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Votando sin ganas
 

Es difícil votar con entusiasmo para alcalde de Bogotá. Creo que vacilaré hasta el último momento antes de decidirme, buscando razones para escoger alguno de los candidatos. Por supuesto, voy a votar: no votar o hacerlo en blanco equivale a a darle un pedacito igual del voto a cada uno. Y preferiría tener alguna influencia en el resultado, escogiendo entre Parody, Peñalosa y Petro, pues el estado de cosas en Bogotá hace difícil resignarse a hacer un gesto simbólico.

Al leer las propuestas de los candidatos, es evidente que no han querido decir nada que moleste a los electores. Si uno cree que cumplirán lo que prometen, puede votar por el programa de cualquiera de ellos, pues todos nos llevarán al paraíso. Acabarán con la corrupción, y es verdad que todos tienen una hoja de vida limpia en este aspecto. Harán que los carros se muevan más ligero, bajarán la inseguridad, ampliarán la jornada escolar y mejorarán la calidad de la educación, aunque no hay muchas propuestas concretas y viables. Como la elección pasada la ganaron los pajaritos de oro y los espejitos de vidrio, ahora todos apoyan el metro, sin decir cuando lo harán ni explicar sus costos o cómo, al mismo tiempo que construyen un metro, escuelas, guarderías y fábricas de medicamentos, mejorarán a Transmilenio, arreglarán las calles y harán mil inversiones más. Uno de los candidatos dice que sacará la plata para el metro de los ahorros que logre al hacer a Transmilenio!

Las propuestas de todos, muy similares, parecen partir de la idea de que bastará que el alcalde vigile los contratos y evite la corrupción para que volvamos a tener plata para todo y capacidad administrativa para invertir bien el presupuesto de la ciudad. Pero no es así: el nuevo alcalde encontrará una administración despedazada, en la que, aunque no haya corrupción, serán inmensos los riesgos de improvisación, de derroche en gastos innecesarios, de decisiones sin estudios ni prioridades claras, de contratación con los amigos decentes pero inhábiles. Esto y el temor a hacer cualquier cosa convertirán la gestión diaria en una pesadilla.

A Petro le debemos mucho los colombianos, por sus debates contra el paramilitarismo y por haber ayudado a que se destapara la corrupción en la ciudad. Pero su visión de la gestión urbana parece irremediablemente perdida en un pantano de ilusiones gremiales, de subsidios injustificables, de promesas irresponsables y de imposible cumplimiento. Me parece que es el que tiene mayores riesgos de reproducir, ya no por corrupción sino por ineficiencia, el caos actual de la ciudad.

Por eso, creo que vacilaré hasta el final entre Parody, que hizo la campaña más seria y tiene el programa más sensato de todos, aunque le faltan experiencia y un equipo bien entrenado, y Peñalosa, que tiene un pasado más sólido que su futuro. Fue un excelente alcalde que, contra la opinión estereotipada, favoreció la equidad social e invirtió sobre todo en los sectores bajos: parques para los que no tienen finca, transporte público para el 80% de personas que no tienen carro, nuevos colegios y bibliotecas en los barrios más pobres de la ciudad para mejorar la educación, que es el mecanismo de redistribución y reducción de la pobreza más eficaz entre nosotros. Pero su alianza con Uribe –dizque porque podía ayudar a resolver los problemas de seguridad- y el respaldo de gente con visión autoritaria y militarista, producen un rechazo visceral. La esperanza es que si gana, no caiga en la visión uribista de la violencia, justificable para enfrentar a la guerrilla, pero incapaz de guiar una política compleja y seria de convivencia y de seguridad ciudadana y que, como Santos, gobierne con los menos fanáticos.

Pero el dilema no es fácil, y creo que, con el tarjetón en la mano, todavía seguiré dudando.

Jorge Orlando Melo
Publicado en El Tiempo, 27 de octubre de 2011

 

 

 

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