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El Nacionalismo Cosmopolita. La referencia a Europa en la construcción nacional en Colombia 1845-1900. (reseña)
 

Martínez, Frédéric. «El Nacionalismo Cosmopolita. La referencia a Europa en la construcción nacional en Colombia 1845-1900», Banco de la Republica- Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001  

 Vale la pena comenzar con una afirmación elemental:  El libro de Frédéric Martínez constituye uno de los aportes más interesantes al conocimiento del siglo XIX colombiano publicado en los últimos años. Su tema central, el estudio de la forma como se utilizaron las referencias a Europa y en especial a Francia en los debates políticos y culturales del siglo XIX, se desdobla en una serie de análisis de una gran riqueza. 

Las nuevas naciones surgidas en Iberoamérica de las luchas de independencia esbozan sus diferentes proyectos de construcción del Estado y la nación a la luz de los modelos europeos. Francia, Estados Unidos, Inglaterra sirven al mismo tiempo como modelos y como ejemplos negativos, como patrones de civilización y como imágenes de riesgos y peligros. El republicanismo, el radicalismo jacobino, el catolicismo ultramontano, el federalismo ofrecieron diferentes imágenes de organización y pensamiento, que se sobrepusieron a las percepciones de las formas de vida cotidiana, de las jerarquías y estructuras sociales, de los desarrollos más o menos conflictivos de las sociedades reconocidas como ideales de civilización. Las instituciones mismas, hospitales, escuelas, bibliotecas, cárceles, bancos o sistemas policiales, eran también ejemplos para imitar o evitar. 

Algunos de estos temas han sido analizados desde diferentes puntos de vista por los historiadores colombianos. Jaime Jaramillo Uribe, en El Pensamiento Colombiano del Siglo XIX, buscó en los textos políticos del siglo XIX el eco de los pensadores ingleses, franceses o españoles, la inspiración o la influencia que ayudó a definir sus teorías. Otros han estudiado las influencias concretas en asuntos como los proyectos de reforma del sistema educativo, de creación de un banco nacional, de organización de la policía. Algunos han intentado seguir la pista a las transformaciones en la vida cotidiana y en los consumos bajo el influjo de modelos sociales de elegancia y distinción. Lo primero que resulta admirable en este trabajo es que logre presentar en un solo cuadro, en un inmenso mural, lleno de personajes y temas, de diferentes líneas de argumentación y exposición, una visión unificada y clara. Los temas que el libro asume resultan a veces tan variados que el mismo autor, al tratar de definir que ofrece su libro, se pregunta si es una historia del nacionalismo, o de los mitos políticos, o de los proyectos de los grupos dirigentes, o de la construcción del Estado. En cierto modo, sin duda, es algo de todo eso: historia política, historia de las ideas, historia de las representaciones colectivas, de las mentalidades. 

 Uno de los ejes del libro es el viaje a Europa. Mientras que hasta mediados de siglo Europa era ante todo una referencia libresca, un mundo imaginado e inventado, durante la segunda mitad del siglo XIX centenares de colombianos van a Europa, y muchos describen lo que ven. Una larga búsqueda le permitió identificar más de 500 viajeros colombianos, de los cuales 38 publicaron libros que relataban sus experiencias. Una especie de biografía colectiva nos describe los rasgos de estos viajeros, las razones de sus viajes, sus prejuicios ideológicos, lo que buscaban y lo que encontraban. Casi todos, en cierto modo, y aquí está el hilo conductor que relaciona esta parte, la más extensa del libro, con las preguntas más de fondo, van a aprender, a tratar de encontrar las claves de la civilización y a ver como su experiencia los educa o sirve para educar a los colombianos. 

 En todo caso, lo que interesa saber es cómo los grupos dirigentes colombianos, y en particular los sectores políticos, utilizaron la referencia a Europa para legitimar sus propios proyectos políticos y para definir sus estrategias para la organización del Estado. Todos los grandes esfuerzos del siglo XIX -Martínez define tres, el reformismo ilustrado de Mosquera a mediados de siglo, el proyecto radical y la regeneración- se apoyaron en referencias y modelos europeos. Todos generaron una retórica que argumentaba su validez en buena parte a partir de la experiencia de Europa. Por esto, Martínez nos dice con confianza que la vinculación de Colombia con Europa fue siempre estrecha, y que el aislamiento que a veces se atribuye a esta época es, al menos en este nivel, aparente. Todos los grupos esgrimen el modelo europeo, sea para justificar el radicalismo liberal o para mostrar los ejemplos civilizadores del cristianismo, y quieren poner a Europa como ejemplo en el mismo momento en el que ataquen a sus opositores por imitar servilmente los modelos del viejo continente. Por supuesto, cada grupo tiene su Europa particular, la Europa que admira y la Europa a la que teme y detesta. 

Todo el análisis de este trabajo está lleno de matices y diferencias. El libro muestra bien, dado el carácter muy instrumental de las referencias a Europa, como ni conservadores ni liberales, ni republicanos ni católicos adoptaron consistentemente un modelo nacional o se preocuparon a fondo por la consistencia ideológica de los modelos: los conservadores encuentran en la Francia republicana la organización policial que consideran apropiada para consolidar el orden que acaban de inscribir en el escudo nacional, mientras que para los liberales es el modelo educativo de la autoritaria Prusia el que tratarán de desarrollar en Colombia en la década de los setenta. 

 Uno de los argumentos más interesantes e inesperados es el que relaciona en forma muy estrecha el surgimiento del nacionalismo con la experiencia misma de viaje de los colombianos en Europa. Inicialmente, el viajero llega a Europa lleno de confianza en los valores republicanos de la nueva república: de algún modo, los restos de despotismo le producen una confirmación del valor de las nuevas instituciones americanas. Esta experiencia, sin embargo, parte del supuesto de que el viajero es un miembro pleno de la cultura europea: esto, que en cierto modo es una reivindicación de su valor y su igualdad frente al interlocutor ultramarino, es al mismo tiempo una afirmación de su excepcionalidad en Colombia, de que hace parte de los grupos sociales cultos y europeos, de los que hablan latín y francés e incluso conocen a veces mejor que el pueblo de Francia la cultura y la historia de esta nación, no de un pueblo atrasado y lleno de taras. Pero la experiencia europea es una oportunidad para descubrir que no son tan europeos, que los europeos tienden a imaginar una Colombia salvaje y a incluirlos a ellos dentro de un mismo grupo de atraso y barbarie. A partir de esa experiencia comienza una reivindicación de lo colombiano, de los valores de nuestra nación, que no puede diluirse, en la segunda mitad de siglo, en la simple valoración de la promesa de una nación republicana y liberal, pues para entonces los ideales liberal, la utopía del radicalismo, habían perdido mucho de su atractivo entre los dirigentes de ambos partidos. 

Igualmente interesante es el seguimiento del proceso que va conformando el nacionalismo culturalista, el rechazo a las influencias extranjeras, la afirmación de una idiosincrasia nacional en la que se reivindican los elementos de la tradición española, la unidad de la nación marcada por la religión, la disciplina social y el orden, y unos valores culturales ya ancestrales, opuestos a la innovación, al revolucionarismo liberal. Esta descripción, con todos sus matices y su riqueza, invita sin embargo a precisiones y ampliaciones. El autor se concentra en la relación directa entre la experiencia de Europa, la aceptación y el rechazo a Europa, y muestra como la ideología de la Regeneración se nutre de esto. Aunque sería interesante seguir este proceso en las formulaciones de la historiografía colombiana, no hay duda de que a partir de Groot y de Quijano Otero los historiadores tratan de reconstruir un pasado colonial más favorable, y que encuentran en la interpretación que hace Caro de la independencia una narración que se contrapone a la narración liberal. La crítica a la visión liberal de la historia, que alimenta a la regeneración, y el triunfo de una versión alternativa, consolidada para uso de las escuelas en el manual de Henao y Arrubla, tuvo mucho que ver con el mantenimiento de esta visión conservadora del pasado. Allí reside probablemente una de las razones de que una ideología relativamente pobre y poco cercana a la realidad, que se ofrecía como un paradigma de realismo pero no era muy distinto, como lo dice el mismo Martínez, a una nueva forma de utopía, haya tenido tanta persistencia, se haya sometido a tan limitadas críticas. Es, recordemos, una visión que se apoya también en una valoración del realismo del Bolívar a finales de la década de 1820, en la segunda mitad de la República de Colombia, cuando el libertador renuncia a las innovaciones republicanas y redescubre el peso de la tradición autoritaria. Ese será el Bolívar que los conservadores contrapondrán a Santander, empeñado en aclimatar en Colombia un liberalismo extraño a nuestras tradiciones. Y es una visión que tendrá inesperadas prolongaciones, como en la de liberales que, como Alfonso López Michelsen e Indalecio Liévano Aguirre, reivindicarán el realismo autoritario de la regeneración frente a la incorporación utopista de un liberalismo de origen calvinista, contrario en muchos sentidos al presunto núcleo de la identidad nacional. 

Y así como puede discutirse –si es que alguien cree todavía que es posible definir nuestra esencia, nuestra nacionalidad, nuestra identidad- si las propuestas autoritarias de Bolívar coincidían con la verdad profunda de nuestra esencia, si el centralismo de la Regeneración correspondía mejor a la estructura nacional que un federalismo que reconociera el amplio grado de autonomía regional que de hecho había existido en la historia, Martínez discute en detalle la equivoca relación de la nueva definición de la tradición colombiana hecha por los regeneradores con la realidad misma de un país cuyas tradiciones de desconfianza al Estado se habían reforzado con la incorporación efectiva de elementos de pensamiento liberal por parte de amplias capas de la población colombiana a lo largo del siglo XIX. Que el orden regenerador hubiera llevado a la exacerbación bélica de finales de siglo no resulta tan paradojal en esta visión. Sin embargo, el relativo orden conservador de la primera mitad del siglo XX, aunque en parte heredero de la imposición regeneradora de un nuevo modelo estatal, hay que atribuirlo también a algo que Frédéric Martinez deja de lado, y es a la transacción de 1910, con su revaloración de algunos elementos republicanos, con el énfasis en un Estado menos sometido a ser una herramienta de partido, y con el reconocimiento, a través de una descentralización más fuerte en la realidad que en la ley, de una tradición anticentralista muy vigorosa. 

Son, en fin, muchos los interrogantes que esta obra tan rica propone. Al ponernos a hacernos nuevas preguntas “El nacionalismo cosmopolita», consigue ofrecer una original lectura de la segunda mitad del siglo XIX colombiano, y nos obliga a pensar, como todo buen libro de historia, en nuevas líneas de investigación

 

Jorge Orlando Melo

 
 

 

 

Derechos Reservados de Autor. Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
Ultima actualización noviembre 2020
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