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Francisco de Paula Santander: sus ideas políticas
 

Ideas políticas y vida pública

Las ideas políticas de Francisco de Paula Santander no constituyen un cuerpo ideológico sistemático y coherente: fue ante todo un hombre de acción, que pasó la mayor parte de su vida como soldado o como gobernante. Lo que pensaba sobre la sociedad y su gobierno, aunque inicialmente podía reflejar sus lecturas como estudiante, que no se conocen con precisión, surgió en gran parte de su experiencia concreta, de sus dificultades para lograr que funcionara el gobierno, de sus discusiones y conflictos con otros miembros del ejecutivo,  del debate con algunos amigos cercanos, de sus esfuerzos para convencer al congreso, de las vicisitudes y eventos de un agitado período.

Por supuesto, sus textos muestran un conjunto de ideas relativamente simple y consistente, que se mantienen sin muchos cambios durante toda su vida pública: ideas que no pretendían ser originales, que reflejaban en buena parte las lecturas de la universidad o los libros comprados o prestados por los amigos, que no se desarrollaban como una teoría política y que se desempolvaban cuando era necesario dar a un discurso o a un artículo de periódico la autoridad de un pensador distinguido o el drama que podía introducir una alusión a la historia griega o romana. Fue, para decirlo con términos muy generales, patriota, republicano y liberal, de un federalismo muy matizado y pragmático, enemigo de la monarquía y el centralismo, civilista pero amigo de la energía que el ejército podía dar al Estado y partidario de gobiernos con autoridad y fuerza, sujetos a leyes claras y  respetuosos de los derechos fundamentales del ciudadano, entre los que daba especial importancia a la libertad de prensa y al debido proceso legal.

La vida de Santander, que nació en la Villa del Rosario de Cúcuta en 1792, puede esquematizarse en unas etapas relativamente simples:  la época de formación y estudio;  los años del ejército - de la declaración de la independencia en 1810 hasta la batalla de Boyacá en 1819-; el ejercicio del gobierno, desde cuando, apenas de 27 años, asume, como vicepresidente, el gobierno de la Nueva Granada hasta 1827, cuando Bolívar suprimió el cargo de vicepresidente-; los años de oposición, prisión y exilio, de 1828 a 1832; los años como presidente de la Nueva Granada 1832 y 1837,  y la fase final, como ex presidente, entre 1837 y 1840.

Sus estudios los hizo en San Bartolomé, y terminó sus cursos de filosofía (lo que hoy llamaríamos la secundaria), en 1808 y estaba a punto de concluir su formación en derecho civil y canónico cuando estalló la revolución. En estos años tuvo que aprender latín –y con ello se apropió de las tradiciones de las repúblicas de Grecia y Roma- y familiarizarse con los rudimentos de la matemática y las ciencias naturales que se enseñaban en la clase de filosofía, pero sus estudios jurídicos siguieron los textos relativamente convencionales de la universidad colonial. Luego las exigencias de la guerra y la política y sus pasiones y aficiones lo inclinaron más a las satisfacciones de la acción y a los placeres de la música y el baile,. Fue, sin duda, un buen lector, y hasta cierto punto un bibliófilo; cuando estuvo detenido en la  Biblioteca Nacional en 1828, aprovechó sus horas de quietud para contar los libros allí existentes.  Pero no era en los libros donde quería aprender las leyes de la guerra o del gobierno, sino en la experiencia misma, y sorprende, por ejemplo, que en su detallado diario de viaje por Europa, mientras comenta con entusiasmo sus frecuentes visitas a la ópera –tres veces seguidas oyó, por ejemplo, la Flauta Mágica- o a los grandes museos y bibliotecas de Europa, y mientras registra con placer las visitas y encuentros con personajes notables y los libros que le regalan, prácticamente nunca se refiere a sus lecturas.

Los años de milicia, cuando fue siempre al mismo tiempo soldado y administrador, encargado de oficios de secretaría e intendencia, no han dejado mucha huella de sus creencias y preocupaciones. En el conflicto entre centralistas y federalistas, que encubría las rivalidades entre Bogotá y las demás ciudades, siguió al Brigadier Antonio Baraya, a quien Nariño había enviado para forzar la sujeción de Tunja, cuando aquél se pasó a las filas federales. Preso en 1813 e indultado por Nariño,  volvió a los ejércitos del Congreso de la Unión. De 1813 a 1816 defendió la región de Cúcuta, y entre 1816 y 1819 tuvo una destacada historia como soldado y administrador militar en los llanos orientales, donde se habían refugiado los patriotas después de la reconquista; en la decisión de irse a los llanos y no al sur de Colombia Santander tuvo ya un papel importante. En todo caso, al concluir la guerra, escribió una animada narración de las últimas incidentes de la lucha contra los españoles, muy elogiosa de Bolívar y cuidadosa de dejar en  buen sitio su participación en la guerra. Es un texto que muestra a un escritor hábil y competente, con un estilo que debe poco a los modelos clásicos españoles, y más a las formas de exposición más simples y elocuentes de la ilustración. [1]

Los años de gobierno han sido estudiados con equilibrio y erudición por David Bushnell[2].  Santander demuestra entonces sus mejores cualidades como funcionario público: ordenado y cuidadoso, atento a las dificultades de establecer una nueva administración, con una visión de largo plazo, respetuoso de la ley. Como debía atender con frecuencia las solicitudes de reclutas y provisiones para los ejércitos que Bolívar comandaba en el sur, su respeto a los procedimientos locales y a sus consideraciones presupuestales produjeron roces con Bolívar, que, desde la escena de la guerra,  consideraba más importante conseguir lo que necesitaba para derrotar a los españoles que enseñar a los colombianos a seguir las normas legales.

Mientras Santander, aunque veía las grandes dificultades del gobierno republicano y desconfiaba de las reuniones populares,  no perdió su fe en el gobierno representativo y en los principios liberales; Bolívar, que compartía la misma desconfianza desde el comienzo, llegó gradualmente a la conclusión de que nuestros pueblos no estaban maduros para la democracia, y se requería un gobierno autoritario y aristocrático para conservar el orden, amenazado por demagogos y militares. Frente a las tentaciones autoritarias de Bolívar, frente a su entusiasmo por la constitución aristocrática de Bolivia, que sueña con hacer aceptar en Colombia,  Santander se aferró, por convicción liberal y quizás por una creciente irritación con Bolívar, a la constitución de 1821.  También por legalismo: la constitución de Cúcuta había determinado en 1821 que no se le podrían hacer reformas antes de 10 años y Santander insistía cada vez más que la única forma de educar a los pueblos en el respeto a la ley era respetando siempre la ley, incluso cuando producía malos resultados.

Una brecha se fue abriendo, desde 1824 en adelante, entre los dos viejos amigos y colaboradores, y alrededor de ellos se agruparon los principales dirigentes colombianos. Frente a cada incidente, grave o elemental, se tomaban partidos contrapuestos. El congreso de Panamá marcó distancias. Bolívar quería formar una liga de países hispanoamericanos bajo la protección con la Gran Bretaña, que nos salvara de la anarquía y del “tremendo monstruo” de las rebeliones negras y de la “preponderancia numérica” de los indios; a cambio de esto los ingleses tendrían “la América...como un opulento dominio de comercio” [3] Santander prefería un eventual apoyo de los Estados Unidos, más liberales y democráticos, que de la monárquica Inglaterra e invitó a este país a Panamá, contra la opinión de Bolívar. Para finales de 1826 el abismo era insalvable: Bolívar quería establecer en Colombia una constitución como la de Bolivia, con un presidente que nombrara a su sucesor, con un senado hereditario, que nos evitara los riesgos del sufragio popular, centralista,  y en la que el ejecutivo tuviera una clara preponderancia, mientras Santander convirtió la defensa de la constitución de 1821 en la piedra de toque del republicanismo liberal.

Conflictos personales y sentimentales, intrigas de amigas, chistes y chismes se añadieron a las diferencias de opinión y  envenenaron gradualmente las relaciones entre los dos máximos dirigentes del país.  Las tensiones, que se advierten a pesar del lenguaje correcto de su correspondencia al menos desde dos años antes,  explotaron en la ruptura de 1826, cuando Bolívar condonó la insurrección de Páez contra el gobierno nacional. Bolívar reasumió el mando en 1827, destituyó a Santander y convocó una convención nacional que modificara la constitución de Cúcuta. Santander, que a última hora había aceptado la idea de la convención, si era convocada por el Congreso y no con base en las peticiones de juntas irregulares,  encabezó a un grupo de liberales que buscaban la aprobación de una constitución federalista.

Reunida la convención, en Ocaña, y después de algunos enfrentamientos, los diputados bolivarianos, en minoría, decidieron retirarse; los santanderistas, aunque eran más –y en realidad muchos diputados no estaban muy alinderados-, no formaban quorum suficiente para decidir. Santander, que apoyaba ahora una constitución algo federalista, trató de buscar algún punto de acuerdo con los diputados bolivarianos  pero fracasó y la Convención se cerró sin haber podido hacer las reformas constitucionales que Bolívar quería y que no tenían mucho apoyo entre los elegidos. 

Bolívar decidió entonces declarar la dictadura, en agosto de 1828 , y durante unos meses trató febrilmente de reconstruir la autoridad que se desmoronaba apoyándose al máximo en las tradiciones españolas: reestableció la obligación de los indios de pagar el tributo, prohibió la enseñanza de las doctrinas jurídicas de Bentham y Tracy, a las que la Iglesia se oponía y cuya enseñanza había ordenado en 1826 Santander. Los jóvenes liberales, en un ambiente que les hacía evocar el paso de la Roma republicana a la monarquía de Julio César, decidieron atentar contra el "tirano" y en septiembre de 1828 intentaron matar a Bolívar. Fracasada la conspiración, Santander, que probablemente estaba enterado en forma imprecisa de ella, y se había opuesto con algunas señales de oportunismo, pero había mantenido el secreto, fue condenado a muerte. La sentencia se modificó por el exilio, y después de unos meses de prisión salió para Europa en 1829.

El exilio fue productivo. Durante sus tres años en Europa Santander visitó escritores y científicos, hizo una activa vida social, oyó centenares de óperas  y trató de enterarse de las instituciones sociales y políticas que podían servir a Colombia: visitó escuelas, bibliotecas, museos, cárceles, talleres, instituciones de beneficencia.  Entre tanto, en Colombia la dictadura de Bolívar no había logrado consolidar la unión entre Venezuela, Ecuador y Colombia ni pudo mantener el orden. Frustrado y enfermo, Bolívar decidió abandonar el poder y en 1830 salió de Bogotá: a los pocos meses, en diciembre, murió en Santa Marta.

Retirado Bolívar del poder, sus partidarios, y en especial los soldados venezolanos, intentaron un golpe que los protegiera de eventuales desaires neogranadinos. El general Rafael Urdaneta reemplazó al presidente legítimo y tomó el poder en marzo de 1830, pero una fuerte coalición de dirigentes neogranadinos lo obligó a renunciar, y asumió el poder, tras una breve presidencia de Domingo Caicedo,  el general José María Obando, quien se había rebelado contra Bolívar en  1829. El bolívarismo se desmoronó inmediatamente y solo unos pocos fieles quedaron. En 1832 una nueva asamblea constituyente escogió como presidente a Francisco de Paula Santander, y como vicepresidente a un civil, el abogado José Ignacio de Márquez..

Otra vez presidente,  Santander, que regreso en 1832 y asumió su cargo a fines del año,  fue reelegido al año siguiente como presidente constitucional para 1833-37. En estos cinco años trató de crear las bases minuciosas de un gobierno estable, insistiendo en la importancia de un manejo fiscal adecuado,  en un cumplimiento obsesivo de las normas legales, en el impulso a la educación y en una relación cuidadosa con la iglesia y el ejército. El temperamento detallista  y fastidioso de Santander se manifestó en todos sus empeños, así como su energía y autoridad. Mientras tanto, los partidos iban definiendo, si no sus ideas, al menos sus lazos y redes personales.  Santander se convirtió en el centro del partido liberal, conformado por algunos generales regionalistas, que se habían opuesto a la dictadura de Bolívar (José H. López, José M. Obando, Salvador Córdoba en Antioquia, Francisco Carmona y Juan José Nieto en la costa) y por abogados influidos por los nuevos ideológicos (Francisco Soto, Florentino González, Vicente Azuero); los abogados santanderistas más moderados y tradicionalistas (Joaquín Mosquera, Rufino Cuervo, José Ignacio de Márquez) y los pocos bolívaristas (Pedro A. Herrán, Tomás C. De Mosquera, José Manuel Restrepo) redescubrieron sus afinidades y apoyaron la candidatura de Márquez.

Aunque hasta 1832 Santander manifestó siempre un alto aprecio por Márquez, que fue su vicepresidente entre 1835 y 1837,  decidió apoyar al general José María Obando. Sus desacuerdos y rivalidades con Márquez y sus afinidades de grupo deben haber pesado mucho en esta elección , que justificó con razones legales –le parecía que la constitución prohibía a Márquez, como vicepresidente, ser candidato- y de estabilidad política: creía que era importante mantener formas y señales de autoridad tradicional y que elegir un militar a la presidencia, como lo era él, ayudaría a mantener el orden y la obediencia a las instituciones.

Elegido Márquez, Santander y sus más fogosos amigos pasaron a la oposición: en esos años se consolidaron las alianzas y redes que eventualmente conformaron, casi una década más tarde, los partidos liberal y conservador. Los amigos de Santander asumieron la igualdad ante la ley de los indígenas, la emancipación de los esclavos, la educación hecha por laicos, la defensa de los intereses y de alguna autonomía de las provincias. Los antiguos amigos de Bolívar, las grandes familias del sur, los grupos profesionales bogotanos civilistas y de orientación católica,  como Márquez y Restrepo dieron énfasis a un mantenimiento del orden social, al orden sobre la libertad y a la alianza con la iglesia católica para mantener, con la educación religiosa, los valores morales de la población. Santander, elegido al congreso, (representante en 1838) participó activamente en algunos de los debates de estos años y murió en 1840.

Durante su vida, Santander fue un escritor asiduo. Escribió miles de cartas públicas y privadas, mensajes al congreso, correspondencia con autoridades de uno u otro nivel. Además, a veces con su firma y a veces en forma anónima, fue continuo colaborador de la activa prensa neogranadina. Creía en el papel de la prensa y de la palabra, en la opinión pública, y le preocupaba su reputación, presente y futura: coleccionaba sus documentos para que los historiadores pudieran hablar de su acción con conocimiento de causa, y a veces es evidente que escribía pensando en sus lectores del futuro. Colaboró en detalle con José Manuel Restrepo, al que envío recuentos y relatos de su vida, y cuyo borrador de la Historia de la Revolución en Colombia  revisó y comentó.[4] A lo largo de su vida se vio envuelto en varias polémicas intensas, y con motivo de ellas escribió largas piezas justificativas. La decisión de fusilar a 38 prisioneros españoles en 1819 fue atacada como cruel y violatoria del derecho, y Santander escribió en defensa propia. En 1824 el empréstito inglés dio pie para acusaciones de corrupción, por los beneficios de sus agentes, Montoya y Arrubla, por las condiciones del crédito y por el uso de los recursos recibidos, y nuevamente Santander dio largas explicaciones.  Su ruptura con Bolívar y su participación en el atentado de 1828 fueron otra ocasión para que escribiera su punto de vista en forma minuciosa. La muerte de Mariano París o de Sarda, otro de esos momentos en los que la visión de autoridad de Santander generaba acusaciones de crueldad o insensiblidad, la elección presidencial de 1837 y su papel en ella condujeron a nuevos y extensos documentos..

A pesar de todo lo que escribió, Santander nunca elaboró un texto amplio acerca de su pensamiento político. Su producción podría clasificarse en tres grandes grupos: a ) textos autobiográficos, que son narraciones de justificación frente a acusaciones externas;  b) documentos oficiales, discursos y mensajes, que tratan a veces temas muy diversos y específicos y c) artículos breves de prensa, en respuesta a situaciones de coyuntura, y con los que muchos veces trataba de lograr un objetivo político de corto plazo. En estos documentos, dispersos y poco sistemáticos, aparecen las convicciones y creencias políticas de Santander. Como son textos de ocasión, raras veces su pensamiento se elabora en forma amplia y coherente, y con frecuencia resulta difícil establecer si determinada afirmación debe entenderse como un principio en el que creía Santander con plena convicción, o es una opinión formada al calor de la coyuntura. Sin embargo, la multiplicidad de documentos permite encontrar algunas líneas de pensamiento relativamente coherentes, definir en algunas ocasiones las creencias más profundas de Santander, y en otros trazar la línea de evolución de su pensamiento.  En todo caso, como era un hombre con una buena cultura política, conocedor de algunos de los principales pensadores de la época, podía hacer explícita la relación entre lo que intentaba hacer y sus creencias políticas en forma clara. Era un escritor correcto, con una prosa que, no obstante la pesadez inevitable del lenguaje oficial, muestra cierta habilidad retórica, cierta eficacia y contundencia, muy superior a la de la mayoría de los políticos del siglo XIX.

Su insistencia obsesiva en la necesidad de lograr que se cumpliera la ley era oportuna y sus argumentos a favor de la consolidación del respeto a la ley por parte de funcionarios y ciudadanos son convincentes, pero el país cedió pronto a la tentación de resolver los problemas cambiando las leyes y las constituciones: el inquietante espíritu de innovación contra el que predicaba Santander. El desarrollo de una cultura política de respeto a las reglas de juego, que separara claramente los derechos de los ciudadanos a criticar la ley y promover su cambio y la obligación de atenerse a ella, resultó muy débil.

En situaciones extremas Santander actuó contra lo que entendía que decía la ley, como cuando cedió en 1828 a las presiones de Bolívar y aceptó la convocatoria de la Convención de Ocaña. No tenía realmente poder para impedirla, creyó siempre que era indispensable obedecer las decisiones de las autoridades, incluso cuando eran ilegales –parte del proceso de afirmación de la ley y la autoridad-, se oponía al uso de la violencia contra los gobiernos, incluso contra la dictadura –sin excluir que en determinados momentos podía ser lícito emplearla. En la encrucijada de 1828 y ante las presiones para reformar la constitución, prefirió sugerir a Bolívar y al Congreso un proceso que le parecía respetuoso en alguna medida del proceso legal: aunque la idea de que una convención convocada por el congreso iba contra la letra de la constitución, que prohibía las reformas antes de 1831, le parecía que quedaba más constitución si esta se empleaba, torciendo un poco su sentido, como justificación para el cambio: un ejercicio en cierto modo leguleyo, que ha servido, con otros, para definir como “santanderismo” la práctica de violar las leyes cuando se aparenta cumplirlas.

En el lenguaje actual de Colombia, “santanderismo” es un término derogatorio, que se utiliza normalmente, como entonces, cuando se quieren violar tranquilamente las normas, usualmente a nombre de la voluntad de algún caudillo o dictador, o de un proyecto revolucionario ajeno a las tradiciones de la democracia.

Hay algunos ejemplos más de opiniones de Santander en las que parece contradecir el sentido real de la ley.  A primera vista –un estudio cuidadoso desborda esta oportunidad- la invocación de una ley de las Recopilaciones de Indias para sancionar a los sacerdotes que se mezclaran con los negocios públicos es un caso de estos. La constitución de Cúcuta no establecía diferencias entre los ciudadanos, y sin duda en un sentido estricto, los curas tenían los mismos derechos de los demás ciudadanos. Habría que ver hasta que punto la visión pre-liberal de la sociedad era tan fuerte que nadie advertía esta contradicción. Tampoco parecen muy acordes con una constitución que reconocía el derecho a la libertad de expresión las diversas posiciones de Bolívar y Santander contra las reuniones públicas y las asambleas populares. Sin duda, estas podían violar las leyes cuando actuaban invitando al desconocimiento directo de la constitución o apoyaban la suplantación de autoridades legales. Que la preocupación y el riesgo eran justificados lo demostró el procedimiento que siguieron Páez y Bolívar (y éste, contra sus prevenciones anteriores)  para acabar la constitución de Cúcuta: dar validez a juntas populares, como expresiones de una voluntad popular que tenía fuerza superior a la ley.  Pero la dificultad para separar las acciones subversivas de un grupo colectivo del derecho a reunirse para discutir asuntos públicos (práctica que Santander admiró años después en Inglaterra) hizo que en general los dirigentes granadinos se opusieran a las reuniones populares, y no solo a la pretensión de arrogarse poder legítimo que pudiera surgir de ellas, pretensión explícitamente prohibida en la constitución.

En último análisis, su pensamiento se inscribe en un punto de transición entre las visiones ilustradas y autoritarias y el liberalismo naciente. Mucho más liberal que Bolívar, menos desconfiado del pueblo, menos autoritario, comparte con éste y con la mayoría de los hombres de su tiempo, la idea de que el pueblo debe ser guiado y educado, y de que su participación política debe ser limitada: nadie propuso en estos años la idea, apenas ensayada en alguno que otro estado de los Estados Unidos, del sufragio universal. Si era casi natural pensar que solo los propietarios y alfabetas pudieran participar en las elecciones, como quedó en la constitución de 1821, también era natural pensar que el ámbito de las libertades estaba restringido legítimamente por las necesidades de estabilidad y orden del estado. Para nadie educado en el patronato español sonaba extraño, por ejemplo, que se considerara parte del derecho del Estado fijar los textos de estudio y los contenidos de la enseñanza, y era lugar común la idea de que dar a las universidades o a los maestros la libertad de escoger sus textos llevaba, como decía Santander, a “una espantosa anarquía”. Santander, entre sus contemporáneos, estuvo entre los que tuvieron una visión más amplia de la libertad de imprenta, sujeta solamente, y esto es importante, a las limitaciones que la ley y la constitución señalaran. Para tratar de resumir esto, el liberalismo colombiano de la época no sostenía la existencia de derechos naturales a la libertad de expresión o de culto que pudieran ser defendidos contra las normas positivas, pero mantenía que las limitaciones a estos derechos ciudadanos solo podían establecerse mediante normas legales y dentro del marco constitucional. Habría sido muy importante para la evolución de la cultura política del país que al menos esto se hubiera cumplido.

Santander, es cierto, fue a veces “santanderista”, en el sentido negativo que luego desarrollaron sus críticos, y que no dio siempre el ejemplo de obediencia genuina a las normas que defendía. Pero no hay duda de que sus prescripciones de respeto a la ley y de aceptación de las normas de juego político, de preferencia por el debate, las discusiones tolerantes y la opinión pública sobre la guerra, eran razonables y que su aceptación por los colombianos,  aunque difícil dada la cultura política de entonces y el peso de figuras heroicas como la de Bolívar, habría permitido un avance más firme y seguro hacia la democracia y el respeto a las libertades de los ciudadanos que las alternativas propuestas, que casi siempre usaron el término de santanderismo para atacar a los defensores del respeto a la ley y justificar, con la invocación de la memoria gloriosa de Bolívar, las limitaciones a la democracia y el recurso a los sables o a la fuerza como fuente de legitimidad política.

Jorge Orlando Melo
Bogotá, abril de 2003

Prólogo al libro Francisco de Paula Santander, Escritos Políticos, Bogotá, El Áncora Editores y Panamericana Editorial, Bogotá, 2003

 

[1] En el discurso al congreso de Angostura, ya en 1819, Bolívar pedía un senado hereditaria, que rechazara “las olas populares” y “se opondría siempre a las invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad de los magistrados.” En vena similar, declaraba que “la libertad indefinida” y la  “democracia absoluta” eran los escollos contra los que se estrellaban las esperanzas republicanas. A los colombianos, 87 y 92

[2]  La administración de Santander en la Gran Colombia, Bogotá

[3] “Un pensamiento sobre el congreso de Panamá”, A los colombianos, 270 

[4] Los documentos enviados por Santander a Restrepo fueron publicados por José Maria de Mier, ed., Santander, ensayos y escritos, Bogotá, Externado de Colombia, 1990.

 
 

 

 

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