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Preguntas para la celebración de independencia
 


Los dirigentes de la independencia soñaron con una patria cuyos rasgos definieron poco a poco, entre polémicas y desacuerdos. Un país independiente, en el que todos, sin importar su nacimiento, tuvieran los mismos derechos civiles y políticos y eligieran sus gobiernos. Una nación con libertad para producir y comerciar y pocos impuestos, en la que el Estado se limitara a garantizar el orden y la justicia y a fomentar la educación y las vías de comunicación, pues el progreso vendría del afán de los particulares y no de la generosidad paternalista de los gobernantes. Una república civilista, respetuosa de la ley y con fuertes instituciones municipales, donde los ciudadanos aprendieran las artes de la política.

El sueño se cumplió sólo en parte. Colombia, en el siglo XIX, fue un país independiente, tuvo una democracia temprana e hizo parte del puñado de naciones en las que los gobernantes eran elegidos por los votantes, cuando en toda Europa seguía vigente la monarquía, si no el despotismo. Pero en muchos aspectos las tradiciones e instituciones coloniales siguieron definiendo las costumbres sociales y políticas. Las fuertes jerarquías sociales reafirmaron su poder y sometieron a los campesinos, a la mayoría del país, a una tutela opresiva e ignorante. La coacción, el fraude y el atraso hicieron que la democracia fuera apenas una forma de oligarquía electiva. Las autonomías municipales se ahogaron en el mar del centralismo. Un catolicismo primitivo mantuvo en las mentes una cultura autoritaria y mágica, hostil al razonamiento, la tolerancia y la ciencia, que muchos todavía ven como algo europeo, ajeno a nuestra tradición. Los que soñaban con educación popular universal chocaron con la hostilidad eclesiástica y las debilidades del Estado y acabaron dominados por la misma mentalidad de sus enemigos: el liberalismo acabó siendo intolerante y perseguidor, autoritario y sin confianza en el pueblo. A fines de siglo, Colombia tenía una República centralista, presidencialista, autoritaria, ocasionalmente represiva, que negaba los derechos políticos a la oposición y era uno de los países más atrasados del continente, que vivió en la última década dos guerras civiles, entre ellas la más sangrienta de todas, y que vio, en 1903, como Panamá prefería independizarse a vivir bajo su yugo.

Por eso, al celebrar el centenario de la independencia, en 1910, los dirigentes colombianos renovaron sus promesas y sus sueños: la paz era el nuevo y modesto ideal. El pacto republicano, que dio derechos a las minorías liberales y busco descentralizar el país, debía fundar la paz, que traería el progreso económico anunciado por el auge de una economía cafetera, que crecía con energía y parecía mostrar que el progreso vendría de los pequeños campesinos  y no de los ociosos latifundistas herederos de la colonia. La industria moderna, que la exposición de 1910 mostró en Bogotá, completaría la emancipación con la independencia económica del país.

Cuarenta años de paz vivió Colombia tras las fiestas del Centenario, y los siguientes 60 fueron de conflicto y violencia. Pero creció en todo el siglo XX la economía, al mismo ritmo que el mundo avanzado,  y cambió la sociedad: la educación llegó a todos y hoy, finalmente, campesinos e indios, ricos y pobres, hombres y mujeres comparten una cultura contradictoria, llena de riquezas y miserias, variada e intolerante, democrática y caudillista, mágica e idólatra de la tecnología. Todos vivimos ahora en una nación que nos hace felices, pero insatisfechos, orgullosamente independientes y mendicantes de profesión, trabajadores infatigables, pero amigos de la mordida, la ayuda y el subsidio. Y después de 1991, vivimos en un orden que dio firmeza a la democracia y substancia a la promesa de derechos ciudadanos: si después de 1810 los colombianos por lo menos podían quejarse, si se violaban sus derechos, porque al menos se convirtieron en parte de sus mentes,  en el 2010 sienten que si estos se violan, hay herramientas eficaces para hacerlos respetar.

En este país contradictorio, en esta celebración, ¿cuáles son hoy los sueños sociales de sus habitantes? ¿Será, como en 1910, que llegue la paz, al costo que sea, como sea? ¿O establecerá Colombia por fin un orden político normal y sin sobresaltos, una democracia tranquila y tolerante, capaz de dar justicia a sus gentes?


Jorge Orlando Melo
Publicado en Ámbito Jurídico, noviembre 3 de 2009

 

 

 

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