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Un lugar para discutir

 

En 1979, un alemán de acento sureño y apellido musical llegó a Bogotá a crear la agencia de la Fundación Ebert, una organización del Partido Socialdemócrata alemán. Esas fundaciones son una rareza alemana: están financiadas por el presupuesto estatal, pero se mueven entre lo privado y lo público, apoyando proyectos de desarrollo democrático y social en Alemania y el mundo. Como son independientes del gobierno, pueden meterse en asuntos demasiado audaces o controvertibles para la cooperación gubernamental, a la que complementan con flexibilidad.

La Ebert es de un partido de tradición obrera, democrática y socialista, y en esos años Klaus Schubert no tenía interlocutores obvios en Colombia. Los grupos de izquierda estaban divididos en sectas irreductibles, poco democráticas, algunas vinculadas a las guerrillas: el Partido Comunista, el Moir, el M-19 y quién sabe cuáles más. El Partido Liberal parecía, en los años del presidente Turbay Ayala, demasiado represivo, demasiado reaccionario, y la fundación del Partido Liberal Alemán ya le ayudaba.

Schubert no se desalentó y con un núcleo de escritores de simpatías socialistas, pero que rechazaban la guerrilla y las capillas izquierdistas, y con algunos liberales que se consideraban de izquierda, organizó a Fescol, rama local de la Ebert, y creó a Cerec, una fundación para hacer estudios e investigaciones académicas y publicar libros. Entre los tempranos colaboradores de Fescol estuvieron Álvaro Tirado, Enrique Santos Calderón, Juan Tokatlián, Jesús Antonio Bejarano, Hernando Corral y jóvenes recién graduados como Rodrigo Pardo, Gabriel Silva y Ricardo Santamaría.

Durante 30 años, Fescol se convirtió en un extraño lugar, el sitio por excelencia para la discusión seria de los más difíciles temas nacionales.

Financió investigaciones, publicó libros y documentos de trabajo, hizo foros, seminarios, mesas redondas, debates públicos y privados entre adversarios políticos, sobre la paz, la defensa de los derechos humanos, el medio ambiente, las instituciones políticas, la droga o la violencia, la ampliación de la democracia, los mecanismos para combatir la desigualdad social o económica, la necesidad de que el país dejara de mirarse el ombligo y se viera en un contexto internacional. En los catálogos de las bibliotecas aparecen más de 400 libros publicados por Fescol o Cerec.

El ambiente ha sido extraño porque allí ha llegado todo el mundo: militares y ex guerrilleros analizaron las perspectivas de paz, empresarios, economistas y dirigentes obreros alegaron sobre la economía, se enfrentaron políticos de todas las corrientes. Y porque ha sido un ejemplo de debate civilizado, donde se discuten los argumentos, pero se respeta a las personas. En un país donde la irritación y la descalificación son arma central de discusión, Fescol ha sido el anuncio de lo que debe ser un país capaz de choques intelectuales sin insultos ni violencias verbales, sin que nadie acuse al adversario de criminal por defender determinadas ideas.

Bajo la dirección de Hans Blumenthal, Fescol promovió la reconstrucción de las deterioradas instituciones de gobierno local, sujetas por años a corrupción y violencia; creó el Premio Nacional de Paz, apoyó el Foro Nacional Ambiental y colaboró con las políticas de paz y seguridad del Gobierno, buscando reforzar sus componentes más democráticos, civilistas y sociales. Ahora, colombiano de facto, Blumenthal se retira de Fescol, pero se queda en Colombia, empeñado en ayudar a que este sea un país mejor. Y Fescol, que hizo tanto para que se deshiciera la peligrosa fascinación por la revolución y la violencia y ayudó a llevar a tantos del radicalismo ideológico al pragmatismo progresista, seguirá siendo el lugar para tratar de que la política colombiana, en algo al menos, responda a la razón y la reflexión.

Jorge Orlando Melo
Publicada en El Tiempo, 28 de mayo de 2009
 
 

 

 

Derechos Reservados de Autor. Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
Ultima actualización noviembre 2020
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