismo fue relativamente débil y tardío, el sistema científico-académico se mantuvo aislado del resto de Europa, y la estructura política mantuvo rasgos extraordinariamente autoritarios.

Los primeros esbozos de una ideología modernizadora se presentaron en la elite criolla neo­granadina de la segunda mitad del siglo XVIII. Su percepción del atraso hispánico, y del atraso adicional en el que estaba nuestro territorio, estuvo vinculada desde el comienzo a la adopción de un pensamiento protoliberal, cercana al liberalismo europeo. El desarrollo de una economía capitalista, la igualdad legal de la población, la expansión de la educación, la ampliación de las oportunidades de dirección administrativa para los criollos, estuvieron entre los primeros componentes de un proyecto modernizador identificado con el pensamiento ilustrado y que se inscribía, sin muy seria ruptura, dentro de la tradición parcialmente europea de las elites criollas.

Facilitaba también, aparentemente, la perspectiva de una rápida modernización de la Nueva Granada el hecho de que aquí a diferencia de otras regiones hispanoamericanas, se había realizado un proceso muy acelerado de mestizaje, que para entonces había destruido la autonomía cultural de las principales naciones indígenas y creado, tempranamente en comparación con otras regiones hispanoamericanas, una identidad lingüística (ya más del 90% de la población hablaba exclusivamente el español) y una religiosidad relativamente homogénea[11] .

Elemento central de este primer esfuerzo modernizador fue el esfuerzo consciente por crear una práctica científica local y por transformar las instituciones académicas superiores. Esto se expresó en la conformación de la Expedición Botánica, en la reforma de los planes de estudio universitarios y en el intento por desplazar a los clérigos de la enseñanza universitaria para reemplazarlos por laicos, así como en una critica general del saber tradicional. A pesar del carácter elitista de este primer esfuerzo de "modernización", reforzó tres corrientes de gran significación posterior: a) contribuyó a generar un esbozo de identidad nacional, contraponiendo los americanos y los españoles, que tuvo implicación en la aparición de tendencias a la independencia nacional; b) subrayó la importancia de una ciencia aplicable a las necesidades del país, entendidas en términos de producción y explotación de los recursos naturales, y c) promovió entre los grupos dominantes la visión de que el pensamiento y las instituciones tradicionales, vinculados a España, constituían una fuente de atraso, y que era conveniente abrirse al ejemplo, más liberal y capitalista, de otras regiones, como los Estados Unidos, Francia e Inglaterra.

No entro en detalles en el análisis de algunos procesos de modernización centrales del siglo XIX, que están descritos con más precisión en el articulo antes citado. Aquí baste señalar algunos puntos centrales. El hecho de que la independencia se hubiera logrado en un momento en el que Inglaterra aparecía como el modelo por excelencia del desarrollo, y los Estados Unidos como el más exitoso ejemplo del proceso de crecimiento de un pueblo recién liberado, hizo que desde entonces se identificara con el logro de los objetivos de independencia nacional el establecimiento de una economía capitalista y de un sistema político liberal y basado en la soberanía popular. Como esta opinión fue común a todos los sectores de la elite y a los dirigentes de los dos partidos que se configuraron a mediados del siglo pasado, los objetivos del proyecto modernizador no se vieron alterados substancialmente por las vicisitudes de las luchas políticas del siglo XIX ni por la inestabilidad del periodo. Para 1850 este proyecto modernizador hacía parte del ideario fundamental de los grupos dirigentes del país y sus defensores podían alegar que al menos en el plano político se encontraba muy avanzado, en la medida en que se había creado un Estado independiente, cuyo sistema institucional se basaba en principios constitucionales y jurídicos similares a los de las más avanzadas naciones de Europa: legislación escrita, separación de poderes, funcionarios electivos mediante un sistema electoral limitado, derecho civil y penal tomado de Francia. Socialmente, el país había suprimido las discriminaciones legales basadas en diferencias étnicas, al abolir la esclavitud y decretar la igualdad jurídica de todos los neogranadinos. En términos económicos, a partir de 1845 se adoptó sin restricciones el modelo librecambista, con su apertura al comercio internacional y los esfuerzos por establecer un mercado interno de tierras y de trabajo.

La coincidencia de objetivos entre todos los sectores de la elite no evitó algunas divergencias fundamentales, que condujeron a identificar al partido liberal con los esfuerzos modernizadores más radicales, apoyados en la autonomía del Estado con respecto a la Iglesia, en el uso de la escuela como eje del esfuerza cultural de transformación de la mentalidad popular, en la movilización de sectores populares y en la difusión de prácticas democráticas, y en la importación de "modelos" políticos y jurídicos europeos. Entre tanto, el partido conservador escogió un proyecto de modernización capitalista que pretendía conservar las estructuras de autoridad y de mentalidad tradicionales del país: el peso de la Iglesia, el dominio político de los propietarios, la ausencia de movilización popular, el uso de la educación para consolidar la formación religiosa y para promover el aprendizaje de técnicas laborales, y en general la búsqueda de instituciones que correspondieran a la "realidad" nacional, entendiendo por esto las que no innovaran substancialmente el orden social. Por supuesto, en ambos partidos hubo diferencias internas importantes; en particular en el partido conservador siempre existieron franjas para las cuales el proyecto modernizador capitalista era de escasa importancia o incluso nocivo para el país, en la mediada en que disolvía los valores tradicionales o creaba la amenaza de movimientos "demagógicos".

A pesar de este acuerdo esencial, el modelo de desarrollo liberal adoptado por empresarios y políticos tropezaba con serias dificultades. Es cierto que en las condiciones de la época no era pensable ningún proyecto de desarrollo económico que no partiera de la vinculación a los mercados internacionales[12]. Sin embargo, las limitaciones de la Nueva Granada para una exitosa vinculación al mercado mundial eran muy fuertes. El país se encontraba muy fragmentado en términos económicos, las principales concentraciones de población se hallaban en las altiplanicies andinas, a gran distancia de las costas y productoras de bienes similares a los de las zonas templadas de Europa y los Estados Unidos. El ordenamiento laboral en el campo, basado ante todo en la existencia de haciendas con trabajadores no asalariados o en campesinos independientes, restringía la movilidad de la mano de obra y limitaba la magnitud del mercado. Los capitales disponibles eran escasos y se encontraban en formas líquidas. Las tecnologías eran muy atrasadas y existían barreras culturales al crecimiento de la intensidad del trabajo. La debilidad del Estado y la fragmentación, regional y política, de los grupos de propietarios, se manifestaba en la constante inestabilidad, en frecuentes guerras civiles y en la poca continuidad de la acción pública. Y por último, los recursos externos con los que soñaron nuestros liberales -la migración de una mano de obra blanca, inteligente y disciplinada y el flujo de capitales extranjeros- se orientaron hacia áreas de colonización templadas, como Argentina o los Estados Unidos. Sin embargo, entre 1850 y 1890 se logró una elevada tasa de crecimiento del comercio internacional, superior al 4% anual y un aumento todavía mayor de la capacidad importadora del país. Esto reforzó algunos procesos de corte modernizador: se consolidaron los grupos comerciales, se crearon las bases para un sistema bancario, se adoptaron políticas orientadas a ampliar las exportaciones, sobre todo en el terreno de las comunicaciones fluviales y ferroviarias y se adoptó una política educativa más agresiva y con algún énfasis tecnológico. En el campo político, se produjo, a partir de 1863, un proceso de consolidación regional de las elites, que superaban así sus localismos municipales de origen colonial.

Sin embargo, poco se modificó una estructura social y económica interna basada en el poder de los hacendados y en la sujeción (llena de limitaciones tradicionales y debilitada por la existencia de una frontera, es cierto) de una numerosa población de aparceros y arrendatarios; medidas como la desamortización de los bienes eclesiásticos, decretada en 1861 por el liberalismo, condujeron, sobre todo, a un desplazamiento de propietarios pero poco alteraron los rasgos estructurales de la propiedad rural. Esta estructura permitía la dominación política de las poblaciones campesinas y su exclusión de las formas de modernización cultural que se esbozaban en los sectores urbanos: los campesinos de las zonas de hacienda se fueron haciendo más y más atrasados a medida que cambiaban las condiciones generales de la economía.

Dos procesos paralelos comenzaron a transformar el campo colombiano: por una parte un amplio movimiento de colonización campesina, que conformó un campesinado independiente que representaba para comienzos del siglo XX probablemente la mayoría de la población rural. Por otra, la gran propiedad se expandió por las zonas pobladas y cálidas del país, basada en formas tradicionales de sujeción de la población rural y en un sistema legal y de asignación de baldíos que daba todo su apoyo a los grandes propietarios y trataba con mezquindad a los colonos campesinos. La inmensa mayoría de la tierra que salió del dominio público sirvió para acrecentar la sesgada distribución de la propiedad rural existente desde el período colonial.

Mientras el gobierno estuvo en manos del partido liberal, se presentó un álgido conflicto entre el proyecto liberal y la Iglesia, principalmente durante el período de 1850 a 1880. En efecto, el liberalismo tendió a ver en la Iglesia un obstáculo al progreso, sobre todo al adoptar ésta universalmente posiciones antiliberales y antimodernistas. Este conflicto condujo, como ocurre con frecuencia en estos casos, al refor­zamiento de los elementos tradicionalismos, que lograron obtener un gran apoyo entre los sectores populares del país, vinculados todavía a estructuras productivas no capitalistas y formados en procesos de socialización dominados por la Iglesia y la familia. De este modo, durante la Regeneración se estableció un ordenamiento político y cultural autoritario y tradicionalista, bastante hostil a algunos aspectos asociados con la modernización económica, social, política y cultural del país. Sin embargo, al mismo tiempo los sectores dirigentes del país continuaban compartiendo el anhelo del desarrollo capitalista, lo que dio al Estado y al proyecto político regenerador, más que un contenido antimodernizador, un aire contradictorio de "modernización tradicionalista", gradual y lento, que no pretendía eludir todo conflicto con las tradiciones culturales del país o con sus estructuras políticas. Mientras se apoyaba el crecimiento económico y en particular del comercio internacional, el incremento de la escolaridad, vista como importante para la producción, y ciertas formas de conocimiento tecnológico, se rechazaban elementos centrales del pensamiento científico y se trataba de mantener el país aislado de las formas de pensamiento laico o liberal. La estructura social, aunque se modificaba con el crecimiento de las ciudades y la expansión del campesinado, se apoyaba en la creciente concentración de la propiedad rural y en el apoyo dado por el Estado a los propietarios en los conflictos que los enfrentaban cada vez más a colonos o arrendatarios. Del mismo modo, el sistema político mantuvo, en sus aspectos formales, una estructura altamente autoritaria y de baja participación, mediante un sistema electoral restrictivo, un centralismo muy fuerte y una escasa participación del Parlamento en la definición de la política. En sus aspectos sustantivos, se apoyaba en un esquema de dominio gamonalista local que constituía un espejo del dominio socioeconómico general: en cierto modo, se instauró un orden capitalista antes de instaurar un orden cultural y social competitivo y abierto.

Un elemento fundamental para la determinación del modelo de modernización del país -y para el mantenimiento de objetivos modernizadores- durante el régimen conservador fue el desarrollo de la región antioqueña. Allí una élite conservadora socialmente menos tradicionalista (dada su dedicación a actividades comerciales y mineras) impulsó el desarrollo industrial, el mejoramiento de la infraestructura de transportes y la ampliación de la escolaridad con el apoyo de la Iglesia, bajo el impulso de la dinámica generada por un proceso colonizador centrado en el campesinado. Esta situación produjo, simultáneamente, una mayor interiorización de los valores religiosos, muy vinculados a la vida familiar, y una expansión en todas las capas de la población de valores normalmente asociados con la modernidad capitalista: la valoración del tiempo, el afán de lucro, la búsqueda individual del éxito, la valoración de la iniciativa individual, la movilidad territorial y social y, en general, la afirmación de un ethos social individualista (a pesar de los rasgos colectivos de los procesos iniciales de colonización). Además, no obstante la existencia de claros prejuicios raciales, se consolidó una visión abstracta de la ciudadanía y la personalidad, que llevó a abrir a todos el ascenso social, siempre que lograran triunfar en la competencia por el dinero o, en menor grado, la cultura.

Durante la segunda y tercera décadas del siglo XX un nuevo crecimiento exportador contribuyó a consolidar definitivamente las bases para el desarrollo capitalista del país y para su definitiva incorporación en la economía mundial. El café, cultivado sobre todo por campesinos independientes, habla contribuido apoyando una transformación general de la economía del país. Para finales de la década de 1920 el país entraba en una fase de desarrollo económico acelerado, y en especial del sector industrial moderno. Se había creado un mercado interno significativo y un mercado de mano de obra asalariada. El Estado tenía por primera vez instrumentos para influir seriamente en la marcha de la economía e intentaba intervenir en la regulación de los conflictos laborales y sociales, aunque su presencia real se limitaba a las zonas urbanas y sus áreas inmediatas de influencia. El sistema político se había ampliado, sobre todo mediante las reformas constitucionales de 1910 que establecieron la elección directa del presidente, y mediante una participación más activa de sectores medios y grupos de trabajadores urbanos en la vida política. Paralelamente, se incrementaban los conflictos sociales, que enfrentaban a los nuevos sectores urbanos, sobre todo trabajadores asalariados no industriales, con el Estado o los empresarios (en especial extranjeros), y a los colonos e indígenas rurales con los grandes propietarios, por problemas de titulación o por las restricciones a los derechos de los aparceros y arrendatarios.

Las elites regionales aparecían ya crecientemente unificadas en el plano nacional, dirigidas por una burguesía que giraba alrededor del café, de los procesos de comercio exterior y del naciente sector industrial, y que lograba imponer sus políticas, orientadas por un anti-intervencionismo bastante radical, a un Estado débil y que había tenido una participación muy limitada en los procesos culturales, sociales y económicos que habían producido ya, para 1930, las bases difícilmente cuestionables de una sociedad capitalista.

 

III. EL PROCESO DE MODERNIZACION POLITICA

El triunfo liberal de 1930 permitió el ascenso al poder de una elite con un proyecto de modernización que acentuaba los aspectos políticos abandonados por el proyecto regenerador. Mientras que se seguía compartiendo el objetivo económico capitalista del período anterior, el liberalismo confiaba en contribuir a la que he llamado "revolución política" generando las bases institucionales para una ciudadanía universal y abstracta. Para ello, estableció el sufragio universal y directo, promovió la participación política popular, la movilización de masas, la organización del sindicalismo, etc. Incluso en el plano simbólico, la conversión de la calle en escenario de la participación política, mediante la manifestación pública, era señal de este esfuerzo de ampliación del espacio político[13].

De acuerdo con la tradición liberal, durante estos años se hizo un gran esfuerzo por consolidar la soberanía del Estado frente a la Iglesia, devolviéndole el registro civil de los ciudadanos y recuperando su autonomía en asuntos educativos (en un esfuerzo parcialmente infructuoso: la reforma del Concordato en 1943 no fue aprobada). Los sectores conservadores más autoritarios lograron convertir estos esfuerzos en un nuevo desafío a lo que había sido ya definido, desde la Regeneración, como la verdadera identidad nacional ("una patria, una lengua, una religión"), polarizando al país entre los defensores de la religión y sus presuntos enemigos. (Es significativo que el conservatismo antioqueño, con excepción de Monseñor Miguel Angel Builes, haya contribuido poco a esta polarización, y hubiera incluso votado a favor del Concordato en 1943: en su creciente vinculación con el capitalismo regional, las prioridades de la elite burguesa y de la Iglesia se iban desplazando hacia el control del sindicalismo y el desarrollo de diversas formas de acción social).

Probablemente uno de los procesos que requiere aún un mayor esfuerzo interpretativo es el del fracaso final del proyecto liberal, atribuido anecdóticamente a la decisión del presidente López de decretar una "pausa" en su proyecto de "revolución en marcha". El problema es mucho más profundo y tiene que ver con la dificultad para promover una movilización social en Colombia, tras la consolidación de las estructuras de poder rurales que tuvo lugar bajo el gobierno regenerador, y el afianzamiento de un sistema de dominación social nacional apoyado en buena parte en el funcionamiento del Estado como un aparato clientelístico, sin un gran poder autónomo, y débil frente a las instituciones dominantes de la llamada sociedad civil.

En la mayoría de los sectores dirigentes del país se consolidó, como respuesta a los intentos gubernamentales de modernización política, una visión extraordinariamente conservadora, autoritaria y antipopular del orden social, político y cultural. El orden social constituido con base en el acuerdo global de los sectores dominantes social y económicamente, con el apoyo de la Iglesia, contó con la contribución decidida incluso de aquellos grupos económicos más modernos, como los dirigentes industriales, que aunaban su modernismo en la producción con una visión paternalista de las relaciones laborales y del orden social. En el sector rural, los grupos de trabajadores asalariados y los sectores sujetos al poder de las haciendas, así como los campesinos apoyados en una reducida parcela, con muy poco acceso a la escuela y a la información, no tenían posibilidades de organización que les permitieran enfrentar un sistema de gamonalismo rural basado en el mantenimiento del campesinado en una situación de sujeción cultural y política lo más completa posible.

Convertir al obrero, al campesino, o al trabajador rural en sujeto político, en ciudadano, era un proyecto en buena parte imposible a corto plazo, y las dificultades sociales fueron agravadas por la estrategia liberal, que permitió la polarización alrededor de la cuestión religiosa, en vez de subrayar los procesos de cambio político, social y económico. De este modo, el discurso liberal no generaba la constitución de una identidad popular, al entrar en contradicción con la religiosidad todavía imperante en aquellos sectores, sino una contraposición en la base de la sociedad. La propuesta gaitanista de 1944-48. aunque algo oportunista, estaba más cerca de la mentalidad de los sectores populares, pero al surgir en un contexto ya muy polarizado no pudo evitar inscribirse en el universo de confrontación cultural total ya creado, y sucumbió víctima del enfrentamiento liberal­conservador[14].

Como se ha repetido muchas veces, el gobierno conservador, en particular en su primera época, continuó el impulso al desarrollo capitalista, dentro de una orientación exacerbadamente autoritaria, que se reforzó a partir de 1949. La agudización de los conflictos políticos llevó incluso a que hacia 1952 se consolidara en el Estado un grupo conservador dispuesto a re­confirmar la visión tradicionalista en términos integristas que parecían contrarios al nivel de desarrollo que había alcanzado el capitalismo en el país. Este proyecto, sin embargo, fracasó, en parte por la oposición de los grupos políticos ligados al conservatismo más urbano y más vinculado al sector industrial.

 

IV. LA MODERNIDAD A LA FUERZA

Las páginas anteriores tratan de subrayar un hecho esencial en la historia reciente del país: el último proyecto de modernización relativamente coherente y explícito fue impulsado por el liberalismo durante las décadas del 30 y el 40 (pues la pausa no afectó otros desarrollos modernizadores diferentes a la más visible movilización política). Bajo el régimen conservador, por otra parte, se dio una contradicción interna entre los objetivos de desarrollo capitalista y un creciente autoritarismo social, cultural y político.

Del mismo modo, es indispensable reconocer que dada la persistencia del modelo de desarrollo capitalista en Colombia y su adopción prácticamente unánime por los grupos dirigentes, e incluso su aceptación también dominante por parte de los sectores populares, el autoritarismo social y cultural ha coexistido con el avance de diferentes aspectos e instituciones modernizadores. Muchos de ellos han estado vinculados en forma relativamente estrecha con las mismas necesidades del desarrollo productivo. Otras han tenido que ver con aspectos del equilibrio político, y otras han resultado de procesos sociales difícilmente controlables.

La afirmación central de este artículo es que para 1930 se habían creado las condiciones fundamentales para el desarrollo de un proceso modernizador, y que el periodo de 1930 a 1958 consolidó este proceso, aunque en un contexto particularmente contradictorio. A partir de 1958 el dominio de las instituciones modernas se impone en forma acelerada, pero sin dejar de coexistir con aspectos tradicionales incorporados y promovidos en muchas ocasiones por las instituciones modernas.

El periodo del Frente Nacional resulta caracterizado por la dificultad para hacer compatibles los efectos de la modernización social, económica y cultural con una distribución del poder dentro de la sociedad que conduce permanentemente al recurso a la violencia privada. Durante una primera fase de este periodo, quizás hasta 1980, pudo pensarse que el problema central estaba en el conflicto entre un sistema político altamente restringido y las reivindicaciones de grupos nuevos relativamente radicales que no encontraban canales de expresión dentro del bipartidismo tradicional. En la medida en que la economía seguía creciendo a un ritmo bastante elevado, parecía razonable, a primera vista, pensar que las fuertes desigualdades de ingreso y los paquetes de atraso que servían de base para la acción de grupos radicales podían desaparecer por efecto espontáneo del crecimiento de la producción. Los gobiernos del Frente Nacional, llenos de un optimismo sin límites, se negaron a cualquier política relativamente seria de distribución de la propiedad o del ingreso, aunque impulsaron, por otros motivos, una acelerada expansión de la educación que a la larga sí tuvo efectos redistribuidos[15]. De este modo, el clima de cambio económico y social contribuía a romper las redes de solidaridad tradicionales y los mecanismos de sujeción individual, sin construir nuevos mecanismos de convivencia ni conferir nuevas formas de legitimidad del orden social. Los grupos radicales recurrieron entonces a la violencia más que para imponer un orden social radicalmente diferente, como se sostenía en sus discursos expresos, para imponer al Estado políticas suavemente reformistas o una mínima neutralidad en los conflictos sociales. La lucha armada, que resultaba completamente ilegítima a la luz de la aceptación casi unánime del modelo capitalista por la población colombiana, encontraba su alimento y su parcial legitimidad en un sistema político inflexible y en una política económica y social cuya injusticia y corrupción hacían parte de los lugares comunes más arraigados en la mentalidad de la mayoría de la población.

La reducida capacidad de intervención del Estado en los conflictos sociales, la limitada legitimidad de sus instituciones y el escaso desarrollo o la evolución deforme de sus instituciones de arbitraje y control social, como la justicia y las fuerzas armadas, encontró al Estado desarmado cuando, a comienzos de la década de 1980, se añadió a los conflictos tradicionales un nuevo ingrediente, con el surtimiento del inmenso poder económico y la inmensa capacidad de violencia generados por el tráfico de drogas.

La modernización parcial y en buena parte represiva dejaba como herencia un Estado débil, impuesto por una burguesía segura de sí misma y opuesta a todo lo que restringiera su libertad de acción; una estructura política arcaica y bloqueada, con discutible legitimidad y participación popular limitada, e incapaz de integrar y resolver las demandas de sectores minoritarios muy importantes; un mundo rural en conflicto, en particular por una historia de injusticias y violencias, ante todo en las zonas de colonización, donde el Estado era inexistente o se encontraba subordinado a los grandes propietarios, una situación urbana en la que un sector substancial de la población se mantenía en condiciones de desempleo o subempleo que lo colocaban en disponibilidad para todo tipo de violencia privada. Mientras tanto, la aceleración de los procesos de cambio social y cultural, así como el surgimiento de grandes oportunidades de movilidad económica, destruían las formas tradicionales de sometimiento y control social. Todos estos factores, unidos a la tradición de violencia del país, a la inercia de una lucha guerrillera que, sin perspectivas políticas, recurrió al delito y la extorsión, a la corrupción y la violencia de las fuerzas armadas, y a la generalización de una actitud ética que abría las compuertas para cualquier clase de conducta (todo está moralmente permitido), prepararon el campo para que los dineros de la droga penetraran por todos los poros de la sociedad y llevaran a la universalización de las diversas formas de violencia.

 

V. LOS TRES COMPONENTES DE LA MODERNIZACIÓN

Después de este recuento cronológico, puede retomarse la idea de las tres revoluciones, como guía para ordenar los aspectos centrales de las rápidas transformaciones que ha vivido el país en los años recientes:

A)    En el terreno político, la movilización social de las décadas de 1930 y 1940, junto con los resultados de procesos sociales como la creciente urbanización, la aparición de los medios de comunicación de masas y la generalización del sistema educativo, hicieron imposible el retorno a un autoritarismo de orden tradicional. La política durante el Frente Nacional ha partido de la aceptación, como lugar común, del fundamento democrático del régimen (no es posible discutir hoy, como pudo hacerlo Laureano Gómez, acerca del absurdo de dar a todos un voto igual, aunque surjan ecos de su visión corporatista en las frecuentes propuestas de dar representación especial en órganos legislativos o constituyentes a empresarios, sindicalistas, universitarios y otros grupos sociales), y de los derechos liberales esenciales de una sociedad moderna. Sin embargo, a pesar de que el ordenamiento jurídico es ya, con pocas excepciones, esencialmente moderno, el funcionamiento concreto del Estado ha incorporado las prácticas clientelistas tradicionales, en un nuevo equilibrio orientado a tratar de frenar la movilización popular, a conservar un bipartidismo que tiene mucho de tradicional y a hacer viable el sistema a pesar de las restricciones impuestas extra-estatalmente a la participación política. La debilidad tradicional del Estado se manifiesta en su incapacidad para frenar los procesos de violencia estimulados en buena parte por organizaciones o miembros de la sociedad civil (narcotraficantes, guerrilleros, propietarios rurales) y en su frecuente alianza con grupos privados delictivos. La modernización del Estado, manifiesta con evidencia en su capacidad para expandir algunos servicios como la educación y para promover desarrollos básicos de infraestructura, en su manejo relativamente eficiente de las variables macroeconómicas, etc., tropieza con su incapacidad en el terreno esencial del orden público y de la justicia. Por otra parte, existe un espacio político nacional, o dicho de otra manera, la nación se constituye como el espacio político dominante para todos los sectores sociales, y no sólo para las elites políticas o económicas. Esto-tiene que ver en buena parte con procesos de modernización cultural y social que se mencionan más adelante.

B)     Analizar la modernización cultural requeriría estudios hasta ahora no realizados. Sin embargo, vale la pena subrayar los siguientes procesos: a) El desarrollo de un sistema escolar masivo, sobre todo a partir de 1960. Dentro de las peculiares condiciones colombianas (modernización tradicionalista) buena parte de la expansión del sistema educativo se ha dejado a los particulares, pero esto no quita valor al hecho global. La educación constituye hoy el sistema esencial de socialización y de preparación para el trabajo, frente a los sistemas artesanales y campesinos tradicionales de formación en el lugar y frente al papel de la Iglesia y la familia. b) La aparición de un mercado cultural nacional. La prensa alcanza circulación significativa a partir de 1958, y desde esos años empieza a surgir un mercado nacional para los principales periódicos. Igualmente se homogeneiza la información mediante la creación de las agencias de noticias, el avance en las tecnologías de transmisión de información (telex, transmisión de imagen), etc. La radio se vuelve nacional a comienzos de la década de 1950, con la generalización de las cadenas y la aparición de tecnologías de enlace. Su impacto sobre la cultura política del país no ha sido estudiado, pero probablemente fue tan importante como el que tuvo para convertir en parte de la cultura popular colombiana el tango o la ranchera. Un intento monopolístico (ACPO) lleva la radio a amplios sectores rurales, que pronto amplían su audición a las emisoras comerciales. La televisión (establecida en 1954) alcanza un cubrimiento significativo y es factor central en la conformación de la mentalidad de la sociedad en la década de 1970, en parte como agente en un proceso de incorporación de elementos transnacionales en nuestra cultura. El mercado del libro, tradicionalmente elitista, da señales de convertirse en una típica industria moderna únicamente durante la última década. c) La creación de una práctica científica continua y la filtración masiva del conocimiento científico. Sólo con la consolidación de las universidades públicas basadas en el profesorado de tiempo completo la práctica científica, hasta entonces esporádica y quijotesca, adquiere continuidad, al menos en algunos campos[16]. Aunque la contribución de la ciencia colombiana a la ciencia universal sea marginal, el peso cultural de los científicos ha alcanzado un umbral mínimo y el proceso de difusión de la mentalidad científica, elemento esencial de la modernidad, está influido en gran medida por los científicos colombianos. Fuera de la consolidación de algunas áreas de ciencias básicas y naturales, aparecen, después de 1960, la sociología, la economía y la historia como disciplinas académicas modernas, decisivas en la generación del discurso que configura la identidad nacional. Por otra parte, los medios de comunicación, la televisión, los sistemas escolares, han hecho penetrar los aspectos centrales del pensamiento científico entre sectores ya probablemente mayoritarios de la población. Incluso las viejas prácticas mágicas se revisten de nuevos contenidos "científicos", y refuerzan la práctica de "profesores" y "psicólogos" que sirven de consejeros a quienes antes confiaban más bien en el sacerdote o en el brujo. d) El dominio de una cultura laica, a pesar de los esfuerzos eclesiásticos por mantener el control de la mentalidad del país (todavía en 1960 los obispos consideraban legítimo tratar de cambiar los rectores de las universidades), o quizás como reacción a esos esfuerzos. En efecto, uno de los más claros indicadores de la separación de la ética individual y las orientaciones religiosas, aspecto central de esta laicización, lo da el éxito de los programas de control de la natalidad, a pesar del carácter vergonzante y clandestino del apoyo oficial que se les dio. Los cambios en la moral sexual son otra indicación en este sentido. Incluso es significativo que en aquellos sitios donde existió una identidad más fuerte entre los valores religiosos y el ordenamiento social, como en Antioquia, haya sido más brusco el proceso de laicización. A diferencia de otros países latinoamericanos, donde la Iglesia tuvo una alianza menos estrecha con los grupos dominantes, en Colombia la crisis de la sociedad tradicional dejó a la Iglesia sin la flexibilidad que ha mostrado por ejemplo en el Brasil para adecuarse a las condiciones de los grupos populares, lo que ha hecho que en amplios sectores del país la práctica religiosa esté escindida de las prácticas éticas de los creyentes, mientras que el alejamiento de otros grupos a la orientación religiosa sea mayor en Colombia que en otras partes. Por otro lado, el acelerado debilitamiento de una moral basada en la religión, en un país en el que eran muy débiles las tradiciones de ética laica, ha contribuido sin duda alguna a lo que, a falta de un término mejor, podría describirse como una crisis total de los valores éticos, en todos los niveles de la sociedad, y que es un evidente resultado del proceso de modernización reciente.

C)    En el terreno económico, es evidente la consolidación del capitalismo y la eliminación acelerada de las formas de producción precapitalista. Aunque todavía subsiste un sector campesino relativamente amplio, está en su gran mayoría integrado al capitalismo y produce para mercados nacionales e internacionales. Además, los valores centrales de la economía capitalista, la valorización de la iniciativa individual, la capacidad empresarial, la aceptación de las reglas de la competencia económica, el afán de lucro, etc., son compartidos por la mayoría de la población, e incluso los grupos intelectuales que apoyaron una perspectiva socialista en los últimos veinticinco años parecen, en general, haberla abandonado. Esto no excluye la crítica al modelo capitalista actual del país, pero en general esta crítica se orienta a destacar su incapacidad para distribuir más aceleradamente los "beneficios" del desarrollo y para eliminar a plazo no muy largo las situaciones de miseria y "pobreza absoluta", así como a subrayar y condenar la supervivencia de elementos muy visibles de "capitalismo salvaje": el proyecto económico dominante, también entre los grupos más críticos, parece ser sobre todo un capitalismo "moderno", de corte socialdemócrata y en algunos sectores, con niveles muy amplios de descentralismo y participación popular y comunitaria. Incluso el consenso capitalista ha llevado a que desaparezca casi por completo del debate intelectual cualquier defensa del modelo socialista o de proyectos culturales o ideológicos substancialmente diferentes a los que dominan hoy en Colombia. Los escritores que defienden en forma más integral el capitalismo han logrado arrinconar ideológicamente a los críticos del sistema, que empiezan a rechazar toda identificación con la "izquierda" y no encuentran justificaciones adecuadas ni siquiera para la defensa, de corte socialdemócrata, de las regulaciones estatales de la economía o los conflictos sociales.

 

VI. MODERNIZACIÓN Y POSMODERNISMO.

El debate sobre la posmodernidad ha tenido poco impacto en Colombia. Sin entrar en sus implicaciones más complejas, creo que vale la pena sugerir que una razón para esto se encuentra en las condiciones propias del desarrollo colombiano. Hace apenas treinta o cuarenta años el proceso histórico del país dejaba todavía en duda el ingreso a la modernidad, incluso en su forma más restringida de desarrollo económico (muchos analistas de los sesenta, como Arrubla, mostraron que aun esto sería imposible)[17], para no hablar de la firmeza de sus formas de autoritarismo cultural y político. Hoy, tras un proceso de una velocidad que no tuvo pares en los países clásicos, Colombia está claramente en el mundo moderno, así sus sectores modernos se apoyen en las instituciones tradicionales, convivan con ellas y las reconstruyan permanentemente. En estas condiciones, el problema no parece ser el del fracaso de la modernidad, el abandono de sus promesas (como pudieron vivirlo los intelectuales de sociedades tempranamente modernas como Argentina o Uruguay, enfrentados a procesos de empantanamiento social sin aparente salida), sino todavía su logro: los científicos políticos colombianos proponen modelos estatales que sólo se diferenciarían del actual por la eliminación del clientelismo, el aumento de la participación social y el establecimiento del monopolio de la fuerza por el Estado; los científicos sociales y los economistas defienden proyectos de desarrollo que refuercen el acceso a la educación, consoliden la mentalidad científica popular y generen una participación más igualitaria en el producto nacional. La cuestión es, para casi todos ellos, completar, en un sentido aún muy restringido, las promesas de la modernidad: la ciudadanía abstracta, la regulación y el trámite de los conflictos por el Estado, el dominio de la ciencia, el progreso económico y la distribución más amplia de sus "beneficios". Sólo la continuidad de la violencia, con su porfiada existencia, ofrecería motivos serios de desesperanza, permitiría descalificar la función histórica de los grupos dirigentes e impediría la aparición de un nuevo consenso en Colombia, al revelar las limitaciones del proyecto modernizador.

El texto anterior constituye ante todo un registro de un proceso que se ha impuesto con una fuerza que, retrospectivamente, tiene cierto aire engañoso y ominoso de ineluctabilidad. Quizás en sus inflexiones irónicas haya alcanzado a sugerir que la modernidad no es un beneficio inequívoco y que los costos de su triunfo han sido tal vez excesivos. Así como para los indígenas del siglo XVI carecía de interés una evangelización y una civilización que se impuso mediante la muerte del 90% de quienes debían beneficiarse de ellas, debe preguntares cuál es la significación del proceso de modernización para las comunidades indígenas cuya cultura se ha destruido, para las víctimas de 40 años de violencia, o para las personas que han vivido en la miseria desde que ésta fue generada por el progreso económico. Y la misma trama de la exposición debería permitir preguntarse si no es prematuro el abandono de todas las alternativas al capitalismo que conocemos y si será posible reconstruir el delgado tejido de nuestra civilización sin proponer nuevas utopías de convivencia social y de ordenamiento económico en un país que se resigna cada vez más al caos y a la violencia, con la casi única condición de que continúe el desarrollo económico.

Jorge Orlando Melo

Publicado en: Análisis político (Bogotá). -- no. 10 (May./Ago. 1990). -- p. 23-35. y también en: Colombia: el despertar de la modernidad. Santafe de Bogotá: Foro Nacional por Colombia, 1991.

 

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1. El término es común desde el Renacimiento, corno contraste con la Edad Antigua, pero tiende a usarse sólo en sentido negativo. Ver Raymond Williams, Keywords: a Vocabulary of Culture and Society, Londres, 1976, p. 174.

[2] J. Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, Barcelona, 1969, pp. 4, 8, 37 y 100: "es en Italia donde por vez primera... se despierta una consideración objetiva del Estado y con ella un manejo objetivo de las coses del Estado y de todas las coses del mundo en general. Y al lado de esto, se yergue, con pleno poder, lo subjetivo: el hombre se convierte en individuo espiritual y como tal se reconoce".

[3] El conocido debate comenzó con la publicación, en 1905, del libro de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, 1971. Tawney matizó bastante el argumento en La religión y el auge del capitalismo, Buenos Aires, 1956. El trabajo esencial de Werner Sombart es El capitalismo moderno, en el que subraya la contribución de grupos como los católicos y judíos. Pueden verse también sus libros Lujo y capitalismo, Madrid, 1973, y El burgués, Madrid, 1977. Una equilibrada presentación de la influencia protestante en el surgimiento del capitalismo, que incluye una discusión general del múltiple impacto del protestantismo en la aparición del mundo moderno, la hizo Ernst Troeltsch, El protestantismo y el mundo moderno, México, 1951, [1911].

[4] C. B. McPherson, The Political Theory of Possessive Individualism: Hobbes to Locke, Oxford, 1962, y Karl Polaner, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of our Time, Boston, 1967

[5] Ver, al respecto, el libro de Benedict Anderson Imagined Communities. Reflexions on the Origins and Spread of Nationalism, Londres, 1983.

[6] En El Capital, México, aparece el famoso texto en el que Marx señala que los países que no han completado la transición al capitalismo deben ver en Inglaterra el paradigma de su desarrollo: "De te fabula narratur" Los artículos sobre la India, en 1853, presentan, en palabras del propio Marx, "como revolucionaria la destrucción de la industria vernácula por Inglaterra". Carta a Engels, 14 de junio de 1853, citada en K. Marx-F. Engels, Materiales para la Historia de América Latina, Buenos Aires, 1972. En la mayor parte de su obra se advierte una visión de la destrucción de los modos de producción pre-capitalistas como un proceso civilizador, aunque lamente la barbarie de los colonizadores.

[7] Un sofisticado análisis de esos procesos se encuentra en Raymond Williams, The Long Revolution, Londres, 1961, donde se usa expresamente el término "revolución cultural".

[8] Un desarrollo de estos temas lo hace C. B. Macpherson en Democratic Theory: Essays in Retrieval, Oxford, 1978, pp. 24-36, en todo su libro La realidad democrática: liberalismo, socialismo, tercer mundo, Barcelona. 1968.

[9] De la amplia literatura al respecto, es un ejemplo temprano el de Cyril E. Black, The Dynamics of Modernization, New York, 1967. Ver también Cyril Black, "An Introduction to Modernization studies", en Nichio Nagai (ed), Development in the Non-western World, Tokio, 1984. Las teorías del "despegue" de W. W. Rostow se enmarcan sin duda dentro de este tipo de visiones.

[10] J. O. Melo, "El proceso de modernización en Colombia, 1850-1930", Revista UN, No. 20, Medellín, 1985, p. 31.  Este texto está reproducido en J. O. Melo, Predecir el pasado: ensayos de historia de Colombia, Bogotá, 1992

[11] Ver J. O. Melo, "Lo identidad nacional: etnia y región en Colombia", ponencia presentada al IX Congreso Nacional de Antropología, Villa de Leyva. octubre de 1988.

[12] Un análisis de loe aspectos de la estructura económica que hacían utópico el desarrollo basado en el mercado interno se encuentra en J. O. Melo, "El modelo liberal", en Manual de Historia (Bogotá, Colcultura, 1979). Marco Palacios adopta una visión similar en El café en Colombia, 1850­-1970: una historia económica, social y política, 2ª edición, Bogotá, Ancora Editores, 1983.

[13] Destaco este tema en mi artículo "La política 1900-1944", en Historia de Antioquia, Bogotá, 1988.

[14] El mejor tratamiento de los complejos procesos de este período es el de Daniel Pécaut, Orden y Violencia, 2 Vols., Bogotá, 1988. Mis comentarios sobre el problema de la "ciudadanía" han sido en parte sugeridos por esta obra.

[15] Un análisis de estos aspectos de la política frentenacionalista se encuentra en Jorge Orlando Melo, "El Frente Nacional", en Estrategia económica y financiera, Bogotá, julio de 1978. Sobre los efectos redistributivos de la política educativa ver Juan Luis Londoño de la Cuesta, "Distribución nacional del ingreso en 1988; una mirada en perspectiva", en Coyuntura Social, No. 1, Bogotá, FEDESARROLLO, 1989.

[16] Ver Jorge Orlando Melo "La historia de la ciencia en Colombia", en Revista Universidad de Antioquia, 203, Medellín,1986.

[17] Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, Medellín, 1968. Este texto, publicado originalmente en 1962 en la revista Estrategia, de Bogotá, y escrito en colaboración con Estanislao Zuleta, fue el primer best-seller ensayístico en la historia editorial del país, e influyó dramáticamente sobre los sectores intelectuales de izquierda del país.

 
 

 

 

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