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El panóptico de los niños |
A mediados del siglo XIX se construyó en Bogotá una cárcel siguiendo el modelo propuesto por el inglés Jeremías Bentham: un inmenso edificio en el que era posible vigilar a los presos desde un solo sitio, un panóptico. Hoy, obsesionada con la seguridad, Bogotá está volviendo sus escuelas pequeños panópticos: las autoridades pondrán miles de cámaras a vigilar a los niños que van a que los eduquen y les enseñen a ser adultos responsables y autónomos. No me quejo del gasto, aunque una aritmética simple muestra que con los 16.000 millones de pesos que cuestan las cámaras se habrían podido comprar 3.000 libros o 200 computadores para cada colegio. Me preocupa que, con el argumento de que hay que defender a los niños de sus compañeros, se esté confesando que los colegios ya no educan y se tienen que concentrar en vigilar y castigar a los pequeños monstruos que van a ellos. Desde el siglo XVI, los buenos maestros han sostenido que la mejor educación no es la que se basa en el castigo y la vigilancia, sino en el respeto y la confianza. Según Montaigne, que escribía hace 400 años, la escuela debe evitar lo que envilezca y endurezca el carácter infantil, y la sensación de estar siempre vigilados corromperá éticamente y volverá hipócritas a los niños, pendientes de la mirada ajena y buscando ocultarse de los adultos para hacer lo que les gusta. Para los niños educados así, lo interesante y divertido es lo prohibido, lo que se hace a escondidas, y pronto los más hábiles evadirán el espionaje tecnológico y harán que su eficacia inicial se pierda. Bogotá muestra así que está dejando de educar a los niños para concentrarse en tenerlos cuidadosamente vigilados y, copiando los peores modelos norteamericanos, decidió que para protegerlos los someterá a una continua violación moral y al mensaje de que, como sabemos que solo se manejan bien cuando alguien los mira, alguien los observa en todo momento. Nadie se pregunta por el efecto a largo plazo de esta sensación permanente de estar bajo vigilancia, de un ambiente que inhibe a los niños para hablar, discutir, usar lenguaje fuerte, oponerse a un acto autoritario, arreglarse la ropa, besar al novio, porque todo quedará grabado y podrá ser visto por los maestros, la Policía o los padres. Solo falta que recompensemos a los niños que protejan a los demás "sapiando" a sus compañeros. Mientras queremos leyes que castiguen con más fuerza a los que maltraten física o sexualmente a los niños, y nos negamos a tratar como criminal a un adolescente de 17 años que roba o mata, vamos a crear, sin que nadie se sienta mal y probablemente con el apoyo de padres desesperados y educadores que ya no creen en sus sueños de maestros, un sistema de maltrato espiritual y moral (como si este maltrato no fuera más dañino y de más largos e insidiosos efectos que el maltrato físico), que trata a los niños como presuntos delincuentes, por su bien, por supuesto, y que convierte a Bogotá en la gran ciudad educadora, la ciudad donde los niños van, todos los días de su vida, a formarse en un panóptico. Jorge Orlando Melo |
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Derechos Reservados de Autor.
Jorge Orlando Melo. Bogotá, Colombia.
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