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Muertes y celebraciones
 

Colombia ha vivido otra vez esa sombría unión de alegría y muerte que hemos asociado con el fútbol. En 1993, dizque 82 personas murieron al celebrar el cinco a cero contra Argentina, y en el último mes, 20 o 30 personas han muerto en las celebraciones por los triunfos de la selección nacional. Según los imprecisos datos, en el primer partido hubo 9 muertos en Bogotá y 4 en el resto del país; en el segundo se habló de una víctima en Cali, y en el tercero, de 8 en Bogotá y 7 en la Costa Atlántica, a pesar de la ley seca y de otras medidas preventivas y de que el país acababa de votar por la paz.

¿Qué hace que esto ocurra solo en Colombia y no en países con desigualdad o pobreza peores o con tanta gente armada y tanto narcotraficante como aquí? ¿Por qué se concentra la violencia en Bogotá y es menor en ciudades como Medellín y Cali, con tasas de homicidio más altas, con mucha gente armada y con un gusto similar por el trago y la borrachera?

La información disponible no permite una discusión seria. Al leer las declaraciones de alcaldes o jefes de policía, que no siempre coinciden, o los pocos datos de prensa, no queda claro que esos muertos tengan que ver con el fútbol o las celebraciones. En dos o tres casos, los periódicos dan algunos indicios: un camión empujó a un carro en una desfile y esto llevó a un enfrentamiento; alguien disparó contra un grupo que festejaba. Pero, en general, lo que hay son unos números en los que debemos creer, y la obvia deducción de que, si en un sábado normal hay 3 o 4 muertos en Bogotá, si hay 8 el día en que Colombia gana, debe de haber alguna relación.

La escasez de información sobre violencia es usual. En Colombia matan cada día entre 30 y 40 personas, pero una revisión de los periódicos de todo el país apenas muestra dos o tres muertos. Solo llegan a sus páginas los casos más espectaculares o los de clase alta. Ni siquiera los periódicos sensacionalistas recogen esta información completa. Es como si el país se hubiera desentendido de la violencia diaria, como si no fuera una noticia de interés social que ayer mataran a tres docenas de compatriotas.

Las entidades públicas tampoco dicen qué pasa. La Policía da informes periódicos sobre algunas ciudades, con hipótesis arbitrarias sobre las causas de algunos de los muertos (intolerancia, ajuste de cuentas, riñas, etc.), y cada año consolida los datos por municipio, pero como pura estadística. El país debe saber lo que ocurre y para eso debería crear un sistema de información que reúna todos los datos pertinentes, todas las circunstancias que ayuden a explicar los hechos. Y las mismas víctimas tienen el derecho a no ser una simple cifra en una estadística anual: son personas con cara, con nombre, con una vida y una historia. Es inaceptable que no se haya intentado nunca tener una lista con los nombres de las personas asesinadas en Colombia. No importan, y si dejaron de vivir no merecen siquiera que se registre su nombre. La muerte se esconde para que parezca menos grave e incómoda.

Así no se pueden hacer diagnósticos ni buscar causas y soluciones. Uno podría pensar que hay más incidentes mortales en Bogotá que en otras partes, porque sus habitantes tienen una sensación mayor de agobio y responden con más agresividad a las molestias que les causan los demás: hay gente que saca la cruceta o el revólver si siente que la han maltratado. Pero esta es una hipótesis arbitraria. No sabemos nada y lo único que podemos hacer es dar explicaciones tautológicas –que matamos porque somos violentos o intolerantes o porque no tenemos una cultura de convivencia o porque somos una sociedad enferma– y esperar que las medidas, arbitrarias, produzcan, milagrosamente, unos muertos menos.

 

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 3 de julio de 2014

 

 

 

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