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Periodismo, Internet y democracia
 

En la entrega de los premios Simón Bolívar, el escritor Juan Cruz insistió en que lo importante hoy, cuando la prensa enfrenta un serio desafío tecnológico, no es hablar de los soportes en que circulan los periódicos, sino de sus contenidos y su capacidad para informar y decir lo que no quieren que se sepa quienes tienen el poder. Tiene razón: si uno recibe la información que necesita sobre el país en que vive, es indiferente que venga por la red o se lea en un periódico impreso.

Pero el tema es muy complicado: el formato influye sobre los contenidos. Los periódicos, preocupados porque el grupo cada día más viejo de lectores que los compramos disminuye gradualmente, mientras que los jóvenes no parecen dispuestos a pagar por las noticias, ni en la red ni en papel, tratan de adaptarse a la competencia de los otros medios llenándose de contenidos recreativos, de lo que se veía en la televisión o en las revistas hogareñas -cómo cuidar la salud, regañar a los niños o regar las matas- y de farándula. Y frente a la lectura de Internet, que es por ahora distinta, menos concentrada, más saltona y dispersa que en el papel, y que parece atraer al público del futuro, los periódicos tradicionales, después de montar sus portales informativos, han empezado a imitar sus propias páginas digitales reemplazando la prosa por la imagen, agrandando los títulos y reduciendo los contenidos, buscando un diseño que sugiera la nerviosa animación de la web y sus posibilidades de navegación errática.

Es difícil saber si esto va a funcionar: unos medios menos informativos y más entretenidos, con una versión en papel que pocos compran y otra en la red a la que va, gratuitamente, la mayoría de los lectores. La dificultad está en cómo financiar lo que es la gloria del periodismo: informar, a veces contra la voluntad del poder, sobre los principales aspectos de la vida de una nación. La prensa ha sido durante 300 años una herramienta imprescindible de la democracia, pues esta, para funcionar más o menos bien, requiere que los ciudadanos sepan qué pasa en el mundo aburrido pero inevitable de la política, la sociedad o la economía. Y si la gente no paga por esa información, porque no le interesa o espera recibirla gratis, será difícil que haya un cubrimiento serio de los problemas graves de un país: la corrupción de los políticos, las malas mañas de las empresas, los servicios sociales, la vida de la cultura, la economía y los impuestos.

Algunos optimistas creen que miles de ciudadanos en sus blogs darán la información que hoy arman los periodistas, pero esto es ingenuo: esas páginas pueden plantear un tema o denunciar algo, pero sus autores no tendrán el tiempo o los recursos para investigar a fondo un problema.

Fuera de la publicidad, que sin duda tendrá un papel importante, vale la pena considerar otros caminos. Hace 30 años nadie habría creído que acabaríamos pagando por la televisión, que era gratuita: el modelo que existe hoy podría aplicarse en la red a periódicos y revistas, mediante suscripciones de paquetes que incluyan varios medios. Y aunque parezca absurdo, vale la pena pensar en una forma de apoyo público, por ejemplo para que una corporación independiente subsidie el periodismo de información, como cuando en Inglaterra todos los hogares pagaban para mantener la televisión y la radio.

Esto no parece urgente, pues el cambio es gradual, casi imperceptible. Pero antes de que la información independiente se reduzca al mínimo y quedemos en manos de las oficinas de prensa de los gobiernos (que sí tienen grandes presupuestos que pagamos todos), hay que inventar cómo sostener el periodismo investigativo, el que cuenta lo que se quiere esconder, el que constituye la mejor vacuna contra los abusos del poder y las enfermedades de la democracia.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 14 de octubre de 2010

 

 

 

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