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Un inmenso error
 

Quedé muy impresionado, y al tiempo desconcertado, con la respuesta de ‘Iván Márquez’ a la familia Turbay. El jefe guerrillero, conmovido por el relato del maltrato y el asesinato, cruel y con sevicia, de varios miembros de la familia, pidió perdón porque lo que les habían hecho era “un error muy grande”. ¿Leí bien? ¿Había sido un error, una equivocación? ¿O, más bien, si había que pedir perdón era por ser crímenes contra personas reales, que violan lo que debe valer hasta en un conflicto armado?

El error, eso sí, fue la decisión, hace medio siglo, de enfrentar los problemas del país con la guerra. Hacia 1960, Colombia era un país pobre, con inmensa desigualdad política, social y cultural. Gran parte de la población sobrevivía en la miseria y la ignorancia. Y acabábamos de salir de diez años de violencia y de unas dictaduras que redujeron los derechos ciudadanos. La persecución oficial había debilitado a sindicatos y organizaciones populares. Pero desde 1957 el país estaba ensayando el regreso, limitado, a la democracia, las libertades civiles volvían a regir y la violencia había disminuido bruscamente.

En otros países de la región, con condiciones sociales, pobreza y desigualdad parecidas, las dictaduras militares se tomaron el poder por temor a una revolución social. Pero en Argentina, Uruguay, Brasil o Chile, y hasta Bolivia o Ecuador, la izquierda y los movimientos populares, frente a las dictaduras militares y la explotación capitalista, se convirtieron en defensores de la democracia, de las elecciones y las libertades civiles, y están hoy en el poder, aplicando un reformismo social más o menos exitoso.

En Colombia fue al revés. La izquierda decidió que solo la lucha armada podría lograr algo, pues la democracia era un engaño de las oligarquías, y las elecciones, una simple farsa. Las ideologías revolucionarias se promovieron con tanto éxito que entre 1952 y 1970 surgieron por lo menos cinco grupos guerrilleros, que respondían a las ideologías estalinistas del marxismo soviético, el maoísmo, el castrismo, el trotskismo. La izquierda radical escogió hacer la guerra, defender la violencia como forma de lucha (la violencia es la partera de la historia, se decía, o para hacer tortillas hay que romper huevos), oponerse al reformismo y desacreditar la democracia, mostrar su núcleo opresivo. Lo logró: todavía hoy los sectores populares creen que la abstención es buena, que es preferible vender el voto a tratar de elegir representantes propios, poco confiables, porque el sistema los devora y el engaño se perpetúa, que es mejor dejar el voto a los sectores de clase media y alta, que sí van a las urnas, que no importa que la abstención haga fácil la vida de los corruptos. Y los efectos indirectos de esta decisión fueron terribles: centenares de miles de muertos, una izquierda débil y una guerrilla alimentada por la droga, un ejército represivo y que rompió con frecuencia la ley y las reglas de la guerra, un país extremista y dividido, en el que el narcotráfico creó, con propietarios secuestrados y agentes de la Fuerza Pública, el paramilitarismo, que quitó todo límite, moral o político, a la violencia.

Este es el error que hay que explicar, que ojalá explique la comisión que analiza las causas del conflicto: por qué, frente a “condiciones objetivas” similares a las de otros países, seguimos el camino equivocado. Y ojalá los jefes de la guerrilla, para mostrar al país que creen en una paz más sincera y real que la que se firmó con los paramilitares, reconozcan que escoger la lucha armada en vez de la lucha democrática, que parecía menos eficaz y más incierta, fue una grave equivocación. Porque, si insisten en que fue una buena decisión, nadie les va a creer.

 

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 9 de octubre de 2014

 

 

 

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