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Infancia de mujer
 

Leer los recuerdos de la pintora Emma Reyes, Memorias por correspondencia, es gozar de una narración extraordinaria y sufrir al mismo tiempo los mazazos despiadados de lo que cuenta. Estas cartas a Germán Arciniegas cuentan la historia de su infancia, con doña María, una mujer "con una mata de pelo negro", y su hermana Helena, en un inquilinato de Bogotá y después en Guateque y Fusagasugá, a donde va doña María con ayuda de algún protector. Emma y su hermana Helena no saben quiénes son ni quién es doña María. (Un día, un niño "me preguntó si yo tenía papá y mamá. Yo le pregunté que qué era eso y me dijo que él tampoco sabía.")

En Fusagasugá, María decide volver a Bogotá. Cuando los cargueros que las llevan llegan a la estación de tren descubren que María se ha ido y nunca la vuelven a ver. Las recogen unas monjas y terminan en un gran convento de Bogotá, un emporio industrial donde 150 niñas esclavas, desde los 5 o 6 años, bordan para los curas, los altares y los almacenes. Emma aprende el oficio y tiene a su cargo el regalo que se le mandará al Papa, pero el diablo se le aparece y ella, aterrada, tropieza y rompe el trabajo. "Ese año, por culpa de El Diablo, el Papa no recibió nuestro regalo." Pasan unos años inventando con sus compañeras fantasías para vivir, enamorándose de la monja que la trata bien y odiando a las demás, sin existir del todo, pues, aunque Helena inventó un apellido ("somos Helena y Emma Reyes"), no tienen partida de bautismo.

Este relato es una obra maestra: un relato apasionante, sobrio y de gran calidad literaria, con imágenes brillantes y detalles inesperados, escenas y descripciones inolvidables (los baños en el río Súnuba, la olla comunal, el abandono del hermanito, el incendio de Guateque, los juegos de niños) que terminan mostrando, junto con momentos luminosos, un mundo de impensable sordidez.

La miseria y la suciedad de los barrios bajos de Bogotá, la indiferencia de políticos y ricos con las mujeres que explotan y los hijos que engendran, la vida brutal en los pueblos de Cundinamarca y Boyacá, dominados por curas ignorantes, la violencia con los niños, olvidados o golpeados, se ven, sin moralismo, en la vida diaria. La narración, sin odio ni resentimiento, parece limitarse a contar lo que pasa, sin juzgarlo. Pero esto hace más visible la indiferencia ante el mal, la inconsciencia que convierte la pobreza en un pequeño infierno de maldad, el horror de un mundo que esconde sus pecados o los convierte en virtudes.

Seguramente, los documentos de la época nos hablan de la bondad de las monjas que se sacrifican por las niñas abandonadas y las sacan de los peligros de la calle. En estas páginas, ese esfuerzo de encubrir con buenas intenciones la violencia y la explotación de los demás a nombre del bien y la religión se derrumba, porque habla una niña, que ve el mundo desnudo y sin ropas mentirosas.

La obra termina cuando Emma se vuela del convento al comenzar la adolescencia. No sabemos cómo sobrevivió en Bogotá, donde tuvo, con poco más de 20 años, un programa de radio, ni cómo se fue en bus y mula hasta Buenos Aires en 1945 o llegó a París en 1947. Ojalá haya más cartas, que cuenten más de esta vida sorprendente.

Después, los historiadores del arte hablan de ella en París, Roma, México, Washington y los kibutz de Israel. Y todos destacan su extraordinaria personalidad: "Soy el enemigo de mi obra. Quisiera que la gente se fije más en mis cuadros, pero el problema es que se interesan en mi vida... Yo no sé por qué", dijo en una entrevista. Alguien cuenta que en 1961 una "crítica argentina" preguntó: "¿No será la personalidad de la pintora la que hace creer en el valor de su pintura?". Son cosas distintas, pero esta obra revela una energía extraordinaria, un genio que también anima su obra como pintora.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 21 de junio de 2012

 

 

 

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Ultima actualización noviembre 2020
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