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La última oportunidad
 

Algunos comentaristas, cercanos al uribismo, sostienen que el resultado de las elecciones nos acerca al peligroso triunfo de las Farc o el comunismo. Esta lectura, engañosamente ingenua, era de esperar, pues corresponde a las predicciones apocalípticas de sus jefes, que afirmaron que votar por Santos era favorecer a la guerrilla, y tergiversaron tanto las negociaciones que muchos pensaron que no podían confiar en ellos. Pero lo grave sería que las guerrillas hicieran la misma lectura; que pensaran que el voto por la paz era, como decían los proponentes de la mano dura, un voto por la impunidad, por el desconocimiento de los derechos y reclamos de las víctimas, por la adopción oculta de un programa político revolucionario.

Por eso vale la pena insistir en lo obvio: la mayoría de los electores de Santos, con el mismo fervor con que rechazan al uribismo, rechazan a la guerrilla. No quieren que se frene la acción militar contra los grupos armados, ni que se deje de buscar su derrota, pero prefieren que, si es posible, nos ahorremos años de batallas y violencias.

Incluso, los dos o tres millones de votos provenientes de la izquierda tienen un talante, como se dice ahora, más democrático que revolucionario. Esta izquierda, la de los intelectuales, la de los seguidores de Clara López o de los ‘verdes’, comparte con el centro político de Santos la creencia en que el sistema democrático, por malo que sea, es preferible a cualquier otro, y que hay que seguir gobernando con elecciones, respetando las disidencias, sin autoritarismos ni ilegalidades. Rechazan el populismo emotivo de Uribe, pero también el populismo dictatorial que hay en Venezuela. Los pocos que todavía creen que es mejor tener un gobierno autoritario y antidemocrático, porque esto muestra al pueblo el verdadero rostro del sistema y acerca la revolución, invitaron a votar en blanco, pero no tuvieron mucho respaldo.

Por eso hay que insistir en que el mensaje a las Farc es claro: prácticamente todo el país quiere que se acaben, pero la mayoría prefiere que sea mediante una negociación. La gente rechaza el secuestro (que parece que ya dejó de ser una estrategia usual de las guerrillas, aunque se nieguen a repudiarlo de modo claro), rechaza los actos militares que ponen en riesgo a los civiles, se horroriza con los hechos de perfidia, el reclutamiento de menores, las bombas en manos de menores y civiles, la ejecución, fuera de combate, de militares y policías indefensos. Si las Farc, ilusas, creen que este voto les da más espacio para seguir su lucha militar o para buscar nuevas concesiones, los que votaron por Santos se unirán sin vacilar a esa mitad que votó en contra de la negociación.

El resultado electoral abre a las guerrillas una ventana para firmar la paz, reintegrarse a la vida civil y participar en la política. Pero es una ventana que puede cerrarse fácilmente: basta que respondan con prepotencia, que no entiendan lo que el país está diciendo y aumenten sus acciones militares, para que triunfe la idea de que la única salida es derrotarlos militarmente. Y para que el país se mueva bien a la derecha.

Santos hizo una apuesta por la paz y convenció a la mayoría de los electores de que valía la pena darle una oportunidad a la paz. Pero ahora lo clave es la respuesta de la guerrilla. Ella tiene que saber que, si no encuentra, con realismo y hasta con arrepentimiento, con “autocrítica”, como se decía antes, un camino para abandonar muy pronto la lucha armada, en la próxima elección no quedará nadie que crea en su buena fe o en la sinceridad de sus propuestas de paz. Las Farc tienen que darse cuenta de que los colombianos les dieron una última oportunidad, y de que no les perdonarán que no la aprovechen.

 

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 19 de junio de 2014

 

 

 

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