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La imagen de las FARC
 

Durante casi 50 años, las Farc han intentado conciliar lo inconciliable: presentarse como un movimiento político que busca transformar el país mientras actúan como un grupo criminal, que negocia con la vida y secuestra a muchos compatriotas para liberarlos a cambio de dinero o de concesiones políticas.

Su esfuerzo no ha producido resultados: hoy los colombianos rechazan en forma unánime su proyecto político. El fracaso es tan grande que uno de los peores insultos, usado con frecuencia en forma irresponsable, sobre todo contra los que defienden alguna forma de negociación del conflicto interno, es decir que alguien simpatiza con las guerrillas.

El manejo de las liberaciones recientes muestra otra vez que las Farc parecen, en cuanto a la imagen, asesoradas por sus peores enemigos. La idea de soltar algunos de los secuestrados poco a poco, gradualmente, con cuentagotas, hace que los colombianos recuerden cada cierto tiempo que seguimos teniendo un grupo armado que secuestra, maltrata y tortura, moral y físicamente, a los secuestrados y sus familias. Habría que ser muy ingenuo para creer que ellos se sienten agradecidos con la presunta generosidad de las Farc al liberar a algunos, como si esto les hiciera olvidar de quién es la culpa del secuestro. Los colombianos no son tan crédulos como para pensar, porque alguien sale sonriendo y bien peinado, que estuvo feliz en su injusto cautiverio. Los espectáculos que trata de montar la propaganda guerrillera terminan dejando un sabor amargo en la opinión pública, que ve en ellos un esfuerzo torpe de manipulación y un gesto irrespetuoso con las víctimas.

La idea de usar a los secuestrados para presionar la apertura de negociaciones de paz o las discusiones acerca de los problemas del país es también contraproducente: la reacción de casi toda la gente, en especial si es partidaria de las negociaciones de paz, es insistir en que estas no se pueden hacer mientras haya secuestrados y reiterar que la condición previa para ellas es liberarlos a todos y comprometerse a no volver a secuestrar a nadie más.

Por eso, es preferible que el Gobierno dé todas las facilidades prácticas para las liberaciones. Si por temor a la propaganda que puedan intentar las Farc, y que prácticamente siempre se vuelve contra este grupo, empieza a poner obstáculos a ellas, logra lo que las guerrillas quieren y a veces han logrado: que algunos piensen que la demora en la liberación de alguien es culpa del Gobierno y no de los secuestradores.

Lo que valdría la pena, ante cada liberación, es que los medios de comunicación publicaran la lista completa de todos los que han muerto en cautiverio y de los que se sepa que están secuestrados, en particular los civiles. Las Farc hablan de los militares que tienen como rehenes, pero quieren que olvidemos a las personas comunes y corrientes, a las que esperan cambiar por plata. Los medios hablan sobre todo de policías y soldados, de los "canjeables", pero casi nunca dan los nombres de los civiles en manos de la guerrilla, como si el secuestro de estos estuviera desapareciendo. Puede que haya disminuido algo, por el acoso militar o porque el rechazo de la ciudadanía, expresado ya en otras ocasiones, haya hecho que algunos dirigentes de la guerrilla piensen que hay que cambiar de estrategia, pero sigue siendo un escándalo inaceptable.

Y, sobre todo, valdría la pena que todos los colombianos, cada que la guerrilla suelte a alguien, expresen con vigor, una y otra vez, su rechazo a los secuestros, con claridad y firmeza, reiterando en todas las formas que podamos inventarnos que nada hay que agradecer a los secuestradores y que deben liberar inmediatamente, sin negociar con seres humanos, esas personas que no han debido perder un solo minuto de sus vidas en las manos insensibles de la guerrilla.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 17 de febrero de 2011

 

 

 

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