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La lucidez de Saramago
 

En el 2004, el novelista José Saramago vino a Bogotá y discutió ante una audiencia entusiasta la novela que acababa de publicar: Ensayo sobre la lucidez. Esta obra es una parábola política, que describe un país dominado por un aparato más o menos omnipotente, en la que los medios de comunicación, los políticos y los grandes poderes económicos logran manipular a la población para que vote y mantenga vivas las apariencias de una democracia que no puede expresar los intereses reales de la gente. De pronto, sin planeación previa, sin que nadie lo proponga, sin partidos ni movimientos políticos que organicen un gesto de rebelión, sin organización, sin ponerse de acuerdo, el 83 por ciento de los electores vota en blanco.
Este voto desencadena la acción de la novela: el temor del establecimiento, que se siente desconcertado y amenazado y comienza a mover todas sus fuerzas para recuperar el control de la situación, las aventuras de una mujer a la que intentan culpar por la repentina irresponsabilidad popular, la toma de conciencia de un comisario de la policía que comienza haciendo la guerra sucia a los que parecen culpables del voto en blanco y termina sumándose a los que quieren cambiarlo todo.

La novela es bastante simple en su estructura, y por eso es sorprendente que pueda leerse con tanto gusto: probablemente responde al sueño de muchos lectores de que es posible lograr, sin someterse a las fatigas rutinarias de la organización política, una acción colectiva inesperada y vigorosa, en la que los ciudadanos, misteriosamente de acuerdo, rechacen, digan no a lo que perciben como una sociedad y una política que no funcionan.
En sus conversaciones de Bogotá (la revista Número publicó una transcripción de la discusión), Saramago describió el gesto del voto en blanco, el rechazo radical, esa insólita epidemia de lucidez, más como un gesto de consciencia moral que política. Y reiteró su escepticismo acerca de las posibilidades de transformar la democracia, que veía como el sistema político menos malo, pero que era en todo caso una democracia secuestrada y amputada, que permite escoger en un ámbito limitado pero no pone en cuestión los poderes reales, los asuntos de fondo.

Esta idea se basaba en su convicción de que el poder económico es el que controla el mundo de la política y el mundo de las comunicaciones, y se manifestaba en su percepción de los nuevos medios de comunicación. Aunque en los dos últimos años de su vida este defensor de la lectura y del libro escribió un cuaderno de notas "en la página infinita de Internet", no creía que la posibilidad de publicar y divulgar unos mensajes que se salen del control de los grandes medios, de crear formas fugaces de rechazo o solidaridad, abriera el camino a oportunidades realmente nuevas para la democracia.

En el fondo, su mayor inquietud venía de la convicción de estar viviendo en un mundo en el que el pensamiento ya no importa mucho, ya no tiene mucha fuerza, en el que, como dijo, "ya no hay ideas que hagan levantar a las personas de su resignación, pues todos nos hemos resignado a una especie de fatalidad que no acepta cambios".

El sueño de cambiar las cosas y la comprobación de que hacerlo no es fácil producen casi siempre el desaliento, o la invocación paciente de la utopía: algún día las cosas cambiarán. Saramago parece haber respondido al desencanto con cierta rabia lúcida: "Hoy, cuando pasamos al lado de un cementerio de Bogotá, hablamos con mi mujer del epitafio que yo iba a escribir en la lápida, suponiendo que los restos se quedaran allí, y entonces yo dije que pondría: 'Indignado'. Y realmente yo creo que indignado por dos motivos: uno personal y otro egoísta. Indignado por estar muerto, no hay derecho realmente, pero sobre todo indignado por haber pasado por la vida y no haber podido cambiarla. Esto es terrible".

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 24 de junio de 2010

Ver texto: El premio Nobel José Saramago en Bogotá

 

 

 

Derechos Reservados de Autor. Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
Ultima actualización noviembre 2020
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