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Censura y ambiente de negocios
 

Las noticias del día del periodismo fueron la absolución del columnista Alfredo Molano y el cierre de la revista Cambio.

Aun si la columna de Molano hizo afirmaciones inexactas, al aludir a una familia cuando hablaba de hechos cuya responsabilidad no podía ser sino de personas concretas, no era adecuado sancionar penalmente a alguien por hacer generalizaciones imprecisas. De otro modo, los periodistas habrían quedado sin poder hablar mal de una región, de un grupo social, de una profesión, de un partido político, de una rosca burocrática, a menos que pudieran demostrar que lo que decían era cierto de cada una de las personas que los componen. La injuria no debe sancionarse penalmente sino cuando se refiere a personas precisas, y en el caso de Molano, quienes se sentían afectados eran personas en las que él no estaba pensando ni pensaba ninguno de sus lectores. La columna podía ser descuidada, pero en una sociedad que valore la libertad de expresión la respuesta válida ante un exceso lógico es el debate público, para mostrar las fallas en la argumentación del autor. Por eso, la decisión del juez es apropiada.

La segunda es muy preocupante. Los medios impresos se han distinguido de la radio y la televisión por su capacidad de ofrecer información que permita una discusión seria de los problemas del país. La televisión ha asumido su función informativa reduciendo la noticia a un espectáculo entretenido, y ganó así un público muy amplio, mientras que la prensa mantenía la lealtad de un grupo de lectores que raras veces llegaba al 20 por ciento de la población.

En los últimos años, la situación se ha vuelto más difícil e Internet está erosionando la relación de los medios con sus lectores. La respuesta de los periódicos para sobrevivir ha sido cambiar el viejo ideal de formar e ilustrar la opinión, para buscar un producto variado y entretenido, que atraiga a toda clase de públicos. En vez de noticias incómodas, los periódicos se llenan de artículos que responden a los gustos recreativos y los anhelos de autoayuda de las personas, y de textos preparados en las oficinas de prensa de empresas y gobiernos.

La farándula y los problemas de belleza reemplazan temas antes esenciales. Por ejemplo, un lector de los periódicos de Bogotá podría pasar semanas sin enterarse de que aquí se cometen homicidios, pues ya no es deber social informar sobre los delitos graves que se cometen en la ciudad. Lo que se publica no es lo que los periodistas creen relevante, sino lo que piensan que quieren los lectores: se ha impuesto, en casi todo el mundo, la idea, que ya triunfó en televisión, de que hay que darle a la gente lo que pida.

Una respuesta más de fondo fue formar conglomerados en que los prósperos medios audiovisuales ayudan a los tambaleantes productos impresos. Pero esto trae consecuencias indeseadas. Los canales de televisión están sujetos a una curiosa ficción, que los considera propiedad eminente del Estado. Basta imaginarse qué ocurriría si solo pudieran publicarse unos pocos periódicos, por concesión del gobierno: solo existiría la prensa que, como dicen muchos periodistas ahora, "no incomode al presidente", y el monopolio los haría valiosísimos.

Esto, absurdo si se aplica a los periódicos, se ve razonable para la televisión, tal vez porque identificamos aquellos con la libertad de expresión y esta con el entretenimiento. Lo grave de que solo los conglomerados sean viables es entonces que la única forma de que sobrevivan los medios impresos, cuya justificación es su independencia, su capacidad investigativa, su objetividad y balance, será renunciar a eso que los justifica. Y por ello es una tragedia que el ambiente de negocios haga creer que no pueden sobrevivir revistas como Cambio, indispensables para una democracia real, y capaces de contrarrestar un Estado de opinión, una información cada día más oficial y menos amplia y contextualizada.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 18 de febrero de 2010

 

 

 

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Ultima actualización noviembre 2020
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