Bolívar y la revolución
Germán
Arciniegas
Editorial
Planeta, Bogotá. 1984
El nuevo
libro de Germán Arciniegas tiene las virtudes y los defectos de sus
anteriores trabajos históricos. Al abordar un tema tan trajinado
como el de Bolívar, y a pesar de que no se base en una investigación
documental que revele nuevos hechos o de un buen fundamento a sus
análisis, logra presentar una visión fresca e interesante. El autor
hace gala de un estilo ágil, lleno de giros y argumentos sorpresivos
y de comentarios ingeniosos. Desafortunadamente, la estructura del
libro, lo que podríamos llamar su arquitectura funda mental, es algo
descuidada. Las repeticiones son frecuentes y al final se tiene la
impresión de haber leído una colección de artículos relacionados
tenuemente, unidos entre sí por la recurrencia de ciertos temas e
ideas, pero sin un estricto desarrollo lógico.
Parte de la novedad del libro reside en el intento de situar a
Bolívar dentro de un contexto universal. En vez de concentrarse en
minucias biográficas o en la figura o el pensamiento del mismo
Bolívar, Arciniegas trata de ver su significación dentro de un
contexto global, del que eran parte sustancial las revoluciones de
los Estados Unidos, Francia y Haití, y en el que los avatares de la
política inglesa resultaban decisivos. Además el autor dedica buena
porción del texto a la revolución intelectual de la época, cuya
manifestación local aparece en la obra de Mutis, la Expedición
Botánica y a los reformadores educativos de finales del siglo XVIII.
Esta perspectiva globalizadora de Arciniegas, el esfuerzo por mirar
a Bolívar inmerso en los procesos de la época y por ver la conexión
entre las distintas revoluciones constituye la mayor virtud del
libro y es un enfoque sin duda correcto. Sin embargo, el tratamiento
concreto de estos aspectos está lleno de limitaciones, que no pueden
analizarse acá con detalle, pero que sugieren cierto alejamiento de
Arciniegas de los trabajos históricos más recientes y pertinentes.
El estudio de las relaciones entre la Ilustración europea y las
transformaciones de las formas de pensamiento neogranadinas de la
segunda mitad del XVIII sigue la visión tradicional de influencias
ante todo francesas, aunque es novedosa, si bien discutible, la
importancia que se da al impacto de Newton por conducto de Mutis.
Este tratamiento pasa completamente por alto el papel de la
Ilustración española: Jovellanos o Campomanes, para aludir a los
nombres más obvios, ni siquiera se mencionan.
Mucho más
grave que lo anterior, aunque parezca una exigencia pedante de
erudición, es el manejo descuidado de datos e incidentes concretos.
No se advierte un esfuerzo persistente por esclarecer hechos y
situaciones, y se acogen versiones noveladas de algunos episodios.
En otras ocasiones el relato se adorna con una narrativa que resulta
dramática pero se apoya en información inexacta, o en el tratamiento
aislado y fuera de contexto de algún suceso, o en la exageración
retórica de algún caso. Para mostrar un solo ejemplo, puede tomarse
el texto siguiente sobre Mutis, cuya importancia quiere magnificar
Arciniegas: "La capilla de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá es
el teatro más antiguo de la Independencia Granadina. Fue escenario
de un debate sobre las estrellas, primer principio de la duda
sistemática entre los santafereños. Su consecuencia inmediata
fue el derrumbamiento de todas las autoridades. El encuentro
académico tuvo lugar en 1774. Mutis sostuvo, con Copérnico, que la
tierra giraba alrededor del Sol. ¡Y lo demostró! Los de la religión
de Santo Tomás defendieron la vieja doctrina contraria y quedaron o
vencidos o convencidos o resignados. El tribunal del Santo Oficio,
que promovió la disputa, se vio forzado a reconocer las razones
de Mutis.” (Los subrayados son míos). La discusión que sugiere
este texto, el debate entre las dos posiciones, no tuvo lugar: Mutis
presentó su lección, por iniciativa propia o de sus amigos, sin que
la Inquisición tuviera nada que ver, y sin que nadie lo contradijera
en ella. Posteriormente los dominicos invitaron a un nuevo acto
académico en el que ofrecían probar que las tesis de Copérnico eran
heréticas; esta nueva sesión nunca se realizó, por la oposición del
virrey, que pasó el caso al Santo Oficio, a petición de Mutis. El
Santo Oficio nunca se pronunció al respecto y el expediente se
despachó a España, donde tampoco hubo decisión alguna. Las
relaciones con la independencia o el derrumbamiento "inmediato" de
las autoridades, aunque interesantes, simplemente se postulan con la
vaguedad e imprecisión que muestra el texto citado.
Inexactitudes análogas aparecen a lo largo de todo el libro: según
Arciniegas, José Félix de Restrepo "participó en la elaboración del
nuevo plan de estudios de Moreno y Escandón", idea bien improbable,
pues cuando se expidió este plan, en 1774, Restrepo tenía 13 años de
edad. Del mismo plan se dice que fue aprobado por el
arzobispo-virrey (quien lo aprobó fue el arzobispo Camacho), lo que
señala una confusión entre el plan de 1774 y el elaborado en el
decenio siguiente, cuando Moreno se encontraba en Lima desde hacía
años. Complacido por mostrar los errores de Bolívar y su
contraposición al liberalismo de la época, dice Arciniegas que éste,
en 1828, "de una plumada echó por tierra el plan de estudios que con
tan atrevida visión había escrito Moreno y Escandón asesorado por
Mutis, magistralmente ayudado por José Félix de Restrepo y
completado por Santander", cuando el hecho es que el plan de Moreno
fue suspendido en 1779 y nunca más se puso en vigencia, como tampoco
el del arzobispo-virrey. Estas imprevisiones sirven al autor para
acentuar los contrastes dramáticos que le fascinan y que llevan a
exaltar a Mutis hasta el punto de concluir que "sacó a Copérnico de
la oscuridad universal de dos siglos y medio", a exagerar el impacto
de sus transformaciones, o la acogida y el respaldo oficial a los
cambios que se estaban produciendo a fines del siglo XVIII. En este
terreno, por ejemplo, discute la publicación hecha por Francisco
Antonio Zea en el Papel Periódico contra la escolástica, la que
según Arciniegas, "era casi un llamamiento a la revuelta", a pesar
de lo cual estas ideas se difundían mediante el periodismo "sin
oposición oficial". Arciniegas omite relatar que ante las reacciones
producidas por las dos primeras partes del artículo de Zea, el
director del periódico decidió suspender la publicación y afirmó que
en adelante "todos estos discursos (...) ya no tendrán lugar en el
periódico".
Ahora bien, vale la pena subrayar que el centro del libro reside en
el intento de Arciniegas de ofrecer una imagen más exacta de
Bolívar, en contraposición con los historiadores que tratan de
utilizar políticamente las ideas del Libertador para apoyar
alternativas políticas contemporáneas o con los hagiógrafos que no
admiten que haya incurrido en errores ni debilidades. Las polémicas
alrededor de estos temas son viejas, abundantes y reiterativas. En
años recientes, a aquellos bolivarianos a ultranza que dieron
énfasis a las propuestas políticas conservadoras de Bolívar
usualmente para justificar dictaduras de orientación militar, se han
añadido las versiones del revisionismo populista, de las que es buen
ejemplo Indalecio Liévano Aguirre, y que se prolongan en las
interpretaciones del marxismo latinoamericano, que pretenden
encontrar en Bolívar un antecedente lleno de coherencia y
presciencia del anti-imperialisrno del siglo XX. Arciniegas rechaza
ambas interpretaciones sobre Bolívar, y es difícil que el lector no
esté de acuerdo con los desacuerdos de Arciniegas. Es elemental
mostrar las debilidades factuales y argumentales de Liévano, que
elogia la dictadura bolivariana por su contenido popular, sin
mencionar prácticamente ninguna medida concreta de Bolívar que pueda
considerarse en favor del pueblo y sin examinar el hecho obvio de
que fue apoyada ante todo por los sectores usualmente definidos como
reaccionarios: el clero, los grandes propietarios y el ejército. Del
mismo modo, es evidente que el antiimperialismo de Bolívar, y sobre
todo su oposición a los Estados Unidos, no puede trasladarse
fácilmente a las luchas nacionales del siglo XX sin deformar su
sentido: casi siempre los defensores de esta imagen se ven obligados
a mutilar los textos y a extraerlos de su contexto, como ocurre con
la famosa frase sobre las miserias de que plegarían los Estados
Unidos a Hispanoamérica, que se cita sin mencionar la continuación,
donde se enuncia una política de subordinación al imperio británico.
Sin embargo, Arciniegas acaba reflejando, con signo inverso, la
posición que critica. Es cierto que Bolívar tuvo una permanente
actitud en favor de Inglaterra, y que los riesgos de anarquía, de
caudillismo y de ascenso de la "pardocracia" tienen que ver con sus
planes para lograr el protectorado de Inglaterra. Pero cuando de un
texto de Bolívar que dice que "Inglaterra debería tomar
necesariamente en sus manos el hilo de la balanza" en una liga
americana de naciones independientes, se pasa a preguntar "¿cómo
pudo Bolívar colocar de fondo al Congreso de Panamá la entrega
de la Gran Colombia a Inglaterra?", o cuando con base en algunos
textos de Bolívar favorables al protectorado inglés y en los que
sugiere colocar a Colombia bajo "los auspicios de una nación liberal
que nos preste su conducción", se concluye que a Bolívar "sólo le
ilusiona la posibilidad de entregar a Inglaterra el gobierno de
Colombia" se están forzando los textos y el desborde retórico hace
que el problema, en vez de aclararse, se confunda. En general, la
discusión sobre la posición de Bolívar hacia Inglaterra y hacia la
monarquía o sus sugerencias de que Inglaterra se apropie de Panamá y
Nicaragua, está marcada por una ausencia total de análisis del
contexto histórico y por una falta de atención al momento concreto
de cada formulación: los textos de 1815 a 1829 se presentan
agrupados en forma atemporal, sin mostrar sus relaciones con las
situaciones de momento y sin ver en qué medida podían responder a
consideraciones de realismo político. Sólo se ve en los textos de
Bolívar la admiración por Inglaterra, por sus instituciones
aristocráticas, pero no lo que podía justificar en 1825 ó 1826
buscar en ese país un dique a las posibilidades de reconquista
española.
El
carácter polémico y casi judicial del libro se advierte cuando se ve
el distinto patrón con que se juzgan las propuestas de Bolívar,
según coincidan con las opiniones políticas de Arciniegas o no: al
comentar cómo Bolívar atribuyó al federalismo los fracasos de 1812 y
1816, arguye Arciniegas que "no hay que atribuirlos a la debilidad
de la constitución, sino a las fuerzas de la pacificación de
Morillo". Sin embargo, cuando Bolívar triunfa en Venezuela en 1813
Arciniegas no vacila en atribuir el resultado a la constitución:
"Bolívar había probado la fuerza de un estado federal
apoyándose en las Provincias Unidas".
Del mismo modo, mientras que Bolívar se juzga con una medida
estricta, Estados Unidos y Santander se encuentran favorecidos por
una actitud benevolente. Cuando Estados Unidos se opone a una
posible independencia de Cuba (en gran medida por racismo y por la
búsqueda de ventajas geopolíticas), Arciniegas pretende que lo hacía
por pura filantropía, por la idea de que los cubanos podrían más
bien, si lo desearan, convertirse en un nuevo estado de la Unión. Y
así como Liévano convierte el más leve indicio en prueba contundente
del carácter popular y progresista de alguna medida de Bolívar,
Arciniegas tiene frente a Santander una actitud que no es exagerado
considerar acrítica. La oposición de Santander a unas propuestas
extranjeras para el presunto canal de Panamá (y cuando muchos de sus
amigos políticos se apresuraban a tratar de conformar empresas
rivales) se atribuye a un "orgulloso sentido nacional colombiano".
En cuanto al panamericanismo sorprende ver a Arciniegas repitiendo
que la Unión Panamericana, que como se sabe fue impulsada a finales
del siglo XIX por los Estados Unidos en un momento en que los
políticos de este país creían indispensable abrir nuevos mercados
para una industria con amenazas de superproducción, correspondía a
la "idea original del Congreso de Panamá".
Por supuesto, las apreciaciones sobre la calidad guerrera de Bolívar
son justas, y probablemente Arciniegas tiene razón, aunque el
problema está planteado en forma que tiene exiguo significado
histórico, al insistir en el escaso aporte de Bolívar a la
organización política de Colombia, así como el poco realismo de sus
propuestas políticas, sobre todo las posteriores a 1825. Pero si es
anacrónico, como se hace con frecuencia, presentar el ideario
político de Bolívar y su Constitución boliviana como un proyecto
aplicable en nuestra época, tampoco es lícito descalificar las
concepciones de Bolívar a la luz de su presunta inconveniencia
actual, sea que nos refiramos al centralismo o a la adopción de la
dictadura, cuando lo que se requiere es analizar con la mayor
precisión las condiciones de la época, las restricciones que imponía
la situación política, económica y militar, las alternativas
disponibles para aquellos que debían tomar las decisiones.
JORGE ORLANDO MELO
Publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico, No 2 (1984)
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