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Palabras de mujer
 

He estado leyendo algunos libros en los que algunas mujeres colombianas cuentan su vida. A pesar de que a muchas les gusta hablar de sus recuerdos, y de que otras llevan secretamente un diario, pocas mujeres se animan a publicar sus historias: no más de 30, creo, entre los 400 o 500 libros de memorias que se han escrito en el país hasta hoy.

Algunas disfrazan sus recuerdos de ficciones. Ester Gónima, en Una maestra, una vida, un destino (1969), relata, en una novela que habla de ella misma, los años de la Escuela Normal, su vida de maestra antioqueña, trasladada por capricho de visitadores y secretarios de educación de pueblo en pueblo, mal pagada y acosada. Es la historia de una rebeldía firme y tranquila: liberal, sufre la irresponsabilidad de las autoridades, las intrigas y la persecución política en tiempos de la violencia, pero nunca deja de cumplir sus tareas con una vocación a prueba de desencantos. Su vida se mueve entre el salón de clase, las historias de amor, siempre frustradas, y huelgas y luchas sindicales esporádicas, pero que respalda con convicción y firmeza. Myriam Stella Ferro, una investigadora social, nos cuenta en Mi vida: historia de la vida de una maestra rural colombiana (1978), las experiencias de una joven de Ubaté, de familia analfabeta, que se forma en la normal rural y, después de años difíciles enseñando en Yacopí, termina trabajando en una vereda de su pueblo natal. Es una narración más atenta al salón de clase y menos personal: hay mucho más información sobre lo que se enseñaba, los textos y la pedagogía, que sobre sus conflictos emocionales y familiares.

Retrato de una vida, de Beatriz Saldarriaga (1998), es otra cosa: una señora bien de Medellín, católica convencida, que cuenta con inteligencia y buen humor su vida de familia, sus obsesiones juveniles -enamorada del cine, soñaba con conocer a Jorge Negrete, y aprovechó un viaje de negocios de su padre a México para forzar a la familia a que la lleven y hagan lo imposible, hasta que lo logra-, y ofrece una mirada irónica de la vida de las familias de Medellín entre 1930 y 1990, austeras y que oscilan entre la prosperidad y la estrechez. Las lecturas juveniles, los paseos a las fincas, los primeros amores, la represión social, el paso de una ciudad sin riesgos a la violencia siempre presente figuran en estas páginas, junto con un inventario amable y extenso de lo que le gusta (el frío, la lluvia, los días nublados y oscuros, el silencio, los gritos de las loras, los trabajos manuales, los bebés blancos y rubios...) y lo que detesta (la tierra caliente, la playa, el cielo azul y el sol brillante, las propagandas en la radio y la televisión, colocar y ubicar...).

La narración más emotiva es la de Carmen Rosa de Barth: Una vida de cualquiera (1995), una novela autobiográfica y una historia de amor y trabajo. A los 12 años, ella y un niño alemán que sale para su país se prometen amor y lo inscriben en la corteza de un árbol. Se ven de nuevo 15 años después, cuando él vuelve a Medellín. Pero, entre viajes a Alemania y trabajos en Colombia, pasan años, y cuando al fin se casan, él se va lejos, a trabajar en minas y carreteras. Al fin, desesperada, Carmen decide vivir con él, entre los obreros, en medio de la selva o la violencia, en campamentos de obras de todo el país: Neiva, Chocó, San Andrés, Leticia. Cuando su marido enfermo no logra cobrar la pensión, después de 40 años de trabajo con el Gobierno -se la pagan, en un cheque mal escrito, para que no lo cobre, dos años después de muerto-, abre una pensión, escribe una historia de San Andrés y novelas y libros que vende en las ferias de los pueblos. Y finalmente publica esta historia, una narración como tantas otras, que nos dejan entrever cómo ha sido la vida de muchas colombianas, contadas con sus palabras de mujer.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 15 de marzo de 2012

 

 

 

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